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Diplomacia digital. La oportunidad que los Estados no estaban esperando
Por Pavel Beltran
La era digital invadió disruptivamente en la vida pública y privada de las personas y las instituciones de cualquier Estado. Sin embargo, la decisión de estos últimos hace la diferencia en la carrera a posicionarse como los nuevos rectores en el escenario mundial dónde las reglas transitan de una diplomacia tradicional, con sus justas limitaciones, a una diplomacia digital en dónde las fronteras son trazadas por las propias capacidades y destrezas de cada uno de los Estados miembros de la comunidad internacional.
Para continuar con el análisis de la figura de la “diplomacia digital”, más que buscar una definición es necesaria la concatenación de la situación política, económica y social de los Estados con el nuevo escenario en el que coexisten, cooperan y resuelven sus problemáticas comunes y particulares. Es por ello que, el presente artículo contiene, desde una perspectiva pragmática, los alcances e implicaciones que se han originado con las herramientas digitales.
A “grosso modo”, el propósito de la diplomacia tiene su fundamento en tres funciones principales: representación, negociación y comunicación (Azócar, 2018). Si bien las dos primeras de ellas son más perceptibles y conocidas por el público en general, no sufren cambio sustancial o material, sino meramente de forma. Es decir que, la manera en la que se lleva acabo la representación de algún sujeto internacional, o el proceso de negociación de cualquier instrumento de la misma naturaleza mediante el uso plataformas digitales, no trae aparejada una modificación en sus estructuras ya que, únicamente se muda de los medios tradicionales a los digitales, lo que implica solo facilitar dichas funciones pero sin cambiarlas.
Ahora bien, la función de comunicación en el ámbito diplomático, además de padecer un cambio trascendental, es un cambio que afecta la manera en la que se comunican internamente; entre cancillerías de distintos Estados; y lo que es más importante (en términos de impacto social), el vínculo generado con sus connacionales y con ciudadanías extranjeras.
En el primero de ellos, la comunicación que se desarrolla dentro de una misma cancillería debe de nutrirse de datos y acontecimientos actuales por lo que es esencial, más que ponerse al día, “ponerse minuto a minuto” de la información internacional con el objetivo de dejar clara su posición frente a sucesos relevantes y así, estar en posibilidades de reaccionar inmediata, eficaz y eficientemente.
En ese tenor, los Ministerios de Asuntos Exteriores se encuentran frente a un gran reto de incorporar las herramientas digitales en sus procesos internos, ya sean los de asistencia consular, asistencia humanitaria, comunicados de prensa, y un sin fin más de los que son objeto estas dependencias (Ziccardi, 2018).
Por otro lado, la segunda vertiente de la comunicación diplomática está relacionada con el punto anterior, dado que el intercambio de información digital entre cancillerías de distintos Estados, al no estar regulada por ningún ordenamiento (en stricto sensu), encuentra la ocasión de establecer lazos más sólidos con miembros de la comunidad internacional. Sin embargo, lo anterior también puede acarrear el deterioro de las relaciones, y eventualmente, la agitación de temores o represalias, máxime, cuando se encuentra ahora en presencia por un tercer espectador, la comunidad digital.
Es de vital importancia mencionar que la ayuda proporcionada entre Estados en múltiples acontecimientos ha hecho la diferencia, como lo fue en la “Primavera Árabe”, en la que las herramientas digitales ejercieron un papel protagónico para su detonación, desarrollo y consumación (UK Parliament, 2012).
La tercera y última función de la comunicación diplomática concierne a la intervención de un actor adicional en el diálogo internacional. Ello, porque a través de las herramientas digitales, cualquier individuo es capaz de cuestionar la legitimidad de la política exterior de su país e inclusive de países extranjeros (Pamment, 2018).
No se había visto en años previos al siglo XXI que la publicación de un mensaje de no más de 140 caracteres, a través de plataformas como Twitter, tuviera un impacto en la economía internacional. Un ejemplo claro de ello, son los efectos que se han suscitado en los mercados internacionales y especialmente en el peso mexicano, cuando el presidente Donald Trump ha tuiteado asuntos referentes a la política y economía entre ambos países (Calixto, 2020).
Existen diversas plataformas digitales que pueden generar consecuencias igualmente positivas o negativas, lo que depende de la manera en la que son utilizadas. En otras palabras, las herramientas digitales también han servido para dar apoyo inmediato frente a situaciones de emergencia como la crisis política y social de Venezuela, la tensión provocada entre el gobierno colombiano, sus ciudadanos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (también las FARC), o el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en México, mismos que fueron respaldados, desde muchas partes del mundo, a través de medios digitales (Azócar, 2018).
Sin excavar en la historia de las relaciones internacionales con el fin de poner de manifiesto que nos ubicamos en una nueva de la diplomacia, ciertamente, los Estados de la comunidad internacional están frente a un nuevo reto, pero no por ello deja de ser una magnífica oportunidad que sirva como componente del “soft power” con el fin de empatar valores y objetivos con otros sujetos internacionales y tomar decisiones que beneficien mutuamente.
En suma, no se trata de reinventar las estructuras tradicionales de la diplomacia, sino de transitar de un modo tradicional que ya no responde a las necesidades actuales de manera eficiente, a la incorporación del modo digital que ayuda y facilita en muchos aspectos la labor diplomática.
Es por ello que, desde esta trinchera actual y digital, disiento de lo que alguna vez afirmó el Embajador Virgilio Olano en que, “la función del diplomático debe ser escuchar, y no hablar”, dado que en estos tiempos tan vertiginosos, el silencio puede ser interpretada como debilidad; como un rechazo a nuevas oportunidades; y como un cómo asiento en última fila, cuando se podría estar de protagonista construyendo, y no solo presenciando, una nueva era de relaciones internacionales.
Trabajos citados
Calixto, M. (5 de febrero de 2020). Twitter, el arma de Donald Trump mueve a los mercados y pone a temblar a varios países. Recuperado el octubre de 2020, de EL CEO: https://elceo.com/mercados/twitter-trump-presidencia-eu-peso/
Azócar, D. A. (mayo de 2018). La diplomacia pública digital en América Latina: desafíos y oportunidades. Revista Mexicana de Política Exterior(113), 123.
Azócar, D. A. (mayo-agosto de 2018). La diplomacia pública digital en América Latina: desafíos y oportunidades. Revista Mexicana de Política Exterior(113), 137-138.
Pamment, J. (mayo-agosto de 2018). La diplomacia y la digitalización: un oficio en adaptación a las nuevas redes de poder. Revista Mexicana de Política Exterior(113), 61.
UK Parliament. (27th de January de 2012). British foreign policy and the ‘Arab Spring’: the transition to democracy. Recuperado el October de 2020, de UK Parliament: https://publications.parliament.uk/pa/cm201012/cmselect/cmfaff/writev/arab/as24.htm
Ziccardi, N. S. (mayo-agosto de 2018). Presentación de la revista. Revista Mexicana de Política Exterior(113), 5-6.