Introducción

Todas las personas tienen derecho a la alimentación, pero no todas pueden acceder a una dieta que cubra sus necesidades nutricionales diarias. El hambre y la malnutrición, antes de ser problemas de salud y política pública, son experiencias humanas por las que atraviesan millones de personas alrededor del mundo, especialmente en las regiones más empobrecidas. A lo anterior se suma la complejidad de las dinámicas de producción, distribución y consumo de alimentos a escala global; es decir, ¿cómo y por qué las personas comen lo que comen?

Este artículo analiza el debate entre la seguridad y la soberanía alimentarias en la cuestión del combate del hambre en la cooperación internacional para el desarrollo –CID–. El planteamiento afirma que, lejos de una discusión racionalista, la utilización de la seguridad alimentaria como el concepto eje en la organización internacional para el combate del hambre es una idea socialmente construida dentro del orden hegemónico vigente. Para ello, se revisará el contenido, objetivos y orígenes de las dos categorías analíticas en cuestión.

Asimismo, se problematiza sobre la lógica instrumental de la disciplina de Relaciones Internacionales –RR. II.– en el mantenimiento de la hegemonía estadounidense que perpetúa una única forma de entender la realidad internacional y sus problemáticas. El análisis recurre a la teoría crítica para desarticular la supuesta objetividad racionalista sobre el desarrollo en el que se da la discusión entre la seguridad y soberanía alimentarias. Al final se desprende la idea sobre el sistema alimentario internacional como un componente del orden hegemónico.

Teoría crítica, hegemonía y desarrollo en Relaciones Internacionales


La prevalencia del hambre y la pobreza en el mundo como objetos de estudio están vinculados a las teorías del desarrollo que, en la división tradicional del trabajo intelectual en las ciencias sociales, se insertan en el campo de la economía. En RR. II. estos temas se abordan tangencialmente en el análisis de las diferentes formas de la CID, en su mayoría desde la visión del neoliberalismo institucional. En contraste, el paradigma marxista –en sus diferentes expresiones– y los estudios de economía política internacional –EPI– analizan las causas estructurales, vinculadas a las dinámicas de poder global, que perpetúan la pobreza y la desigualdad en el sistema internacional.

En ese orden de ideas, destacan las propuestas latinoamericanas y caribeñas como el estructuralismo y teoría de la dependencia. Sin embargo, estas no entran en lo que Celestino del Arenal (2014), internacionalista español, llama el mainstream de Relaciones Internacionales; es decir, el núcleo de teorías considerado como universalmente válido por la academia de la disciplina en el que se incluyen mayoritariamente aportaciones estadounidenses y europeas. Esta calidad de validez está determinada, como en su momento lo señaló el historiador y sociólogo Robert Cox (1981), por factores políticos.

La ausencia de perspectivas diferentes provenientes de otras regiones en el mainstream responde a los intereses de poder de la hegemonía, es decir, la alianza Estados Unidos-Europa.  El impacto de esto se extrapola también a la manera en cómo se abordan las diversas problemáticas presentes en el sur global, ejemplo de ello son los asuntos relacionados con la persistencia de la pobreza, la desigualdad económica y, como se verá más adelante, el combate del hambre.

Cox entiende la hegemonía como una estructura social, política y económica que impone un modo de producción dominante; un orden hegemónico se sostiene cuando se instauran normas e instituciones que lo administran y son consideradas como universalmente validas. Lejos de las capacidades materiales, son las ideas y significados intersubjetivos las que cobran mayor relevancia. De esta forma, el desarrollo como paradigma vigente en el diseño e implementación de políticas públicas y las prácticas de cooperación internacional es, en términos de la teoría crítica, una idea producto de las fuerzas sociales que mantienen el orden hegemónico.

¿De qué forma poner fin al hambre?  Seguridad y soberanía alimentarias

La prevalencia del hambre es un problema que, aún con la CID, no ha tenido solución y se ha agudizado en las últimas décadas. La presencia monopólica de las trasnacionales en el mercado agroalimentario y la especulación con los precios de los alimentos genera que 789 millones de personas en el mundo no puedan costear una dieta capaz de cubrir sus necesidades nutricionales (FAO, 2017). El hambre pasó de ser un problema de escasez, a uno de accesibilidad económica; es decir, a pesar de que hay alimentos suficientes, la mayoría de las personas no puede comprarlos.

En el combate del hambre, la organización internacional y sus diferentes mecanismos de cooperación operan con el objetivo de conseguir la seguridad alimentaria –situación en la que las personas tienen “acceso físico, social, y económico (…) a alimentos para satisfacer sus necesidades nutricionales” (FAO, 2020, p. 282)–. Esta categoría, paradigma vigente, atiende la problemática desde una perspectiva en la que las variables son solo económicas. La seguridad alimentaria omite los clivajes sociales, culturales y políticos referentes a la alimentación en el mundo.

En oposición radical al economicismo simplista que propone la seguridad alimentaria, organizaciones campesinas e indígenas propusieron, durante la Cumbre Mundial de la Alimentación de 1996, la categoría de soberanía alimentaria como una alternativa para reducir el hambre (FAO, 2001). Para estas organizaciones, este problema debe de analizarse en clave política; a saber, la manera en la que se deciden las formas de producción, distribución y consumo de alimentos. De acuerdo con la Declaración Final del Foro Sobre Soberanía Alimentaria del 7 de septiembre de 2001, esta categoría se refiera a:

“El derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos que garanticen el derecho a la alimentación para toda la población, con base en la pequeña y mediana producción, respetando sus propias culturas y la diversidad de los modos campesinos, pesqueros e indígenas de producción agropecuaria, de comercialización y de gestión de los espacios rurales, en los cuales la mujer desempeña un papel fundamental” (FAO, 2001, p. 4).

En otras palabras, el concepto soberanía alimentaria y las dimensiones que éste implica devienen de las demandas de grupos históricamente oprimidos frente al sistema alimentario hegemónico que propicia condiciones de desigualdad. Esto enmarcado en las relaciones de dependencia histórica-estructural entre el centro y las periferias del sistema-mundo.

Sistemas alimentarios y ordenes internacionales

El sistema alimentario del capitalismo neoliberal, cuya base es la privatización y el modelo de producción agroindustrial, trajo consigo consecuencias económicas y ecológicas. Este modelo opera dentro de la lógica del capital en la que los alimentos son mercancías y por tanto existe la búsqueda constante de la optimización y el aumento de las ganancias a cualquier costo, es decir, el campo como fabrica. Desde esta perspectiva, la alimentación no es un derecho y la tierra y quienes la trabajan son piezas más de la maquinaria capitalista agroindustrial.

Entre seguridad y soberanía alimentaria existen dos diferencias sustanciales de acuerdo con Gordillo & Méndez (2013, p.8). La primera tiene que ver con que el segundo concepto parte de “constatar la asimetría en los distintos mercados y espacios de poder involucrados (…) en la cadena alimentaria, en el comercio internacional de alimentos y en la propiedad de medios de producción clave como la tierra”; por el contrario, seguridad alimentaria asume una posición neutra en ese punto. La segunda diferencia se refiere a los modos de producción; la soberanía alimentaria está inclinada hacia la producción en pequeña escala principalmente hacia la agricultura familiar y comunitaria que, además, tiene menor impacto ecológico.

El concepto de seguridad alimentaria se construyó por y para los intereses de los centros globales, puesto que no se consideran las asimetrías de poder entre los diferentes actores del sistema agroalimentario internacional –Estados, agroindustria, productores locales, campesinado, consumidores–. Por otro lado, Micarelli (2017) asegura que la construcción de la soberanía alimentaria retoma dimensiones epistemológicas indígenas antagónicas a la idea capitalista occidental moderna de la realidad, específicamente en la relación del ser humano con la naturaleza.

            El sistema alimentario internacional es un componente más del orden mundial hegemónico. Las relaciones sociales de producción establecidas a partir de este sistema atraviesan a todas las personas de manera diferenciada. Desprender el componente cultural, político y social de la alimentación favorece a los actores que entienden los alimentos como mercancías y subordina a aquellos que se encuentran en las periferias.

En el momento en que la organización internacional aborda la problemática del hambre desde la seguridad alimentaria, legitima el orden internacional hegemónico que universaliza determinadas normas de comportamiento, en este caso: el sistema alimentario agroindustrial y el desarrollo –entendido desde la óptica estadounidense y europea– como fin último de los Estados. Sin embargo, este orden, aunque presentado como universalmente válido, convive con movimientos contrahegemónicos.

A diferencia de las teorías de solución de problemas –problem solving theories–, el objetivo desde la teoría crítica es la transformación social (Cox, 1981). En este sentido, las alternativas al desarrollo –como el Buen Vivir– y la soberanía alimentaria dentro de las organizaciones indígenas y campesinas en el sur global son parte de una guerra de posición, puesto que se presentan como instituciones y recursos intelectuales contrahegemónicos. Esta postura, si no es cooptada por el orden hegemónico, supondría una revolución a largo plazo que terminaría por cambiar el sistema alimentario vigente hacia uno más justo, con menor desigualdad y mejor equilibrio ecológico.

Conclusiones

Las relaciones internacionales –con minúscula– no se reducen a las relaciones e intereses políticos y económicos de los Estados del norte global, ni siquiera se reduce a las interacciones entre Estados. El hecho de que las y los internacionalistas estudien las mismas problemáticas con las mismas perspectivas –estadounidenses y europeas–, además de una crítica a la disciplina, es una observación fehaciente del funcionamiento de la hegemonía en la academia.

Las categorías utilizadas en la CID están vinculadas a intereses políticos. La alimentación y el combate del hambre no deben de ser desprovistas de una problematización pensada a partir de las desigualdades histórico-estructurales producto del orden internacional hegemónico. A pesar de que la idea del desarrollo se ha constituido como una norma universalmente valida, existen propuestas alternativas contrahegemónicas con potencial de cambio.

 En el último de los casos, este texto es una invitación abierta a las personas que no dedicamos al estudio de Relaciones Internacionales en el sur global para retomar la teoría crítica, las propuestas reflectivistas y el pensamiento no eurocentrado con el objetivo de analizar las problemáticas que atañen a nuestras geografías.


Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente la organización comparte lo expresado.


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Director de Edición de REGAP. Es Internacionalista por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), especializado en el análisis de escenarios internacionales y la región de América Latina y el Caribe. Participó como auxiliar de investigación en el Observatorio Económico Latinoamericano del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM en dónde dio seguimiento a la cooperación transpacífica y el impacto de los regionalismos euroasiáticos para la economía latinoamericana. Actualmente, es Director de la Dirección de Edición en la Red de Estudios Globales Atlas-Polaris (REGAP), plataforma de investigación dedicada al análisis de temas globales con el fin de innovar y modernizar la visión desde México en diversas áreas dentro las Relaciones Internacionales. Como Director de Edición en la Red de Estudios Globales Atlas-Polaris (REGAP) es responsable de coordinar el equipo de trabajo encargado de recibir, seleccionar y efectuar correcciones de estilo de artículos de opinión e investigación para su publicación en el sitio web; asimismo, es el coordinador general de una columna de opinión y participa en el diseño de materiales pedagógicos para el programa de voluntariado de la Red. Líneas de investigación: • Teorías latinoamericanas en Relaciones Internacionales. • Teoría decolonial en Relaciones Internacionales. • Seguridad y soberanía alimentaria en América Latina y el Caribe. • Teoría y crítica del desarrollo • Alternativas al desarrollo en América Latina y el Caribe • Regionalismos latinoamericanos • Política francesa y Francofonía • Incidencia política de los movimientos LGBTTTQIAP+