El Sistema Internacional de la postguerra fría atraviesa por una serie de cambios estructurales que se manifiestan en la actualidad con algunos hechos claves como el conflicto comercial y tecnológico entre China y los Estados Unidos, la retirada de EEUU del tratado INF, las crecientes rivalidades geopolíticas y el ascenso de movimientos nacionalistas. Se cuestiona la estructura «unipolar» del Sistema Internacional, la globalización de los noventa y cada día se habla sobre las implicaciones de una hegemonía estadounidense en declive. Son muchas las interrogantes y para tratar de responderlas, hemos entrevistado al Doctor Alberto Hutschenreuter para dilucidar el orden internacional en ciernes. Continúa leyendo para leer sus reflexiones.

José Humberto Blanco Trejo: El Sistema Internacional actual atraviesa por una crisis de legitimidad en muchos sistemas políticos, se cuestionan los valores liberales y las normas que han regido el funcionamiento del orden internacional contemporáneo. El “Brexit”, el retorno de los nacionalismos y movimientos conservadores y las crecientes rivalidades geopolíticas entre las grandes potencias son algunos síntomas de posibles cambios en las relaciones de poder. En su opinión, ¿considera que nos acercamos hacia un orden internacional fragmentado y más conflictivo? ¿Qué pasó con la idea de un orden multilateral basado en las democracias liberales y bajo una lógica geo-comercial?

Dr. Alberto Hutschenreuter: Considero que existe un estado internacional carente de orden. Se trata de una inquietante situación, pues los grandes poderes, de los que debería emerger un orden pactado y respetado, se encuentran en conflicto entre sí. Y en algunos casos, como la crisis entre Rusia y Occidente, la situación ha tomado una dirección casi irreductible, pues cualquier curso de la misma implicaría que una de las dos partes cediera. Si primara el realismo y la experiencia, Ucrania debería abandonar toda idea de marchar hacia Occidente y Occidente debería dejar de insistir en extender su estructura político-militar a ese país esteuropeo. Pero para Occidente ello podría ser interpretado como una ganancia de poder para Rusia. En sentido contrario, si Ucrania se convirtiera en miembro pleno de la OTAN, ello sería para Rusia la caída geopolítica terminal.

Esta es una situación de fragmentación muy delicada, pues ello nos muestra que el nivel de «descentralización» en las relaciones internacionales aumentó y los Estados se concentran más en la autoayuda, es decir, en sus capacidades de amparo de su seguridad nacional. Se da aquello que John Mearsheimer denominó «la tragedia de los grandes poderes políticos», esto es, la permanente búsqueda de seguridad de los Estados para evitar quedar en una situación de vulnerabilidad ante el incremento de capacidades de los demás.

   Fuente: Reuters

Otras situaciones también son preocupantes, por caso, el conflicto tecnológico-comercial entre Estados Unidos y China; la preocupante situación en el segmento de las armas de exterminio masivo (frente al que habría que preguntarse si debido a los retiros de tratados críticos no se ha llegado a las fronteras de la disuasión nuclear); el creciente nacionalismo (el refugio eterno de los países), incluso en su versión más deletérea, la biológica; la declinación del multilateralismo y las dificultades que afrontan las intervenciones humanitarias; los gastos en armas; etc.

En este contexto, no se aprecia cerca un esbozo de orden entre Estados. Aún quedan rescoldos del viejo orden de cuño liberal, por caso, regímenes internacionales que evitan por ahora que el mundo sea una gran urbe sin semáforos; pero el grado de querellas entre poderes mayores torna difícil pensar en cómo salir de la situación. Ahora bien, tal vez exista algo en Eurasia a partir de la iniciativa OBOR (“One Belt, One Road”) de China, que ya está en marcha en materia de inversiones. Dicha iniciativa podría hacer converger intereses de los principales actores euroasiáticos, incluso de aquellos enemistados como India y Pakistán (de hecho, ambos ya son miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái). El dinamismo geoeconómico-tecnológico podría anclar a los países a un principio de configuración que, es necesario decirlo, exigirá definiciones geopolíticas a Europa, principalmente a Alemania.

Básicamente, la iniciativa tendría un fuerte componente geo-comercial, aunque sin un patrón cultural, que es uno de los segmentos dúctil o de atracción de todo orden.

El punto es qué hará Estados Unidos ante ello: ¿cooperará o intentar erosionar? Si se suma, posiblemente allí se funde efectivamente un principio de orden de cuño comercio-económico. Si se opone, entonces la vieja política internacional afectará a «la nueva política internacional», pues la iniciativa podría sufrir “disrupciones”.

En breve, en cualquier caso, puede haber un esbozo de orden. La pregunta es cómo se llegará él: ¿será a través de un aterrizaje suave o será luego de una prueba de fuerza?

Lo que sí debemos descartar es considerar órdenes internacionales que son quimeras, por caso, la intención de Alemania de crear un mundo en base a instituciones y estructuras jurídicas como sucede en la UE. Es pertinente recordar a Maquiavelo cuando advertía que “no hablaba de reinos que no había conocido”.

José Humberto Blanco Trejo: En algunos medios de comunicación y círculos académicos se está utilizando reiteradamente la expresión “nueva guerra fría” para explicar la rivalidad geopolítica y geocomercial entre China y los Estados Unidos. ¿Podemos hablar de una nueva guerra fría? ¿Bajo qué lógica podemos comprender el enfrentamiento entre ambas potencias? ¿Una nueva bipolaridad distinta a la guerra fría? 

Dr. Alberto Hutschenreuter: La Guerra Fría, que para la mayoría de los especialistas se inició en 1946 pero para algunos en 1917 con la llegada al poder de un régimen revolucionario en Rusia, fue una contienda única, irrepetible. Como muy bien dice Stephen Walt, sostener que la actual situación de tensión entre Occidente y Rusia es una nueva o segunda Guerra Fría es subestimar aquella, pues la Guerra Fría implicó una competencia entre lógicas política universales. Considero que no hay una nueva Guerra Fría: existe una situación de crisis mayor por varias razones, desde el impulso estadounidense para mantener una hegemonía que ya no puede ser hasta la percepción estadounidense y occidental en relación con que Rusia es un actor atrasado, revisionista y expansionista. Es como si George Kennan, tras la caída de la Unión Soviética en 1991, hubiera escrito un «segundo telegrama» al entonces presidente estadounidense advirtiéndole sobre la peligrosidad de la Federación Rusa. Hoy hay expertos, por caso, Stephen Kotkin, que consideran que mientras Rusia no practique el «pluralismo geopolítico», es decir, respete la independencia de las ex repúblicas soviéticas, seguirá siendo un país al que hay que vigilar y contener. Ahora, ¿practica Occidente un pluralismo geopolítico ante Rusia al extender la OTAN hasta sus líneas rojas»? Más todavía, me pregunto si la OTAN no es una organización anómala que con un “GPS estratégico” del pasado e impreciso no está provocando desestabilización. La organización atlántica ha transgredido algunas de las advertencias de Clausewitz, particularmente aquella que reza que no se debe rebasar los términos de la victoria.

Fuente: Associated Press

Más allá de estas reflexiones, hoy China no solo es más que Rusia, sino que es el verdadero reto para Washington (tal como lo expresa la Concepción de Seguridad de Estados Unidas de fines de 2017, junto con Rusia). Y en este sentido entiendo que la posición primaria de Trump de entenderse con Rusia era acertada, pues ello habría implicado equilibrar poder frente a Pekín. En los años setenta la lógica de poder por parte de Estados Unidos fue apoyar a la ascendente China para contrabalancear el poder expansivo soviético. Al predominar la lógica de las agencias de inteligencia y del poder pentágono-militar, se impuso un enfoque anti-ruso, y ello podría hacer que Rusia y China se aproximen más y hasta lleguen a forjar una asociación estratégica (ampliada) que, según el experto Bobo Lo, todavía no es tal.

Estados Unidos debe desechar la idea de un mundo en clave de «geopolítica de uno». En el mundo completo de hoy, donde el poder está más disperso y la victoria militar casi no se logra (por caso, Afganistán), con técnicas o usos de recursos menos tangibles, etc., necesariamente un orden será estructurado sobre la base de varios polos. Salvando diferencias, tal vez sea un mundo con características del escenario europeo post-1815, post-1945, con algo de la Conferencia de Helsinki (1975) y con algo de la globalización de los noventa. Es decir, un orden basado en algún tipo de legitimidad y con capacidad para “amortiguar” conflictos entre y hacia dentro de los Estados, en el equilibrio atómico (porque es impensable un mundo desarmado), en el respeto de fronteras y en la administración pragmática del factor comercio-económico.

José Humberto Blanco Trejo: En una reciente entrevista publicada en el medio de comunicación “The Economist”, un banquero llamado Michael Sullivan señala que la globalización ha muerto y hace énfasis en la necesidad de construir un nuevo orden mundial que, según Sullivan, será un orden multipolar emergente y dominado por tres grandes polos de poder: EEUU, la Unión Europea y China. Otros consideran que es exagerado hablar de una retirada de la globalización puesto que este fenómeno sigue presente en otras áreas como los servicios y la difusión tecnológica en el marco de la Cuarta Revolución Industrial. ¿Podríamos hablar del fin de la globalización como la conocemos? ¿Cómo sería un orden postglobalización?

Dr. Alberto Hutschenreuter: La “globalizaciòn 1.0”, es decir, la que predominó durante los años noventa y tuvo un trasfondo de cuño atlanto-occidental, pues se fundó en lo que el francés Michel Albert denominó “capitalismo neoamericano”, se fijó como propósito hacer que los Estados se desprendieran de sus capacidades regulatorias y así se podía captar mercados. Desde mi punto de vista fue una era “post-geopolítica”, porque la geopolítica continuó siendo la geopolítica pero por otros medios (me importa decirlo porque entonces la disciplina fue denostada y erróneamente asumida como algo que se fue con la Guerra Fría).

Esa globalización terminó con el 11-S pues el mundo a partir de allí se remilitarizó, hasta por lo menos la presidencia de Obama. Luego vinieron los acontecimientos de Ucrania y no volvió a darse una continuidad de aquella globalización ideologizada. Es decir, hace tiempo que la “globalización ha muerto”.

En este contexto, han surgido hipótesis sobre la próxima globalización. Aquellos que centramos nuestros análisis en la experiencia tendemos a considerar que una “globalización 2.0” podría implicar una nueva era basada en lo que el brasileño Helio Jaguaribe ha denominado “imperialismo de recursos”, esto es, una etapa post-industrial en la que, sin ambages, los poderosos se apropian de recursos nacionales y de “globales comunes” (en países con dificultades para administrar sus recursos, en la Antártida, en el espacio ulterior, en los océanos, etc.).

Esta podría ser una dirección “hobbesiana” de la próxima globalización. Otra es la que señala Sullivan: una globalización a diferentes velocidades con un anillo central dominado por Estados Unidos, la Unión Europea y China. Puede ser, pero una globalización debería tener un mayor alcance, no solo comercial. Si no, sería una continuidad de lo que sucede hoy: un mundo en el que compiten “niveladores” (Occidente) y “leviatanes” (gobiernos centralizados), para usar sus mismos términos.

   Fuente: Public Affairs

Otros hablan de un mundo “des-globalizado”, es decir, un mundo donde avanza el proteccionismo comercial y los países y regiones se van parapetando. Si las negociaciones entre Estados Unidos y China fracasan, quizá comencemos a ver algo de este mundo frío y ya conocido (recordemos los años treinta).

Hay posiciones menos pesimistas, por caso, la de Nicholas Negroponte, que considera que la robotización y la revolución genética terminarán modificando patrones de conducta y se solucionarán muchos problemas.

En suma, es difícil establecer pronósticos. Pero cualquier globalización o post-globalización no solo será “beneficiosa” para el mundo si es no monopolar, es integral y no lateraliza a actores sin los cuales es impensable forjar consensos.

José Humberto Blanco: En medio de este entorno mundial tan incierto y aparentemente conflictivo, ¿Cuál debe ser el rol geopolítico que debe ocupar América Latina para enfrentar el orden internacional en ciernes? 

Dr. Alberto Hutschenreuter: Los países de América Latina deben trabajar para construir poder nacional, un concepto que lamentablemente dejó de ser utilizado. El subcontinente ha desperdiciado oportunidades y llevará mucho saber aprovecharlas. Solo considere usted que los países que forman el “cuadrilátero latinoamericano”, es decir, aquellos de alta viabilidad y desarrollo relativo (México, Venezuela, Brasil y Argentina) se encuentran atravesados por crisis estructurales. Por tanto, la salida será larga y no se hallan con posibilidades de “traccionar” a los demás.

Esta falta de poder nacional hace que los esfuerzos o emprendimientos políticos regionales sean formales y acaben deshilachándose, como sucedió con la UNASUR. Esa impotencia ha llevado a que se formen nuevos emprendimientos geoeconómicos, como la Alianza del Pacífico, o se practique un curso de desarrollo “independiente”, por caso, Chile.

Para que América Latina construya poder será necesaria la emergencia de élites que piensen estratégicamente el mundo y cuenten con formaciones políticas que trabajen para ello. Así como se presentan hoy los escenarios, con un estado de pobreza del pensamiento nacional estratégico, difícilmente se pueda avanzar. Pero hay recursos y el capital humano se renueva. Habrá que saber aprovecharlos.

José Humberto Blanco Trejo: Usted menciona algo muy interesante: la situación preocupante del segmento de las armas de destrucción masivo como parte de un estado internacional carente de orden. La retirada efectiva de los EEUU del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF en sus siglas en inglés), las intenciones estadounidenses de desplegar misiles en Asia y los recientes ensayos de misiles rusos con ojivas nucleares han puesto en el debate académico la probabilidad de que regrese una carrera armamentista con consecuencias impredecibles y peligrosas. En su opinión, ¿Estamos a las puertas de una nueva carrera armamentista? Si hemos llegado al límite de las fronteras de la disuasión nuclear, ¿qué viene ahora? ¿peligra el equilibrio atómico?

Dr. Alberto Hutschenreuter: Se trata de una pregunta muy interesante y pertinente. Considero que estamos ante una situación inquietante, pues los grandes poderes atómicos, Estados Unidos y Rusia, han abandonado tratados capitales para la estabilidad  entre los Estados en su segmento más crítico: el de las armas de exterminio masivo.  El reciente retiro de Estados Unidos del tratado INF rehabilita a ambos a proseguir desarrollando este tipo de armas letales. El tratado prohibía el desarrollo de misiles con base en tierra de rango de 500 a 5.550 Kilómetros, una categoría de armas muy peligrosa por el escaso tiempo en el que alcanzan sus objetivos, dando un tiempo muy limitado para advertencias e incrementando el margen de errores de cálculo por parte del que sufre el primer golpe.

Pero antes, en 2002, Estados Unidos ha abandonado el ABM, que era fundamental para que los dos países no desarrollaran complejos sistemas misilísticos de defensa. Este tratado había sido firmado en 1972, precisamente como consecuencia de la carrera de sistemas defensivos que los dos países realizaron en los años sesenta. Una carrera muy peligrosa porque se podía llegar a neutralizar el propio equilibrio de terror. Hoy existe una situación similar, pero sin tratados a la vista. Entonces, ¿no estamos “ad portas” de salir, si es que ya no hemos salido, del balance de poder nuclear? Es difícil saberlo. Pero los hechos no nos permiten ser optimistas.

De modo que se van produciendo vacíos en materia de defensa estratégica pero también en materia de armas ofensivas, pues el correlato de este retiro podría hacer naufragar el START III, que supone una importante reducción de misiles, vehículos, etc. Notable y en forma alarmante, los Estados tradicionalmente estabilizadores se están volviendo Estados desestabilizadores.

También debemos considerar a los otros poseedores de armas nucleares, los legales y los no legales, es decir, los que han firmado y los que no han firmado el Tratado de No Proliferación, y también aquellos convencidos que solo alcanzando el artefacto se podrá obtener deferencia estratégica de los Estados, me refiero principalmente a Irán.

 Fuente: OrdenMundialXXI

Por último, hay que tener presente que cuando hablamos de problemas en este segmento, también debemos incluir lo civil, por caso, las centrales atómicas. No olvidemos que Chernobyl nos mostró, como muy bien nos dice la bielorrusa Svetlana Alexiévich en su texto sobre aquella catástrofe ocurrida en 1986, que los dos átomos, el átomo de uso militar y el de uso pacífico, “eran hermanos gemelos. Eran socios”.

José Humberto Blanco Trejo: Finalmente y volviendo al tema de China, la Nueva Ruta de la Seda es un hecho y se convirtió en uno de los principales ejes de la política exterior de China bajo Xi. Se acusa a China de querer utilizar este proyecto de inversiones en infraestructuras para expandir su esfera de influencia geopolítica, lo que algunos han llamado la “globalización con características chinas.” ¿Podríamos afirmar que este proyecto desafía abiertamente la hegemonía en declive de los EEUU? ¿Bajo qué lógica geopolítica podemos analizar el ascenso y posicionamiento de China en la actualidad?

Dr. Alberto Hutschenreuter: He respondido un poco sobre esto en su primera pregunta. China es un actor “P-3”, paciente pacífico (que no es lo mismo que pacifista) y persistente. Esas condiciones no tiene Occidente y es algo que juega a favor del actor asiático en ascenso. La Nueva Ruta es un ejemplo de ello: no solo implica proyectarse sobre un espacio eternamente clave del mundo, el espacio euroasiático, donde convergen intereses de una pluralidad de actores que han construido poder, sino que le resta interés al espacio que Estados Unidos ha priorizado como clave en su estrategia de seguridad, la región del Mar de China. En otros términos, de alguna manera debilita la presencia de la superpotencia allí, un objetivo de largo plazo de China.

 Fuente: Reuters

El proyecto también ofrece a Rusia la posibilidad de incrementar poder vía una verdadera asociación estratégica, que hasta ahora no existe. Y ello también afecta a Estados Unidos, pues este país, erróneamente, ha erigido a Rusia como un reto al que hay que “mantener abajo”.

Por último, el proyecto, que está en marcha, obligará a Europa a tomar posiciones, es decir, deberá pensar geopolíticamente por sí mismo, algo que no hace desde 1945, y buscar una diagonal entre su inclinación atlántica y el centro de gravedad que se va creando en el espacio centroasiático, desde China hasta Europa.

Como ve, no solo es un proyecto comercio-económico, sino que hay algo más: intereses, proyección y liderazgo. Globalización y geopolítica con características chinas.

La pregunta sería entonces, ¿aceptará Estados Unidos que ya no es posible practicar una geopolítica monopolar o de uno, o intentará erosionar dicho proyecto? Si se impone esto último, algo para nada desconocido en la historia de las relaciones entre Estados, la vieja política internacional podrá alterar el curso de la nueva política internacional.


 

 

Entrevista realizada por: Lic. José Humberto Blanco Trejo. Director de CEINASEG.