Posterior al discurso político del ex presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Mijaíl Gorbachov en 1991, se derivó un reestructuramiento en el sistema internacional, a raíz del anuncio oficial de su desmembramiento territorial, dando pauta para la reaparición de países que en un primero momento fueron soberanos, conllevando así al ingreso de más miembros dentro de la Organización de Naciones Unidas (ONU), que a su vez promovieron el cambio de representación legítima del Estado soviético, siendo este, la Federación de Rusia (RUS); paralelamente, se produjeron guerras civiles para determinar el estatus político a adquirir, aunado de controversias de soberanía entre ellas por los nacionalismos y arraigo histórico; asimismo, representó la finalización de la Guerra Fría, ocasionando la consolidación  del modelo occidental en términos de desarrollo. Por esta razón, el objetivo del presente escrito es analizar las principales repercusiones políticas generadas tras la disolución de la Unión de Repúblicas, tales como: conformaciones y proclamaciones de territorios independientes, así como de reconocimiento limitado, establecimiento y mejoramiento de las relaciones diplomáticas e instauración de un mundo multipolar en la dinámica de las relaciones internacionales; que se detalla a continuación.

Cabe destacar que, a partir de 1922 la URSS se institucionalizó formalmente, adoptando un sistema político de carácter socialista (Krutogolov, 1976).[1] En tal sentido, buscaba consolidar su causa en el escenario internacional mediante reformas basadas en la planificación estatal, de la mano con la exportación de su modelo político-económico a terceros Estados, sin embargo, fue hasta la culminación de la Segunda Guerra Mundial que logró un mejor posicionamiento frente a los demás actores interestatales, permitiendo mayores adeptos a sus pretensiones de política exterior, dado que se había convertido en una potencia mundial junto con los Estados Unidos de América (EE.UU).

Por tanto, a este contexto histórico se le conoció como Guerra Fría, donde ambas potencias mantenían al sistema internacional en constante crisis, puesto que con sus enfrentamientos peligraban la estabilidad y seguridad de la misma por la naturaleza del conflicto, teniendo como principales campos de acción los siguientes: carrera armamentista, innovación científica y tecnología, búsqueda de reconocimiento y expansión sobre su propuesta de desarrollo; no obstante, estas rivalidades fueron concluidas con el debilitamiento de la política exterior de los soviéticos, producto de los factores internos (dificultad de progreso económico, crecientes nacionalismos, cuestionamiento de la gobernanza) y externos (acontecimientos como la caída del muro de Berlín y la desaceleración económica como resultado de la crisis en 1983), siendo esto la antesala para el anuncio oficial de su desaparición formal, dando cabida a transformaciones en la dinámica  de las relaciones internacionales.[2]

En primer lugar, se puede mencionar que la URSS se dividió en 15 Repúblicas (Armenia, Azerbaiyán,  Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania,  Uzbekistán), entre los años de 1990 y 1991, donde fueron catalogadas como independientes, propiciando su adhesión paulatinamente en calidad de miembros plenos dentro la ONU.[3] Simultáneamente, entraron en la palestra preponderadamente 4 territorios que pregonaban obstinadamente su reconocimiento como Estado, siendo estos: Abjasia, Artsaj, Osetia del Sur, y Transnistria (Sánchez, 1996);  empero, hoy por hoy no han consumado su causa ni se aproximan en ser consideradas como tal por el escaso apoyo político-diplomático recibido por parte de otros actores estatales, principalmente de los Miembros Permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CS).[4]

En concordancia con lo anterior, el surgimiento de estos territorios independientes, así como los que poseen estatus de reconocimiento limitado, corresponden al panorama presenciado por las conflagraciones militares y pugnas de nacionalismo dentro de ellas, considerada como la causante de los conflictos actuales de esa región. A modo de ejemplo se cuentan: la guerra de Transnistria y Moldavia, crisis en Ucrania (anexión de Crimea y Sebastopol, autoproclamación de las Repúblicas de Donetsk y Lugansk), el conflicto en Georgia (independencia de facto de los territorios Abjasia y Osetia del Sur), enfrentamiento entre ruso y checheno como la invasión de Daguestán, la confrontación de Armenia y Azerbaiyán (Nagorno Karabaj), y la disputa de Kirguistán y Tayikistán (Sánchez, 1996). Esto debido al verse desligada del control de la URSS tras casi 70 años de unión, donde la mayoría de ellas se sumergieron en procesos de inestabilidad política, por la conformación de una identidad nacional basada en preceptos ideológicos, religiosos, étnicos y económicos.

Por otro lado, es menester mencionar que, la Carta de las Naciones Unidas estableció originalmente en el artículo 23 los Estados que tendrían el estatus de Miembro Permanente en el marco del CS, entre ellos se encuentra la URSS.[5] En virtud de ello, tras su desintegración, el presidente ruso en su momento, Boris Yeltsin, con el apoyo de todos los miembros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI),[6] acordaron un instrumento político-jurídico por intermedio de una carta con fecha 24 de diciembre de 1991, la cual le informó al Secretario General (SG) de que su país ocuparía el lugar de la ex Unión Soviética en el Consejo de Seguridad y en todos los demás Órganos de las Naciones Unidas, por ende, pretendía ser considerada como su sucesora de funciones de manera oficial (Organización de Naciones Unidas, s.f.).

En este particular caso, RUS junto con la CEI en aras de consolidar su objetivo, se adelantaron a las autoridades de la debilitada URSS antes de anunciar su presionada desaparición formal, quienes comunicaron que el gobierno de Moscú será la continuadora dentro de la ONU. Ante este hecho, el SG remitió una nota a todas las misiones permanentes acreditadas a la Organización sobre la carta recibida por parte de los antes mencionados. Pese a esto, ningún Estado Parte, durante y después de su sucesión formuló objeción alguna sobre el cambio. Por el contrario, la mayoría de ellos reaccionó expresamente de manera positiva a las pretensiones rusas, Así como los miembros de la Comunidad Económica Europea (CEE) constataron el propio 25 de diciembre que la Federación de Rusia había pasado a poseer los derechos y obligaciones internacionales que ejercía la Unión Soviética (Quecedo, 1992).

Consecuentemente, se estableció que RUS ostentaría todas las prerrogativas de la URSS sin ambages en el marco de la ONU. Por otro lado, se trató de una decisión política entre los Miembros de la Organización en permitir esta acción, la cual se debió por el riesgo que podía representar para la estabilidad del organismo. En virtud de ello, el gobierno de Moscú no requirió de un proceso formal para su adhesión ni tampoco para asumir los derechos y deberes reclamados, caso contrario de la mayoría de la Repúblicas nacientes de la disolución, que solicitaron su admisión mediante el procedimiento previsto en el artículo 4 de la Carta de Naciones Unidas (Quecedo, 1992).[7]

En segundo lugar, otra repercusión que es necesaria recalcar fue la referente al establecimiento y mejoramiento de las relaciones diplomáticas entre los actores interestatales en el sistema internacional, resultado de la finalización de la guerra fría.  Es indispensable aludir que, durante los primeros pasos de la URSS, fue aislada políticamente, por el hecho que adoptó empecinadamente una actitud desafiante a la visión de desarrollo predominante, liderado por los países de occidente. No obstante, con el devenir de los años, específicamente a finales de la década de los 80’s esta situación cambió radicalmente, con un giro en su accionar de política exterior hacia uno más pragmático y conciliatorio, con el propósito de entablar una mayor cercanía con ellos para disminuir las tensiones mutuas.

De acuerdo con esto, durante gran parte de su vida política-jurídica, los integrantes de la URSS se reservaron en mantener relaciones más fluidas con los demás Estados que no perseguían el mismo ideal; de igual manera, las autoridades soviéticas trataban de influir a sus aliados para que se abstuvieran de establecer contacto con ellos por sus vínculos ideológicos.  Sin embargo, tras su disolución, esto cambió en gran escala debido a que el control ejercido hacia ellos se había vuelto casi nulo. Por tanto, algunos países desde un primer instante se decantaron en realizar novedades en cuanto a sus lazos estratégicos y alianzas, volviéndose más pragmática, por la misma necesidad de sufragar sus problemas económicos, hasta el punto de adoptar la decisión de formar parte nuevamente de un proceso de integración, siendo esta vez con la CEE.

En este marco, la desintegración de la URSS facilitó el aumento de más miembros en la CEE (denominada posteriormente Unión Europea), lo que seguidamente provocó la firma del Tratado de Maastricht en 1992, llevando consigo reformas importantes en el proceso integrativo en aras de consolidar la unidad política y económica en el viejo continente. Al mismo tiempo, la admisión de ellos también respondía a intereses económicos, tales como: la búsqueda de otros mercados y la comercialización de sus recursos naturales y energéticos. Cabe enfatizar que, pese a la existencia de incertidumbre sobre los posibles inconvenientes para la consolidación de la integración, no supuso un óbice en el momento de implementar medidas intempestivas después a su adhesión como la creación de una moneda común (Euro), ni tampoco obstáculo en la creación de normas comunitarias, las cuales tendrían que adecuar en su ordenamiento jurídico, aún cuando subsistían sectores con un marcado arraigo soviético.

Pese a ese escenario, RUS retomó algunos elementos de política exterior de la URSS, sobre todo en cuanto a la búsqueda de mayor protagonismo, retomando la influencia política hacia los territorios ex soviéticos, para no perder visibilidad en la región y en el tablero mundial, teniendo como resultado que algunos Estados optaran por mantener sus lazos, tal fue el caso de Bielorrusia, y otros que simplemente buscaron entablar nuevas alianzas, esencialmente con los países del bloque occidental.

En este punto, hay que señalar la situación de Ucrania, en donde se buscó desligarse de ella, sin embargo, por un pasado común compartido se le imposibilita dicho cambio, por lo que la mayoría de los sectores de la clase política son escépticos en formalizar o aumentar sus relaciones con occidente. Esto se ha evidenciado con las protestas sobre Acuerdo de Asociación con la Unión Europea en 2014 (Euromaidán) y la oposición constante a su adhesión a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), este último fue una de las causantes de la guerra entre ambas iniciada durante el año 2022 (Ramírez, 2016).[8] Por tanto, la desintegración de la URSS no significó a priori la ausencia total de una presión para los territorios ex soviéticos, para lograr correlacionarse con los demás actores del sistema internacional, aunque esto no obstaculizó para que ellos se acercaran a aquellos países que una vez fueron catalogados incompatibles por sus creencias ideológicas.

En tercer lugar, otra repercusión que se puede añadir es la configuración de un mundo multipolar; no obstante, desde 1945 hasta 1991 dentro del sistema internacional se encontraba un panorama bipolarizado a causa de los protagonistas que llevaban el manejo de las relaciones internacionales, tras la finalización de la segunda guerra mundial,  siendo estos: EE.UU y la URSS, donde cada uno pretendía establecer pautas para los demás Estados para impulsar un desarrollo económico-político bajo sus directrices. Paralelamente, se estaba gestando una reestructuración a nivel de multilateralismo, a partir de la naciente instauración de la ONU, que vendría a sustituir a la Sociedad de las Naciones (SDN), beneficiándose ambas potencias para pregonar sus ideas en la búsqueda de sumar aliados diplomáticos y consolidar la causa que perseguían.

Ante este hecho, el británico Winston Churchill, se pronunció al respecto, a través del discurso en Westminster College, Fulton, Missouri, con fecha del 5 de marzo de 1946, donde enunció el concepto de la “cortina de hierro”, la cual designaba una fragmentación en la palestra internacional, producto de las preferencias ideológicas adoptadas por los Estados, a raíz de la influencia política iniciada por los líderes soviéticos en el Este, y por otra parte de los estadounidenses en los territorios occidentales en Europa (Universidad San Sebastián, 2021). En este aspecto, se vislumbraba un escenario de conflicto no antes presenciado en la historia, por tratarse de un enfrentamiento político prolongado sin recurrir a alguna agresión militar directa entre ambas potencias, dado que trasladaban esta disputa hacia territorios estratégicos para medir su poderío. Esto se prevé con los pronunciamientos del expresidente estadounidense, Harry Truman y el ex Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, Andrei Jdanov, en 1947, quienes reafirmaron mediante sus doctrinas de política exterior, que se consolidaría su causa haciendo uso del convencimiento con su propuesta de desarrollo, de tal suerte que fuera aceptada por los Estado; ineludiblemente, los mandatarios sucesores de los dos países mantuvieron esa misma línea de pensamiento hasta el año de 1991 con la conclusión de la guerra fría.

Aunado a ello, cuando se produce la finalización de la guerra fría, la visión de desarrollo pregonada por EE. UU, fue catalogada como receta universal para los Estados, por el hecho que la sucesora de la URSS, la RUS, se encontraba debilitada a nivel económico y político para continuar con el esfuerzo de proponer otro modelo alternativo, de igual forma, en proseguir con un liderazgo en las relaciones internacionales, adjudicado per se tras la culminación de la segunda guerra mundial. Ante este hecho, el sistema internacional se visualizaba que se estaba configurado de manera unipolar por la falta de competidores a priori; no obstante, con el transcurso de los años esta percepción fue cambiando por el resurgimiento de Moscú y la entrada definitiva de la República Popular China, trayendo consigo la aparición de otros países emergentes, auspiciando un mundo multipolar a nivel económico esencialmente, dado que, trataría de ser un referente para los demás territorios, puesto que aprovecharía la oportunidad de la ausencia de tendencias enmarcadas en el contexto de la bipolaridad (bloque occidental y oriental), para obtener mayor realce y protagonismo a nivel mundial.

Por consiguiente, se estableció una nueva dinámica en las relaciones internacionales, tanto a nivel de desarrollo económico como político, debido a los nuevos actores que buscaban un protagonismo en la palestra mundial. En ese sentido, la interacción entre los Estados cambió considerablemente siendo más asertiva y pragmática, cuestionando el esquema de alineación hacia un polo de poder de cierta manera, donde estaría promoviendo la creación de organismos regionales incluyentes, ocasionando el incremento de las relaciones comerciales como diplomáticas, y mayor confianza en participar en la introducción de problemáticas de interés dentro del multilateralismo, siendo importante en la transformación del sistema internacional.

En conclusión, la disolución de la URSS significó una serie de repercusiones en el sistema internacional, por un lado, permitió la reaparición de territorios que alguna vez fueron independientes, quienes demandaron oportunamente su reconocimiento como tal, los cuales atravesaron situaciones de crisis a nivel interno, por el surgimiento de movimientos nacionalistas que pregonaban una división territorial, en aras de conformar su entidad política. Por otra parte, posibilitó la apertura de una mayor interacción entre los países de ambos bloques (occidental y oriental), donde anteriormente sus relaciones diplomáticas se limitaban en cuanto a preferencias ideológicas; de igual manera, EE. UU fue la mayor beneficiada en su posicionamiento político-económico frente a los demás actores, tras la finalización de la guerra fría, y con ello, mantenerse firme con su ideal imperativo de desarrollo.

Consecuentemente, este acontecimiento repercutió en las relaciones internacionales en su dinámica, dando pauta para una mayor interacción entre los Estados y entrada a otros actores que pretenden obtener protagonismo. Asimismo, es menester señalar que las problemáticas que atentaban contra la estabilidad del sistema internacional nunca desaparecieron, e incluso con el desmembramiento territorial de la URSS, se vislumbró que la coexistencia pacífica no se ha consumado en su totalidad, puesto que los intereses geopolíticos todavía perduran en las potencias, causando una percepción continuista de un círculo vicioso de conflicto permanente.


Referencia

Historiae. (s.f.). Consecuencias de la desintegración de la URSS. https://historiaeweb.com/2016/06/17/consecuencias-desintegracion-urss/

Krutogolov, M. A. (1976). Creación y Desarrollo del Estado sóvietico.  https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/2/890/2.pdf

Organización de Naciones Unidas. (s.f.). Federación de Rusia. https://www.un.org/es/about-us/member-states/russian-federation

Quecedo, A. D. (1992). La desintegración de la Unión Sóvietica y la cuestión de su «sucesión» en las Naciones Unidas. Revista Española de Derecho Internacional, 249-252. https://www.jstor.org/stable/44296602?oauth_data=eyJlbWFpbCI6ImRpYXZpbGVzMDJAZ21haWwuY29tIiwiaW5zdGl0dXRpb25JZHMiOltdfQ#metadata_info_tab_contents

Ramírez, P. T. (2016). El conflicto en Ucrania: el primer enfrentamiento serio de Rusia con Occidente durante la etapa de la post-guerra fría. https://www.scielo.org.mx/pdf/fi/v56n2/0185-013X-fi-56-02-00470.pdf

Sánchez, J. S. (1996). La caída de la URSS y la difícil recomposición del espacio ex-sóvieticos. Papeles de Geografía, 283-298. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/105549.pdf

Universidad San Sebastián. (2021). Churchill: El discurso de la Cortina de Hierro. https://www.ipsuss.cl/ipsuss/columnas-de-opinion/alejandro-san-francisco/churchill-el-discurso-de-la-cortina-de-hierro/2021-03-08/115126.html


[1] A finales de 1922, se celebró una conferencia de plenipotenciarios entre las delegaciones de las Repúblicas Socialistas Federativas Soviéticas de Rusia y Transcaucásica, como de las Repúblicas Socialistas Soviéticas de Ucrania y Bielorrusia, en aras de aprobar un tratado, la cual daría lugar la creación para la unión de ellas, conociéndose así URSS (Krutogolov, 1976).

[2] Con el advenimiento al poder de Mijaíl Gorbachov en 1985, anunció la implementación de medidas a nivel económico (Perestroika: reestructuración) y político (Glasnost: transparencia), a raíz del estancamiento de la URSS, producto de la crisis de 1983 y la mala planificación estratégica, de igual manera, por la sostenibilidad en la gobernanza en la Federación. No obstante, la reconstrucción del Estado soviético mediante estas acciones no fue posible corregir el rumbo de su fracaso.

[3] Los primeros movimientos de independencia iniciaron con los estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), a través de la Revolución Cantada, comprendida entre los años de 1987 y 1991, dando como resultado su separación de la URSS, tras su anexión obligada con el Pacto Ribbentrop-Molotov y la ocupación territorial en 1944.

[4]  En cuanto los territorios que no lograron un estatus de independiente con la desintegración URSS, se puede mencionar que dos no son reconocidas por ningún miembro de la ONU, las cuales son: Artsaj y Transnistria; caso contrario de las restantes (Abjasia y Osetia del Sur), a menos cinco Estados han trasladado su apoyo formal, siendo significativo el respaldo de la Federación de Rusia, en calidad de Miembro Permanente del CS.

[5]  En la práctica se ha observado que el cambio de nombre de un Estado dentro de la ONU no ha conducido a una reforma de la Carta de Naciones Unidas, pese a que se trate de un Miembro Permanente del CS, tal es el caso de la República de China con la República Popular China, donde en 1971 se le otorgó las prerrogativas para ejercer dicho puesto de importancia en la Organización.

[6] Es importante hacer referencia que originalmente fueron once Estados que constituía la CEI, tales como: Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán, donde posteriormente por diversas razones políticas algunos se retiraron de la organización, siendo actualmente conformada por nueve ex territorios soviéticos.

[7] Aparte de Rusia, Ucrania y Bielorrusia no requirieron de un proceso formal para su ingreso en la ONU, puesto que desde la instauración de la Organización formaron partes, pese a no tener un estatus de Estado independiente en ese período.

[8] Una de las organizaciones beneficiadas tras la desintegración de la URSS fue la OTAN, mediante la incorporación de nuevos miembros considerados como zona de influencia soviética. En este ámbito, es menester señalar que, esto ha sido una de las causantes del aumento de las tensiones entre la Federación de Rusia y con los países de occidente.

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Salvadoreño, 1996. Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de El Salvador. Miembro investigador de Ceinaseg. Interesado en temas políticos-jurídicos, integración, desarrollo y política exterior, especialmente en América y Asia-Pacífico.