Viejos y nuevos temas internacionales: la inseguridad continúa
El escenario internacional se encuentra atravesado por una pluralidad de conflictos. Prácticamente no existe ninguna dimensión de la seguridad entre los Estados y, en un sentido más abarcador, a nivel internacional o mundial, que no se halle en situación crítica; incluso en la principal de ellas, la relativa con las armas de exterminio masivo, los “desajustes” producidos entre los poderes mayores a partir del retiro de marcos de regulación cruciales, han incrementado el nivel de dudas en relación con la vigencia del propio equilibrio nuclear.
En clave esperanzadora, algunos expertos destacan que desde 1945 no ha sucedido ninguna nueva guerra generalizada, dando acaso por hecho que el mundo se ha alejado de ese fenómeno protohistórico. Incluso algunos textos de escala del siglo XX, por caso, “Paz y guerra entre las naciones”, del francés Raymond Aron, por citar apenas uno de ellos, se han vuelto perimidos frente a la emergencia de “nuevos temas superadores”. Aunque casi no hay sitio para conjeturas confiadas, como ocurrió cuando acabó la Guerra Fría, momento en que lo promisorio y lo habitual sobre el porvenir contaban con “perfiles” balanceados, existen “capillas” que tienden a considerar que “lo nuevo” podría implicar un horizonte que conduzca a los Estados a una era diferente, acaso alejada de las cuestiones que empujan a los actores a la rivalidad.
En esta perspectiva, el mundo cibernético, la “gestión climática” y, particularmente, la denominada inteligencia artificial (IA), serían los “aceleradores de la historia”. Pero tal vez existe un exceso de confianza en ello. En relación con el hecho relativo con más de siete décadas sin guerras entre poderes preeminentes, es necesario recordar que no ha sido del todo así, pues hubo choques entre actores de escala durante la “paz larga”, como bien la denominó John Lewis Gaddis, por caso, la Unión Soviética y China, India y China, India y Pakistán, e incluso situaciones de tensión extrema entre los dos centros geopolíticos sobre los que se apoyó el régimen interestatal post-1945. Pertinentemente, hace poco un prestigioso experto se refirió al “regreso de las tormentas”[1]
Las armas nucleares implicaron una nueva situación en el contexto estratégico-militar y en el cuadro del régimen internacional bipolar bajo todos sus estados, un tema muy bien estudiado por Morton Kaplan, otro “olvidado”. Ambos, armas letales y régimen internacional, fueron realidades decisivas para que el mundo no marchara hacia un nuevo “estado de guerra” con una dimensión de destrucción desconocida; dicho régimen también resultó capital para que los conflictos periféricos contaran con cierto nivel de “amortiguamiento”.
Pero el mundo continúa sin contar con una “vacuna contra la guerra”, pues las características principales de la política internacional siguen siendo las mismas de siempre: anarquía entre Estados, inseguridad, capacidades, intereses, incertidumbre ante las intenciones del otro, etc. De modo que mientras estos rasgos protohistóricos se mantengan, y no hay mayores razones como para considerar que se encuentran en retroceso, la política internacional no sufrirá cambios de escala.
Las cuestiones relativas con lo que podríamos denominar “nuevo política internacional”, ciertamente permiten conjeturar en términos promisorios; pero es necesaria la cautela, pues en algunos de esos temas las necesidades de los Estados relativas con lograr ganancias de poder frente a otros, pues en la materia el poder es una realidad siempre relacional: importa en tanto se posee más que otro, podrían implicar un descenso (más) de la cooperación internacional, mientras que en otros el grado de incerteza es muy alto.
Por caso, en materia del “nuevo territorio” que supone la cibernética, un reciente estudio estima que las amenazas a la seguridad cibernética continuarán aumentando en 2021 por una razón central: un ciberataque es “una opción atractiva para los Estados porque es imposible probar las responsabilidades. Hay una guerra fría digital[2] entre Estados Unidos, Rusia y China”.
Desde estos términos, si la “vieja geopolítica” implicaba siempre una cuestión de rivalidad entre los Estados por la pugna de intereses sobre territorios, la “nueva geopolítica” suma más conflicto entre Estados, pues implica lo mismo que aquella, solo que en un territorio no mensurable. En cuanto a la cuestión climática, las regulaciones impulsadas para detener el deterioro medioambiental no siempre serán neutrales, puesto que podrían encerrar lógicas relativas con la esencia de las relaciones entre los Estados: relaciones de poder antes que relaciones de derecho. Por ejemplo, tales regulaciones podrían implicar restricciones o bloqueos a países cuyas necesidades de modernización económica afectarían (en principio) el medio ambiente. Finalmente, en relación con la mentada IA, las posibilidades de que la misma produzca cambios que supongan un mejoramiento en la conducta humana son, por ahora, muy conjeturales. Más aún, en la propia comunidad científica hay sectores que consideran que nunca se llegará a un desarrollo total de la IA.
Pero más allá de las apreciaciones que puedan existir en relación con los nuevos tópicos y sus consecuencias en la política internacional, son las cuestiones habituales las que nos sumen en una situación no solo de rumbo incierto, sino riesgoso; pues a la ausencia de un régimen internacional (el último fue el de la “globalización I” en los lejanos años noventa), aquellos que deberían encontrarse pensando formas de convivencia, los poderes preeminentes, se hallan en una situación de rivalidad que, en algunos casos, como ocurre entre Occidente y Rusia, parecería haber tomado un curso prácticamente irreductible, situación que suma inquietud estratégica, pues el rasgo de conflictos irreductibles parecía ser propio de los conflictos que tienen lugar entre los poderes de Oriente Medio, por ejemplo, entre Irán e Israel, pero no entre Occidente y Rusia una vez finalizada la pugna global este-oeste.
Si bien es cierto que las rivalidades entre Rusia y Occidente, por un lado, y entre China y Occidente, por otro, son las mayores y las que más preocupan, los disensos que desde hace tiempo se registran entre “Occidente y Occidente”, es decir, entre Estados Unidos y Europa, merecen una particular atención. Claro que no se trata de una situación que no es ni de guerra ni de paz, como sucede en los otros dos contextos de rivalidad; pero en función de determinadas realidades, de la dispersión del poder, de la posible reconfiguración internacional y de las propias necesidades de una Europa que hasta hoy considera que es posible un mundo con base en su modelo jurídico-institucional, es decir, un modelo que es reluctante con la geopolítica, se requerirá, tarde o temprano, de una definición realista antes que “aspiracional”.
En suma, nunca antes las relaciones internacionales se encontraron frente a tantas temáticas. Lo viejo y lo nuevo se cruzan alimentando diferentes conjeturas, aunque cada vez resulta más difícil contar con “perfiles” o “imágenes” auspiciosas sobre el rumbo del mundo. Más allá del protagonismo de actores y cuestiones no estatales, en las principales placas geopolíticas del mundo los protagonistas son Estados. En las principales placas geopolíticas del mundo los poderes mayores del globo (Estados Unidos, Rusia y China) se encuentran en un estado que no es ni de guerra ni de paz. Pero también en el segmento de poderes intermedios existe una situación de “no guerra”, por ejemplo, entre India y Pakistán, Irán- e Israel, Grecia y Turquía, etc.
Se trata de una situación inquietante, pues son poderes sobre los que recae la responsabilidad mayor de pensar una configuración internacional pactada y respetada que aleje a las relaciones internacionales de situaciones conocidas, incluso también de aquellas que ni siquiera podemos hoy llegar a imaginar.
[1] De interés: https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-10-13/coming-storms
[2] Para ampliar: https://www.luminaegroup.com/top-geopolitical-risks-2021