
Canadá y Europa: Una Alianza Estratégica en Tiempos de Incertidumbre Global
Introducción
En un mundo marcado por tensiones geopolíticas, crisis energéticas y el cuestionamiento del orden multilateral, Canadá y la Unión Europea (UE) han reforzado un vínculo estratégico que trasciende lo económico. Ambos actores se reconocen como defensores de un orden internacional basado en reglas y comparten valores fundamentales como la democracia, los derechos humanos y el multilateralismo.
Lejos de ser coyuntural, este acercamiento responde a una visión estratégica de largo plazo que busca consolidar un eje transatlántico moderno y flexible. Este artículo examina esta relación en tres grandes ejes: (1) la dimensión política, normativa y comercial; (2) la seguridad, la defensa y la transición energética; y (3) el turismo, la movilidad y la diplomacia cultural. A través de estos ámbitos, se analiza cómo Canadá y la UE construyen una alianza integral en tiempos de incertidumbre global.
Para analizar en profundidad esta alianza, es útil comenzar por su dimensión política y normativa, que establece las bases de confianza y cooperación necesarias para impulsar proyectos comerciales y multilaterales conjuntos
Eje 1. Dimensión política, normativa y comercial
Valores compartidos y multilateralismo
Canadá y la UE se autodefinen como “aliados normativos” que buscan defender un orden internacional basado en reglas frente a la creciente fragmentación global (Bratt & Kukucha, 2022). Esta identidad compartida se articula en torno a principios como la democracia liberal, la protección de los derechos humanos y el compromiso con el derecho internacional. Para ambos actores, el respeto a las normas internacionales no solo es un elemento de legitimidad política, sino también un mecanismo de estabilidad en un sistema internacional caracterizado por la competencia de grandes potencias y el auge de modelos autoritarios (Telo & Ponjaert, 2019).
La guerra en Ucrania ha reforzado de manera decisiva esta convergencia política. Tanto Ottawa como Bruselas impusieron sanciones coordinadas contra Moscú, suspendieron acuerdos de cooperación y canalizaron ayuda humanitaria y militar a Kiev, posicionándose como defensores activos de la soberanía ucraniana (EEAS, 2022). Para Canadá, este compromiso se tradujo en el envío de equipos militares y en el liderazgo de la misión de la OTAN en Letonia; para la UE, significó un giro hacia una política exterior más cohesionada y proactiva, materializada en instrumentos como el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz (European Parliament, 2023).
El Acuerdo de Asociación Estratégica (SPA, 2016) representa un hito al institucionalizar esta cooperación política. A diferencia de acuerdos limitados a lo económico, el SPA cubre áreas tan diversas como la gobernanza democrática, el cambio climático, la cooperación en seguridad y la movilidad de personas (EEAS, 2016). De esta forma, proporciona un marco normativo amplio que refuerza la confianza mutua y sirve como plataforma para coordinar respuestas conjuntas a crisis globales, desde pandemias hasta conflictos armados.
Este alineamiento normativo también responde a dinámicas geopolíticas más amplias. Durante las administraciones estadounidenses de corte aislacionista, particularmente bajo Donald Trump, se cuestionaron pilares históricos del multilateralismo como la OTAN o la Organización Mundial del Comercio. Ante estas oscilaciones, Canadá y la UE intensificaron su cooperación para presentarse como guardianes del orden liberal internacional, defendiendo foros multilaterales como la ONU, el G20 y la Organización Mundial de la Salud (Chaban & Holland, 2021).
En este sentido, el acercamiento Canadá–UE no debe verse únicamente como un gesto diplomático, sino como parte de una estrategia de resiliencia normativa frente al ascenso de potencias revisionistas como Rusia y China, es decir, Estados que buscan modificar el orden internacional establecido en función de sus intereses estratégicos (Mearsheimer, 2019). Mientras Pekín promueve modelos alternativos basados en el principio de no injerencia y en acuerdos bilaterales pragmáticos, Ottawa y Bruselas buscan proyectar un modelo cooperativo que combine valores universales con prácticas multilaterales (Smith, 2020).
Más allá de los compromisos políticos y normativos, la cooperación económica se ha consolidado a través de instrumentos concretos como el Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA), que traduce los valores compartidos en beneficios tangibles para ambos socios.
CETA: motor económico y plataforma de cooperación estratégica
El Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA), en vigor provisional desde 2017, constituye un pilar fundamental de la relación económica entre Canadá y la UE. Según la Comisión Europea (2023), entre 2017 y 2021 las exportaciones canadienses hacia la UE crecieron un 25 %, mientras que las exportaciones europeas hacia Canadá aumentaron un 27 %. Estas disposiciones no solo refuerzan la integración normativa, sino que también ofrecen un marco estable para el comercio y la inversión entre ambas partes (Bratt & Kukucha, 2022). Más allá de su dimensión estrictamente comercial, el CETA ha servido como plataforma para iniciativas conjuntas en innovación y sostenibilidad.
Un ejemplo concreto es la Alianza Estratégica en Materias Primas Críticas (2021), que busca garantizar cadenas de suministro resilientes para minerales esenciales como el litio, el cobalto o las tierras raras, indispensables para la transición energética y digital (European Parliament, 2023). En este contexto, se han identificado proyectos estratégicos como el Magneto Dumont Nickel Project en Quebec, reconocido por su bajo impacto ambiental en la producción de níquel (Export Development Canada, 2025). Asimismo, se han desarrollado talleres binacionales sobre tecnologías limpias y foros de cooperación en innovación bajo el paraguas del tratado (EEAS, 2021), lo que muestra cómo el CETA se ha convertido en un motor de convergencia regulatoria y tecnológica, más allá del comercio de bienes y servicios.
En conjunto, estos factores evidencian que el CETA no se limita a liberalizar intercambios, sino que articula una agenda más amplia que integra comercio, sostenibilidad e innovación, fortaleciendo la relación estratégica entre Canadá y la UE. No obstante, el acuerdo también ha sido objeto de críticas en Europa, donde diversos actores políticos y sociales han cuestionado su impacto en la soberanía regulatoria, la protección del medio ambiente y los derechos laborales. Aun así, la cooperación económica y tecnológica constituye un eje clave de la asociación transatlántica, al tiempo que abre el camino para abordar otros ámbitos de interdependencia, como la seguridad y la defensa.
Eje II. Seguridad, defensa y transición energética
Canadá y la seguridad europea
La seguridad constituye una dimensión creciente en la relación transatlántica. Como miembro activo de la OTAN, Canadá ha desplegado tropas en Europa del Este desde 2017, liderando la Fuerza de Presencia Avanzada Reforzada en Letonia (NATO, 2023), gesto percibido en Bruselas como una muestra clara de compromiso político hacia la seguridad europea. Paralelamente, Canadá ha colaborado en misiones de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) de la UE en escenarios como Afganistán, Mali o Palestina (Chaban & Holland, 2021), y participa en el proyecto de Movilidad Militar (PESCO), lo que refuerza su integración en iniciativas de defensa europeas (Council of the EU, 2020).
Un hito en esta cooperación fue la firma del Pacto de Seguridad y Defensa UE–Canadá en junio de 2025, que contempla colaboración en ciberseguridad, gestión de crisis, resiliencia climática y apoyo militar a Ucrania (Financial Times, 2025). Además, habilita a Canadá a participar en el fondo europeo de defensa SAFE, dotado con 150.000 millones de euros para reforzar la autonomía estratégica europea (The Guardian, 2025). Según Geopolitical Monitor (2025), este pacto refleja una “diversificación estratégica” de la UE frente a la incertidumbre sobre el compromiso estadounidense, mientras que para Canadá supone una oportunidad de consolidarse como socio transatlántico confiable y fortalecer su proyección global.
Finalmente, la dimensión de seguridad no se limita al ámbito militar: Canadá y la UE han buscado también consolidar su cooperación energética, conscientes de que la seguridad europea depende de la diversificación y sostenibilidad de sus fuentes de energía.
Energía y transición verde
La crisis energética europea tras la invasión rusa subrayó la vulnerabilidad de la dependencia de hidrocarburos de Moscú. En este contexto, Canadá se ha posicionado como un socio clave gracias a su potencial exportador de gas natural, hidrógeno verde y minerales críticos (Polish Institute of International Affairs [PISM], 2022).
Desde 2007, el High-Level Energy Dialogue (HLED) ha enmarcado esta cooperación en hidrocarburos, renovables y tecnologías de captura de carbono (European Commission, 2023). En 2023, la firma de la EU–Canada Green Alliance elevó el compromiso al incluir metas de neutralidad climática, reducción de metano y cooperación tecnológica (European Commission, 2023).
Un caso paradigmático es la Alianza Canadá–Alemania en hidrógeno verde (2021), que prevé la creación de un corredor transatlántico de hidrógeno y la inversión de empresas como ThyssenKrupp en Quebec (Bratt & Kukucha, 2022). Según estimaciones, este sector podría generar hasta 50.000 millones de dólares canadienses en exportaciones y cientos de miles de empleos hacia 2050 (PISM, 2022).
De este modo, la cooperación energética se convierte en un componente de seguridad estratégica, vinculando sostenibilidad ambiental y estabilidad geopolítica. La apuesta por energías limpias y la diversificación de proveedores no solo fortalece la transición climática, sino que también reduce la dependencia de fuentes vulnerables a tensiones internacionales, como lo evidenció la guerra en Ucrania. En este marco, la seguridad energética se entrelaza con la seguridad militar: asegurar un flujo estable de hidrocarburos, hidrógeno o materias primas críticas resulta tan decisivo como fortalecer las capacidades de defensa.
Sin embargo, este enfoque también plantea desafíos y contradicciones. Por un lado, la presión por asegurar el acceso a materias primas críticas puede entrar en tensión con los compromisos ambientales y con las comunidades locales afectadas por la explotación minera. Por otro lado, la cooperación energética entre Canadá y la UE avanza a ritmos distintos, dependiendo de la capacidad tecnológica, de las inversiones privadas y de la voluntad política de los Estados miembros. Estas limitaciones muestran que, aunque la convergencia energética refuerza la resiliencia transatlántica, también revela las tensiones inherentes entre sostenibilidad, competitividad y seguridad.
Así, las iniciativas conjuntas en energía y clima se integran en una visión más amplia de resiliencia, en la que Canadá y la UE se reconocen como socios estratégicos para afrontar desafíos comunes. Este vínculo entre energía, sostenibilidad y defensa muestra que la relación entre Canadá y la UE ha dejado de ser solo económica para convertirse en una alianza que también busca garantizar seguridad y autonomía estratégica.
Eje III. Turismo, movilidad y diplomacia cultural
Más allá de lo político y económico, el turismo constituye un componente humano fundamental de la relación bilateral. Antes de la pandemia, más de 4 millones de europeos viajaban a Canadá cada año, mientras que unos 2 millones de canadienses visitaban Europa (Destination Canada, 2019). Esta tendencia se ha visto reforzada por la apertura de nuevas conexiones aéreas que responden a la creciente demanda de viajeros post Covid. Air Transat, por ejemplo, ofrece vuelos directos entre Montreal y Málaga, facilitando el acceso de turistas canadienses a la Costa del Sol, mientras que Air Canada opera rutas estacionales entre Montreal, Toronto y Málaga. De manera similar, en Francia se han inaugurado vuelos directos entre Toulouse y Montreal, ampliando las oportunidades de viaje más allá de los grandes hubs.
El turismo no solo genera beneficios económicos, sino que también actúa como canal de diplomacia cultural y de soft power, reforzando percepciones mutuas positivas. De hecho, el Acuerdo de Asociación Estratégica (SPA, 2016) incluye explícitamente la promoción de intercambios culturales y turísticos como parte de la relación birregional (EEAS, 2016). Estos flujos turísticos se complementan con la movilidad académica, a través de programas como Erasmus+, que han permitido la participación de estudiantes e investigadores canadienses en universidades europeas, fomentando así un intercambio sostenido de conocimiento (Chaban & Holland, 2021).
La eliminación de visas de corta duración y la ampliación de rutas aéreas directas entre ciudades como Toronto, Montreal, París, Frankfurt y Londres han potenciado esta movilidad. En términos de preferencias, los canadienses suelen optar por destinos históricos y culturales en Francia, Alemania e Italia, mientras que los europeos privilegian las ciudades multiculturales canadienses como Toronto y Montreal (Eurostat, 2021).
En los últimos años, esta interacción se ha vinculado con un objetivo común: la sostenibilidad. Canadá y la UE han promovido modelos de turismo de bajas emisiones de carbono, apostando por destinos resilientes al cambio climático y fomentando medios de transporte más sostenibles, como el ferroviario y la aviación verde (European Commission, 2023). Sin embargo, estos avances no están exentos de desafíos. El aumento del tráfico aéreo internacional y la masificación de los destinos turísticos pueden contrarrestar los esfuerzos de sostenibilidad, mientras que la transición hacia modelos de bajo carbono requiere importantes inversiones, planificación estratégica y coordinación política entre países y sectores.
Además, el turismo plantea tensiones entre los beneficios económicos inmediatos y la protección del medio ambiente y las comunidades locales, que a veces se ven afectadas por la presión turística. De este modo, aunque el turismo sigue fortaleciendo los lazos humanos, culturales y económicos entre Canadá y la UE, su consolidación sostenible exige gestionar estos equilibrios.
Conclusión
La relación entre Canadá y Europa ilustra cómo las alianzas estratégicas modernas se construyen de manera integral. El SPA y el CETA sentaron las bases institucionales; el Pacto de Seguridad y Defensa (2025) y la Green Alliance (2023) ampliaron la agenda hacia la seguridad y la transición energética; y el turismo y la movilidad cultural reforzaron el tejido humano que sustenta el vínculo.
Lejos de responder únicamente a coyunturas, esta alianza refleja una apuesta de largo plazo por un eje transatlántico moderno, flexible y confiable. A diferencia de la relación con Estados Unidos, más sujeta a cambios políticos internos y fluctuaciones de política exterior, la colaboración con Europa ofrece un marco más estable y previsible, basado en normas compartidas y compromisos institucionales duraderos. No obstante, persisten desafíos: la coordinación frente a crisis geopolíticas, la transición energética conjunta, la gestión sostenible de los flujos comerciales y turísticos, y la integración de nuevas áreas de cooperación tecnológica y digital.
Al mismo tiempo, estas dificultades representan oportunidades. El fortalecimiento de la relación Canadá–UE puede servir de modelo para nuevas alianzas transatlánticas, combinando seguridad, comercio, sostenibilidad y conectividad humana. La consolidación de este eje no solo aumenta la resiliencia frente a incertidumbres globales, sino que también proyecta un liderazgo compartido capaz de influir en normas internacionales, impulsar la innovación tecnológica y promover un desarrollo más sostenible y equilibrado en el espacio atlántico.
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente la organización comparte lo expresado.
Referencias
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Chaban, N., & Holland, M. (2021). European Union–Canada Relations: Cooperation, Disputes and Prospects. Journal of European Integration, 43(5), 611–628. https://doi.org/10.1080/07036337.2021.1917804
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