Hace 26 años el cientista político argentino Guillermo O’ Donnell (1994) publicaba “Delegative Democracy” en Journal of Democracy. En ese artículo se describía una nueva especie, un nuevo tipo dentro de las democracias existentes de América Latina.

En estos tiempos los académicos hemos estudiado los procesos de transición y consolidación democrática  en nuestra región, pero debemos dejar en claro que no todos estos procesos culminaron con los mismos resultados.

Hay factores decisivos a la hora de señalar que ha pasado con nuestras democracias para poder entender muchas de las situaciones que nos toca transitar en el siglo XXI:

  1. Las democracias de América Latina cumplen los criterios de Robert Dahl (1971) para la definición de poliarquía[1].
  2. No son democracias representativas, ni parecen están en camino a serlo.
  3. Pueden ser duraderas, pero no son democracias consolidadas.
  4. Se producen en ellas peleas generales por beneficios restringidos y a corto plazo. Se produce el conocido dilema del prisionero, todo lo contrario a las condiciones que promueven las democracias institucionalizadas.
  5. Las profundas crisis socioeconómicas refuerzan prácticas acerca del uso de la autoridad política.

Por ello entendemos a las Democracias Delegativas como aquellas democracias que no han logrado un progreso institucional, una considerable eficacia de gobierno que permita generar políticas públicas para superar las diversas crisis económicas, políticas y sociales que enfrentan muchos países de nuestra región.

Observamos que en estas democracias caracterizadas por el alcance restringido y la debilidad de sus instituciones las prácticas de funcionamiento son operadas por el clientelismo, el patrimonialismo y la corrupción. “Las Democracias Delegativas se basan en la premisa de quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existente y por un periodo en funciones limitado constitucionalmente” (O’ Donnell, 1992 p. 17). Esta cita es interesante tendiendo a pensar que nuestros líderes se transforman como verdaderos salvadores de la patria, son la encarnación del país, por lo tanto, son los únicos que pueden salvar a una nación enferma.

Podemos sostener que cualquier otro tipo de institución (Poder Judicial o Poder Legislativo) se presentan como meros obstáculos a la plena autoridad que le ha sido delegada al presidente de la Nación. No es para nada extraño que nos encontremos ante concepciones organicistas y tecnocráticas que estaban presentes en los gobiernos autoritarios. Con esto no decimos que no sean democracias, pero si mantienen practicas del pasado.

Es muy común que nuestros presidentes tiendan a crear el mito de la delegación legítima, así como lo han hecho Néstor Kirchner, Hugo Chávez, Rafael Correa o  Luiz Inácio Lula da Silva. Ellos esperan que la ciudadanía los elijan sin importar filiaciones políticas, ellos son los personajes responsables de los destinos del país.

Una vez creado el mito y ya en el poder, los votantes deben convertirse en audiencias pasivas. Festejando todo lo que el líder haga, por ello es que se observa como la falta de rendición de cuentas le da la ventaja de generar políticas rápidas a costa de una mayor probabilidad de cometer error, lo único que importa es el corto plazo, el aquí y el ahora. No es para nada extraño observar como estos líderes experimentan vaivenes de popularidad, en un principio son aclamados como aquellos salvadores, y a los pocos días son fuertemente rechazados tal y cual fueran dioses caídos en desgracia.

El interrogante que proponemos consiste en determinar ¿si esto sucede en toda la región? Se observa una clara diferencia en las características democráticas de los países latinoamericanos. Uruguay, Chile y Costa Rica son tres de los casos ciertamente distintivos, estos a diferencia de la Argentina, Brasil, Ecuador, Perú entre otros pasaron por un proceso de redemocratización que les permitió el ingreso a una democracia institucionalizada. Cuando observamos los diversos indicadores como el Freedom House o el Índice de Desarrollo Democrático en América Latina que da la Fundación Konrad Adenauer podemos observar como los tres países mencionados al principio se ubican en los niveles más altos de desarrollo democrático.

A modo de conclusión, sostenemos que si bien las Democracias Delegativas son democráticas, son claramente menos liberales que las Democracias Representativas y esto queda en evidencia a partir de señalar la gran diferencia de contar o no con una red de poderes institucionalizados.


[1] Los criterios definitorios de poliarquía son los siguientes: Autoridades públicas electas; elecciones libres y limpias; sufragio universal, derecho a competir por cargos públicos; libertad de expresión; información alternativa y libertad de asociación.

Compartir
Articulistas o invitados que escribieron en nuestra página web.