El K-pop y la cultura Idol como herramientas de política exterior
Por Juan Andrés Gascón Maldonado, Melissa Ayala, Oriana Valbuena
Las producciones culturales como estrategia de poder blando
Dentro del universo de las relaciones internacionales, existen dos dimensiones principales donde se desarrolla la interacción entre los actores del tablero geopolítico. Una dimensión de proyección exterior “dura”, tradicionalmente coercitiva, que asociamos usualmente con el ámbito militar; y una dimensión “blanda”, que nos remite a la habilidad de influir en el comportamiento y la percepción de otros actores (García, 2019).
Un ejemplo típico de esta dimensión es el ámbito cultural, que ocupa un lugar de relevancia en los estudios de poder y hegemonía, siendo los estados los actores de referencia a la hora de elaborar estrategias de política exterior que tomen en cuenta esta dimensión (García, 2019). En efecto, según el Diccionario de Relaciones Internacionales, existe una herramienta de política exterior denominada “Diplomacia Pública”, definida como “el esfuerzo del gobierno de influenciar la opinión pública de otros a través de algunos instrumentos como películas, intercambios culturales, radio y televisión” (Dian, 2012), o entendida como el rostro civil de la diplomacia no tradicional, en la cual también encontramos la categoría de “Diplomacia Cultural” (Amoros, 2016; Ocaña, 2019; Sabaté, 2020).
En Asia, pese a una realidad de conflicto y tensión perpetua en varias latitudes, no han faltado motivos para generar estrategias alternativas al uso de la fuerza militar, donde las culturas más antiguas han demostrado ser capaces de adaptarse rápidamente al proceso de globalización (García, 2019). Consecuentemente, esta dimensión blanda se introduce en la región en diferentes direcciones, hacia dentro, por parte de influencias externas y procesos de adaptación cultural y, hacia afuera, como proyección de la región hacia otras regiones, donde destaca la disputa entre China y Japón, en la que siempre se ha incorporado Corea del Sur.
En lo que respecta a este artículo, en Japón y Corea del Sur, se ha evidenciado cómo algunas manifestaciones culturales han alcanzado un considerable grado de internacionalización, cuyo prestigio ha llegado a ser utilizado por sus gobiernos como recursos en la implementación de estrategias de “poder blando”.
Además del liderazgo de gigantes tecnológicos como Samsung o Sony, se encuentran el fenómeno musical y cultural relacionado con la cultura Idol del K-pop (música popular coreana) y el J-pop (música popular japonesa). El K-pop inició una expansión internacional denominada Korean Wave (o “Hallyu”, término utilizado por los medios chinos en los años 90), mientras el J-pop, acompañando al manganime, se fue incorporando en una especie de “diplomacia pop” japonesa (Chort, 2019).
Origen histórico
El género K-pop nace como contraposición a la música coreana desarrollada desde la ocupación japonesa, cuando se potenció el estudio de la música occidental, práctica que se vio reforzada con la liberación de la dominación japonesa después de la Guerra de Corea (1950-1953). Posteriormente, la influencia americana en la música coreana fue fundamental, ya en los años 80 con la evolución de la producción de videos musicales televisados por plataformas como MTV que incluían música junto a coreografías elaboradas, sentaron la base para la creación del primer Idol group en 1987 llamado Sobangcha. Este sería el antecedente inmediato de la revolución musical que llegó en 1992 con la creación del grupo Seo Taiji and The Boys.
El éxito de dicha revolución se vio favorecido por la democratización de Corea del Sur y las políticas adoptadas durante el gobierno de Kim Dae-jung en los 90, las cuales impulsaron la llamada “Ola Coreana” (Hallyu), ya que tenían como objetivo promover las industrias TIC y la cultura propia como factores para un desarrollo económico, mejorando infraestructuras tecnológicas, liberando medios de comunicación y potenciando el intercambio de la cultura coreana con culturas extranjeras, por medio del cual crece la popularidad del K-pop, favoreciendo su exportación a China, Hong Kong, Taiwán, Japón y otros países asiáticos (Sabaté, 2020).
Con la mencionada expansión del K-pop a Japón, y la influencia del pop japonés en el mismo, surge una segunda Ola Coreana. Posteriormente, el K-pop establece un conjunto de elementos diferenciadores que permiten ubicarlo como un género propiamente coreano, como la introducción de ritmos electrónicos, hip hop y bailes mucho más complejos (Sabaté, 2020). Lo que permitió el aumento de dicha exportación, cuyo objetivo no sólo era incrementar el bienestar económico, sino lograr también el reconocimiento extranjero, y de esta manera, en el año 2006 la llamada segunda Ola Coreana llega a nuevas regiones: América del Norte, Europa, América Latina y Oriente medio.
Adicionalmente, desde finales de 2012 hasta 2017, el video Gangnam Style del artista PSY fue el más visto en Youtube, acumulando 2.000 millones de reproducciones hasta septiembre del mismo año, lo que marcó otro éxito del género K-pop, y actuó como el catalizador de lo que podría llamarse la tercera Ola Coreana.
Asimismo, la transmisión del contenido a través de los medios digitales por parte de las compañías de entretenimiento surcoreanas les otorgó el poder, la eficiencia e influencia necesaria para llegar a convertirse en la famosa industria internacional que son hoy en día.
A diferencia del K-pop, la cultura idol-pop en Japón encuentra su puesta en escena a finales de los años 60 y comienzo de los 70, periodo en el cual esta cultura comenzó a ganar terreno en la industria del entretenimiento con la difusión de la misma en medios como programas de televisión y revistas (Lord, 2018), los cuales paulatinamente amplificaron su alcance al crear diversos concursos de canto, como el Star Tanjo, donde muchos aspirantes comenzaron sus carreras.
Sin embargo, no es hasta los 80 que este movimiento toma importancia y alcanza un punto de desarrollo considerable: la conocida “Edad de Oro de los Idols”, marcada por la creación acelerada de nuevos grupos por parte de agencias de entretenimiento como Jhonny’s & Associates, responsables de la fundación del grupo idol masculino más importante de la historia de Japón, SMAP (Lord, 2018).
Asimismo, al ritmo al que crecía el interés por esta cultura, se comenzaron a ampliar los horarios de transmisión de estos concursos de canto, al igual que los grupos contribuian con temas musicales para otros programas de televisión, y aparecian en anuncios publicitarios. También se vio difundida en el mundo del anime, donde eran representadas las costumbres, personalidades, estética y vidas del mundo idol, como es el caso de Love Live! y Aikatsu! (Monn, 2018), e incluso, esta cultura alcanzó el mundo virtual con la creación de idols conocidas como hologramas, siendo Hatsune Miku, la más representativa de todas (Díaz, 2021)
Sin embargo, la cultura idol en su desarrollo posterior, se enfocó en ampliar su popularidad de forma interna, convirtiéndose en un pilar de la escena musical japonesa.
La industria actual y su desenvolvimiento económico
Desde su despegue y creciente popularidad, el K-pop ha pasado de ser una industria experimental a tener una estructura clara y disciplinada. Las compañías de entretenimiento han sido las encargadas de dar vida a este género, siendo SM Entertainment, JYP Entertainment y YG Entertainment las pioneras y más dominantes de este mercado, incluyendose recientemente HYBE Labels a la lista. Dichas compañías se caracterizan por ser autosuficientes, controlando el proceso de creación, desde el sello discográfico hasta el branding, así como conciertos y eventos, a través de la fundación y entrenamiento de grupos femeninos o masculinos como marca comercial (Sabaté, 2019).
El proceso de selección consiste en un reclutamiento, generalmente a través de audiciones, donde son elegidos y convertidos en “trainees” o aprendices para recibir clases de canto y baile, además de idiomas, protocolo, interpretación, entre otras áreas. Esta preparación puede durar de 2 a 8 años y según su desempeño individual las agencias seleccionan a los que encajen con la idea o concepto del grupo que desean debutar. El número de integrantes varía de 3 en adelante y cada uno cumple un determinado rol o función entre los cuales están: el bailarín principal, el más joven, el líder, el que destaca por su belleza física, el rapero y en algunas ocasiones, el vocalista principal (Sabaté, 2019).
Estas compañías llevan a cabo diversas estrategias publicitarias para dar a conocer al grupo, teniendo sus debuts en music shows como Music Bank y M! Countdown, participando en programas de variedad, difundiendo contenido en medios digitales y redes sociales o, desarrollando Apps personalizadas para interactuar con fans a nivel internacional, como es el caso de VLive y Weverse. Paralelamente, se realizan acuerdos comerciales con empresas internacionales para promocionar su marca y distribuir productos y mercancías. En ocasiones son contratados para ser embajadores de marcas importantes como Louis Vuitton o Coca-Cola.
La encargada de marketing digital y relaciones públicas en la industria musical surcoreana, Stacy Nam, opina que «La música idol aquí es dominante y nos la tomamos en serio (…) es una industria musical planificada. Es un negocio que implica mucha producción y que involucra a mucha gente (…) » (BBC News Mundo, 2018), evidenciando la importancia económica que esta industria multimillonaria ha tenido sobre Corea del Sur, registrando para 2017 ventas de US$4.700 millones y los ingresos por streaming en el 2018 aumentaron en un 47% (La República, 2019). Asimismo, BTS siendo la banda más representativa de este género, aporta más de $3.5 billones anuales a la economía, cuyo impacto se traduce también en las industrias de cosmética, moda y comida (Vidwans, 2021).
Al contrario del K-pop, el J-pop se caracteriza porque los Idols, no son especialmente entrenados, y no es necesario que posean habilidades muy desarrolladas en el canto o baile, ya que su modus operandi consiste en debutar grupos numerosos sin experiencia previa para que puedan conectar de manera más cercana con la audiencia y la misma los vea crecer profesionalmente dentro del mundo del entretenimiento (Yuzu, 2019).
El proceso de reclutamiento puede ser a través de concursos televisados o audiciones, y las agencias se centran mayormente en formar grupos femeninos jóvenes con una imagen pública tierna, dulce e inocente (kawaii). Debido a esto, una vez que un integrante alcanza una edad aproximada de 25 años, son reemplazados por un nuevo miembro más joven (Lord, 2018). Las bandas masculinas, aunque cuentan con una audiencia principalmente femenina, también poseen un puesto importante en el género y al mantenerse la importancia de la imagen pública determinada, a cada integrante masculino se le asigna una personalidad o rol.
Las estrategias de marketing priorizan el contacto o interacción con el público; a través de eventos como el “Handshake event”, en el cual se permite conocer al Idol, o en procesos en los cuales los fanáticos participan en la creación de nuevo contenido; como por ejemplo el grupo AKB48, donde los fans pueden elegir que integrantes serían las vocalistas en el próximo sencillo. Esta intención se mantiene en las campañas publicitarias que el grupo realiza con marcas generalmente locales, en las cuales se promocionan productos por medio de actividades pensadas para divertir al fandom. También se utilizan los medios de comunicación para compartir fragmentos de la historia del Idol y generar intriga con el objetivo de que los espectadores sigan el movimiento publicitario en todo momento (Díaz, 2021).
No obstante, la cultura idol-pop japonesa ha tenido un alcance internacional menor al K-pop, lo que ha llevado a Japón a implementar políticas de promoción fuera del alcance nacional. Los grupos idols han crecido hasta convertirse en un mercado de casi 800 millones de dólares (IGNITION Staff, 2015). Siendo el grupo AKB48 uno de los más representativos, vendiendo para 2015 alrededor de $79 millones en CD’s y $53 millones en contenido DVD y Blu-ray.
Su relación y potencial dentro de la política exterior
Una vez descrito el funcionamiento y origen de esta cultura e industria, presentaremos algunos aspectos y hechos donde estos fenómenos culturales han estado ligados o potenciados por la política exterior.
La sostenibilidad del movimiento Hallyu en el caso surcoreano representa todo un desafío empresarial y político, de igual forma, la industria y cultura idol japonesa está en constante adaptación. La internacionalización ha sido un punto fuerte para el uso diplomático de estos fenómenos culturales, aprovechando el posicionamiento global de los productos japoneses y surcoreanos, apoyados por una noción de accesibilidad (costo), sustituyendo la importación de productos nor-occidentales similares (Carranza Ko et al, 2014).
En efecto, la internacionalización busca generar más consumidores, encontrando espacios de consumo en América y en Asia, donde existe cierta proximidad cultural y “racial”, producto de la migración y la globalización, por ejemplo, subculturas como la comunidad otaku, una creciente consumidora de productos idol y de la música pop asiática que ya tiene raíces en Perú, Brasil o Estados Unidos, incluso con mayor aceptación que dentro del propio Japón (Carranza Ko et al, 2014; Rodríguez, 2018).
Un mercado que sigue siendo relevante es China. La progresiva apertura que hubo a estos fenómenos culturales por parte de los mercados chinos generó espacios de interacción y beneficios para la industria idol y pop, al menos para las celebridades o grupos musicales más famosos, sirviendo de segundo debut una vez superado el ámbito local-nacional. Esto tiene visibles implicaciones geopolíticas si consideramos las pugnas culturales y las relaciones de mercado altamente competitivas de las industrias asiáticas (Jungsoo, 2016).
Volviendo a los países estudiados, resulta curioso señalar cómo diversos autores identifican una influencia histórica del J-pop sobre Corea del Sur, quien por el contrario no orientó inicialmente la producción K-pop hacia el público japonés (Lie, 2015). Esto pudiese estar relacionado con la permanencia de cierto prejuicio entre ambas sociedades, marcando las relaciones bilaterales iniciales hasta un giro más positivo en los 2000, por ejemplo, donde el turismo surcoreano estuvo especialmente impulsado por el prestigio de la industria K-pop, mientras Japón incrementó la dotación de recursos a la industria japonesa para hacer frente a su competidor.
El temprano éxito internacional de estos géneros culturales como resultado de una estrategia gubernamental sigue siendo debatido, sin embargo, ya desde los años 80’s, Tokio y sobre todo Seúl dedicaron recursos para exportar la cultura como producto comercial y cultural. Entre 1996 y 1999, el Ministerio de Cultura surcoreano invirtió alrededor de 42 millones de dólares para difundir muestras musicales en el extranjero, usando redes de contacto oficiales del estado e incluso promocionando conciertos como los del grupo H.O.T en China en el año 2000 o Cube Concert en Säo Paulo, 2011, donde el K-pop llegó a Brazil (Jungsoo, 2016).
En el caso de Japón, desde que la industria K-pop llegó a tener una presencia internacional notable, el Ministerio de Economía, Comercio e Industria estableció en 2010 la Oficina de Promoción de las Industrias Culturales que difundió la estrategia Cool Japan, promoviendo industrias estratégicas tanto dentro como fuera de Japón. A partir de entonces el país revaloraría fenómenos como el mangaka, el J-pop y los grupos Idol como herramientas culturales de primera línea, por ejemplo, ante las tensiones con Seúl o Pekín, designando grupos famosos como Arashi en calidad de representantes para promocionar el turismo japonés (Mandujan, 2016).
Esta estrategia de combinar productos culturales musicales, literarios y de entretenimiento, tuvo tal éxito o promoción que llegaron a ser parte esencial de la difusión mediática para los Juegos Olímpicos en 2020, con publicidades en formato anime o presentaciones del J-pop de grupos Idol como AKB48 haciendo propaganda o la presencia de BTS como representantes de la UNESCO (Rodríguez, 2018).
Conclusiones
En definitiva, fenómenos culturales como el K-pop y el J-pop, insertos en la cultura Idol japonesa y surcoreana, han llegado a ser productos cuyo uso diplomático puede identificarse como parte de una estrategia más amplia de posicionamiento internacional.
Actualmente, ambos países buscan fortalecer sus economías después de dos graves crisis mundiales, una en 2008 y otra tras el impacto del Covid-19 en el mundo, e incluso por desastres naturales locales como el terremoto en Japón en 2011.
Ambas naciones aprovecharon una herencia económica beneficiosa de los milagros económicos de la posguerra, sin embargo, son estas industrias y su utilización como herramientas dentro de la diplomacia pública, concretamente la cultural, lo que podría recuperar el ritmo de las balanzas comerciales y, aunado a una ola de digitalización, permitiría expandir el consumo de estos productos culturales por medios ya dominados por las potencias asiáticas. Para Tokio y Seúl, esta competencia e industria, lejos de ralentizarse por la pandemia, ha iniciado una nueva fase de impulso donde el poder blando será más vital que nunca.
Bibliografía
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