Entendiendo las nuevas guerras
Reporte especial: Las nuevas guerras
REPORTE ESPECIAL: ENTENDIENDO LAS NUEVAS GUERRAS
Los conflictos armados del siglo XXI han generado un interesante debate sobre la conceptualización y alcance de las guerras contemporáneas. Desde CEINASEG, te traemos este reporte para que comprendas como operan los conflictos armados del siglo XXI, en un contexto donde los conflictos intraestatales siguen aumentando e internacionalizándose. La guerra es una realidad que nos amenaza día a día con mayor rapidez y mayor crudeza que antes. Los medios de comunicación, las redes sociales y los efectos indiscutibles de un mundo cada vez más interconectado hacen que nos transportemos a los escenarios violentos más inverosímiles. En cuestión de segundos, “estamos en un frente de batalla” lejano, caótico y extraño. Las imágenes y audio se encargan de hacernos sentir en carne propia la crudeza y el dolor del conflicto.
La historia de la guerra nos ha dado importantes lecciones sobre la violencia prepolítica, la violencia primitiva y ancestral, y sobre las guerras antes del Estado nación moderno (Delbrück, 1985), (Keegan, 1993), (Parker, 2010), escenarios donde el aspecto cultural esta por encima del aspecto político. Esta primera consideración de orden conceptual, advierte que la guerra puede ser definida sin la presencia del Estado moderno, sin la presencia de lo político (Keegan, 1993, p. 3) anticipándose al concepto clausewiano.
La guerra hasta ahora entendida como aquel fenómeno dominado por el conflicto entre Estados modernos se ha ido transformando en algo más. Distintas formas de violencia han regresado y desafían los códigos éticos de la guerra y al mismo Estado moderno como garante de ello. Formas de violencia que hacen tambalear los más sofisticados programas en seguridad, haciendo ver las novedosas tecnologías aplicadas en defensa como impotentes. Acompáñanos en este breve pero interesante recorrido sobre las guerras del futuro.
¿Qué es la guerra?
El concepto de guerra tiene varias definiciones. Si consultamos el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española encontramos la concepción clausewiana de guerra: «Lucha armada entre dos o mas naciones o entre bandos de una misma nación» y «desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o mas potencias.»
El modelo de la guerra contemporánea: La que todos conocemos
El modelo de la guerra contemporánea es el modelo de la guerra entre naciones apoyado en el tipo de guerra convencional y limitada; es el modelo al que todos estamos acostumbrados a conocer, el modelo que la literatura y el cine se han encargado de interpretar a lo largo de décadas. Es la guerra entre ejércitos profesionales, entre Estados nacionales que, potencialmente, trastornan el sistema internacional y, que su amenaza hoy, domina el escenario global. No en balde, todavía escuchamos de los medios de comunicación y de la opinión pública interrogantes como: “¿Le declarará la guerra?” (Vestigio del lenguaje de las guerras modernas).
Este modelo o paradigma de la guerra occidental es al que estamos mayormente acostumbrados, se apoya fundamentalmente en el pensamiento de Carl Von Clausewitz (Trad. en 1976). El prusiano, veterano de las guerras napoleónicas, subraya que la guerra pasa por ser fundamentalmente un acto de fuerza (p. 75) y, en este sentido, le llegará a definir como la continuación de la política con otros medios (p. 605). Aquí debemos hacer énfasis en que esta definición se apoya en la matriz trinitaria de: a) pueblo; b) fuerzas armadas; y, c) gobierno
Sin embargo, una forma de violencia mecanizada in extremis que alcanzaría su cenit en el convulso siglo XX. Hablamos de las dos guerras mundiales, dos guerras totales que sacudirían la guerra contemporánea: La guerra total, una guerra con su propia lógica, sus propios fines y sus propios objetivos. La guerra total fue la manifestación de violencia pura y sin cuartel, evidenciando que la guerra puede acariciar objetivos distintos a los políticos (Ludendorff, 1935), (Von der Goltz, Trad. 1914) y derrumbando los códigos y convenciones hasta ahora alcanzados en materia humanitaria y consuetudinaria con respeto a los conflictos.
Fueron una campanada sobre los extremos de la violencia que el hombre, que la humanidad, puede alcanzar en cualquier momento. Quincy Wright (1942), Basil Lidell Hart (1930) y J.F.C. Fuller (1923) por nombrar tres de los grandes tratadistas militares contemporáneos, escudriñan y analizan este modelo de la guerra de manera reflexiva, dos guerras mundiales que pusieron en duda el carácter racional de la guerra. No entraremos en detalle sobre la disputa entre realistas y legalistas, entre la primacía del interés nacional o el derecho positivo (Bellamy, 2009), pero definitivamente ambos conflictos sacudirían los cánones de la guerra hasta ahora conocidos.
El desarrollo del dispositivo nuclear alteró nuevamente la lógica de la guerra contemporánea una vez más. El fantasma de la guerra total rondaba ahora los potenciales conflictos nucleares entre las grandes potencias, de aquí, la emergencia de reintroducir la política en la guerra, reintroducir los objetivos políticos. Con base a esto, Henry Kissinger sería categórico al subrayar la importancia de racionalizar el conflicto armado sin llegar a los extremos de una guerra absoluta (1957, pp. 132 – 173); pero esto no era todo, una nueva campanada sonaría allende las naciones occidentales en el siglo pasado.
Esta vez, se trataba de los movimientos de descolonización y un nuevo tipo de guerra: la guerra revolucionaria. Esta novedosa forma de violencia se extendería por el mundo rápidamente. Su esencia era la noción asimétrica del combate a diferencia de la noción disimétrica practicada por los Estados; y es que, ahora, uno de los adversarios no sería otro Estado moderno, sino un grupo armado y fuertemente motivado para hacerse con el mismo Estado. Este nuevo actor estaba motivado políticamente bajo el manto del nacionalismo u otra ideología encantadora. Este tipo de guerra trastornaría nuevamente los códigos y convenciones de la guerra entre Estados. El combatiente era el político, no el soldado. Esta vez, la guerra tenía una connotación popular y de larga duración. El enemigo estaba mezclado con la población civil. Tanto Mao Tze Tung, Ngo Nguyen Giap, Ernesto Guevara y Georgios Grivas, pusieron en práctica aquellas nociones para derrotar al Estado moderno (Von der Heydte, 1988). Tanto la guerra revolucionaria como la guerra total, ahora en el marco de la amenaza de la guerra nuclear, dibujarían el siglo XX desde la década de los cincuenta.
Violencias políticas del siglo XXI
Hablamos de las violencias políticas que hoy, en pleno siglo XXI, evocan el calamitoso y oscuro pasado de las luchas tribales, clánicas o primitivas, donde no hay uso patente de ordenadores de última generación u otros dispositivos sofisticados. En cambio, las órdenes van de boca en boca, las acciones se realizan bajo estratagemas cuasi ancestrales (emboscadas, o prácticas taimadas de “pega y corre”); y, las armas letales son muchas veces dispositivos explosivos improvisados hechos en un oscuro rincón de alguna localidad. Formas de violencia antes no consideradas guerras y que hoy están solapadas en emergencias humanitarias, guerras civiles, limpiezas étnicas o desplazamientos migratorios forzosos.
Hemos mencionado que, en la actualidad, en un mundo parcialmente globalizado pero cada vez más interconectado, el “sabor” de la guerra está a nuestro alcance, pero estas son unas guerras a las que no estamos acostumbrados. Y es que, lo que antes era visto como escenarios de violencia exóticos, marginales y primitivos; anomalías fuera del pujante “orden” mundial, ahora están a la vuelta de la esquina y a un “click” de nuestros ordenadores y dispositivos telefónicos; para algunos, se trata de un rebrote de los tiempos primitivos.
Lo cierto es que el siglo XX nos dio dos campanadas, dos advertencias de lo que pueden llegar a convertirse las guerras. La primera, la guerra total con dos guerras mundiales, donde se ascendió a los extremos; y, la segunda, la guerra revolucionaria, donde se diluyó la diferencia entre lo civil y lo militar haciendo de la guerra un asunto de todos. Estas afirmaciones no quieren decir que el Estado moderno haya perdido el protagonismo o la exclusividad como actor del sistema internacional, pero definitivamente, ya no es el único actor de peso.
Las grandes potencias aún son fuertes, y nada parece indicar que desaparezcan. Muchos son los análisis sobre el balance entre China y Estados Unidos hoy, sobre cuál será la potencia que dominará el sistema internacional en las décadas venideras. Lo mismo podemos decir de los Estados que se hacen con el protagonismo en determinada región con coyunturales carreras armamentistas o que, por sus meras capacidades de poder relativo, tienen peso en la arena internacional, e.g., India, Pakistán, Israel e Irán.
No obstante, en un mundo cada vez más globalizado, vemos como tendencia el protagonismo de verdaderas ciudades – estados globales (Singapur, New York, Los Ángeles, Hong Kong); eco de aquellas ciudadelas medievales protagonistas de una época; pero, a diferencia de aquellas ciudades amuralladas, hoy se nos presentan estas ciudades postmodernas como verdaderos emporios de un vasto y complejo sistema financiero (Starobin, 2009) que teje la globalización. Frente a este escenario internacional, existe una red aún más compleja de crimen, terror y violencia globalizada que evoca, no a la homogenización, sino a la desintegración y potencial reordenamiento de las relaciones de poder, haciendo ver el proceso globalizador más frágil de lo que es (Porter, 2009), contexto que exige nuevos paradigmas que atiendan la violencia emergente (Grenfell y James, 2009), y esto es lo que trataremos de esclarecer.
En la actualidad, otros tipos o manifestaciones de violencia se desarrollan despertando cada vez más el interés de la comunidad intelectual y de expertos militares, incluso, entre estas manifestaciones estará el terrorismo internacional, que era considerado de manera muy distinta a lo que se le considera hoy. Lo cierto es que debemos esperar hasta el quiebre del sistema bipolar y la reestructuración del sistema internacional para dar con los nuevos enfoques teóricos.
¿Nuevas guerras?
Diversos autores como Van Creveld o Mary Kaldor señalan que la guerra contemporánea ha experimentado transformaciones en cuanto a su objetivo y concepción (Maldonado, 2017). Para el pensador prusiano, Clausewizt, la guerra tiene unos objetivos netamente políticos y racionales (guerra limitada); sin embargo en esta nueva generación de guerras se difuminan los límites entre lo político y la violencia, puesto que confluyen nuevos factores que las impulsan como las diferencias religiosas, culturales y étnicas, lo que ha generado nuevos modelos de guerra donde el objetivo político se difumina o no queda tan claro. La distinción entre civiles y soldados, entre lo público y privado parece más difusa.
Cuando estudiamos el Sistema Internacional de la Posguerra Fría, podemos encontrar diversos conflictos que difieren de aquellos que caracterizaron al período westfeliano (conflictos convencionales entre Estados a través de ejércitos, artillería, capturas de territorios y uso de tecnologías sofisticadas). La década de los 90 fue testigo de la Guerra de los Balcanes que terminó con la intervención militar de la OTAN y la posterior desintegración de Yugoslavia, también podemos hacer mención de la guerra en Somalia y Chechenia que difieren complemente de los conflictos convencionales. ¿Por què?
En primer lugar, el Estado moderno ha perdido el monopolio de la violencia en términos relativos frente a la emergencia de los actores antisistémicos de alcance global, los análisis del Estado moderno han dado nuevas categorizaciones nada alentadoras sobre lo que son los escenarios de estas guerras postmodernas: Estados débiles, Estados fallidos y Estados colapsados (Rotberg, 2003), que ahora sirven de caldo de cultivo para el desarrollo de esos “Estados embrionarios” que se nutren de la guerra, del terrorismo y la violencia estructural.
En segundo lugar, los conflictos que ahora se dirimen se dan al margen de cualquier convención o protocolo de la guerra. El soldado le ha dado paso al guerrero. Los códigos de la guerra le dan paso a los lazos de sangre, étnicos, religiosos y de fidelidad hacia el “señor de la guerra” o “Sheikh”. Ahora se diluye la diferencia entre lo público y lo privado. A fin de cuentas estamos a las puertas de un mundo “más allá de los mapas tradicionales”.
Las nuevas guerras son particularmente cruentas en aquellas zonas que evocan al neolítico, y donde las tecnologías más sofisticadas parecen fallar; de las alturas de las montañas Khyber en Afganistán, a las densas selvas del Congo.
Conclusiones
Las «nuevas guerras» son producto de nuevos fenómenos internacionales como la globalización, nuevas formas de violencia política y el colapso interno de diversos Estados-nación, legitimado la aparición de nuevos actores con capacidad de operar en el campo de la guerra. De acuerdo a la literatura de estos conflictos, la tipología de estas nuevas guerras las podemos resumir en (Maldonado, 2017): nuevos actores (mercenarios, paramilitares, guerrillas etc.), nuevas causas que las originan (diferencias religiosas, étnicas o culturales y por control el control de los recursos naturales), nuevos métodos de combate (asimetría, lucha revolucionaria y violencia dirigida contra la población civil a través de genocidios o masacres) y formas de financiamiento alternativas (control sobre recursos y centros de abastecimiento, tráfico de armas, ayuda exterior etc.)
Es importante hacer hincapié en el colapso de la autoridad pública o la pérdida del monopolio de la violencia que algunos llaman «Estados fallidos o colapsados» y que ha sido causa principal de estos nuevos conflictos como el de Libia y Siria. En vista del colapso del Estado y la proliferación de grupos irregulares, estos conflictos generalmente se caracterizan por la lucha del control de territorios y del gobierno central o la secesión de una región (caso de la extinta Yugoslavia). En el caso de Libia, tras la caída de Muamar El Gadafi en 2011, el país quedó sumido en el caos y la anarquía con un gobierno central débil (pese al apoyo de la ONU y potencias occidentales) y con diversas milicias armadas rebeldes que controlan algunas regiones del país. Sin embargo, estos Estados lejos de quedarse aislados para ser estudiados por filántropos y científicos sociales, se interconectaron, se globalizaron y se internacionalizaron para sobrevivir con sus nuevas formas de violencia.
Finalmente, en la historia de la humanidad, el Estado moderno apenas ocupa una pequeña fracción de tiempo y, con él, las formas contemporáneas de la guerra. Antes del Estado-nación, antes de Clausewitz y Jomini, anteceden miles de años de violencia y guerra. Hoy la descomposición y quiebra del Estado abre una ventana al torbellino de nuevas manifestaciones de violencia, un escenario nada alentador para las generaciones futuras. Si bien el Estado sigue siendo el actor por excelencia del sistema internacional, los grandes ejércitos parecen impotentes ante estas nuevas amenazas de baja intensidad y de larga duración que hoy tienen alcance global.
¿Te gustó el reporte? Este reporte fue elaborado en base a un extenso trabajo de investigación elaborado por el Especialista Edgar Maldonado. Sigue atento a nuestros próximos reportes.