Casi de súbito, Bolivia se ha emplazado en el centro de las cuestiones de escala en la región. La compleja situación no es para menos en el país, como tampoco lo es para la vecindad un posible curso de los acontecimientos hacia escenarios de descomposición o disrupción geopolítica mayor.

En los países regionales la discusión estuvo (y continúa estando) muy centrada en si en Bolivia hubo o no hubo un golpe de Estado, tema sin duda importante, aunque algo perimido. Tal vez la discusión debería encararse en dirección de aquellas relativamente nuevas áreas de reflexión que reclama la ciencia política en el siglo XXI.

Pero si hay algo fuera de toda vacilación que demanda la crisis en el país vecino, ello es la necesidad de considerar análisis relativos con los intereses nacionales; y en relación con esto no podemos decir que hubo demasiado: la verborragia ideológica prácticamente clausuró, anuló y (en algunos casos) hasta repudió la reflexión en clave geopolítica.

Siempre será conveniente considerar el escenario más complejo e inesperado ante una determinada crisis. Los expertos no deben temer abordarlos, porque, siempre anteponiendo nuestros intereses nacionales, nunca será tan costoso aventurar una hipótesis comprometida que finalmente no se produjo, que una que termine rebasándonos completamente y nos apremie en la búsqueda de salvaguardas, algo que habitualmente termina siendo dominado por la improvisación.

Centrarnos en aquello que entraña desafíos mayores para nuestra seguridad e interés nacional y no en aquello que es periférico y nos debilita, nos aleja de la condición de “país de geopolítica-cero” y nos acerca a la altura de enfoques propios de “países de geopolítica ineludible”, que son los enfoques que deben predominar principalmente en “países-continentes” como Argentina, para utilizar el concepto de Ratzel.

El escenario de situación crecientemente descontrolada y hasta de confrontación civil mayor en Bolivia cobró cuerpo desde el mismo momento que Evo Morales dejó la presidencia. Considerando el doble vacío de poder que se produjo, el que empujó al ex mandatario a dimitir y el que siguió a su renuncia, no se trata de un enfoque o hipótesis desmedida; incluso en caso de un inminente llamado a elecciones, pues (erróneamente) pareciera que existe un automatismo entre la convocatoria electoral inmediata y la serenidad social

Siempre es necesario considerar la experiencia antes que lo deseable Y en este sentido, el lugar geopolítico común en Bolivia ha sido la tendencia hacia la fragmentación nacional: si existe un país en Latinoamérica donde las fuerzas de la fisión geopolítica son más fuertes, ese país es Bolivia, la «rodilla» del subcontinente, según sus estudiosos

Fisión no solamente por los fuertes localismos que se concentran en Bolivia, sino por la notable diferencia que existe entre el oriente y el occidente del país. Mientras en el primero la dinámica socioeconómica es vital y afluente, en el segundo predomina la marginalidad y la pobreza. Por ello, no fue casual que cuando tras el final de la Guerra Fría surgieron nuevos Estados y se arrojaron hipótesis sobre una notable expansión del número de entidades políticas en el mundo, en América Latina fue Bolivia el país que más atención concentró en relación con el posible surgimiento de “nuevas banderas”.

En el estado de situación actual, cualquier intento de separación geopolítica equivaldría a la confrontación civil, en la que el denominado “nacionalismo biológico” crearía situaciones inesperadas en el país y en la región.

Fisión por acción de las fuerzas localistas, fisión por la dinámica geográfica diferente, pero también fisión por “la maldición de los recursos naturales”, es decir, por la posibilidad de que Bolivia pierda la administración propia de sus activos (algo que debe reconocerse a Morales) y la historia regrese al país, aunque del peor modo: ingobernabilidad interna/injerencia externa.

Bolivia podría convertirse en el primer caso regional de lo que se conoce como “soberanía participada”, esto es, ante la imposibilidad de que los bolivianos puedan administrar sus activos estratégicos, otros actores necesariamente lo deben hacer por ellos.

No hace falta aclarar que este escenario también exacerbaría el nacionalismo y, por tanto, la confrontación.

Estos escenarios podrían afirmarse en Bolivia con las consecuentes externalidades, principalmente sobre los países más próximos. Hace tiempo que la seguridad es un concepto que se pluralizó, siendo una de las “seguridades” la relativa con lo social. Como ejemplo actual, la guerra en Siria ha provocado una desbandada de millones de sirios que deambulan por la región y aguardan dirigirse hacia la “zona afluente” de Europa, algo que difícilmente sucederá.

Ante una situación de crisis mayor en Bolivia, ¿cuentan los países regionales con planes de contingencia? Asimismo, ¿han trabajado dichos países con escenarios de caos nacional funcionales para los denominados poderes fácticos, por caso, el crimen organizado?

En breve, es deseable que Bolivia se encamine hacia la normalización política y la paz social. Pero la realidad nos indica que el país se encuentra más próximo al quebrantamiento de dicha paz que de la estabilidad. Es imperioso considerar consecuencias, aún las más osadas.


 

Publicado originalmente en el portal web «Arbodajes.com.ar» 

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Argentino. Doctor (summa cum Laude) en Relaciones Internacionales. Profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (República de Argentina). Posgrado en Control y Gestión de Políticas Públicas. Profesor Titular de Geopolítica en la Escuela Superior de Guerra Aérea. Ex profesor en la UBA. Fue Director del Ciclo Eurasia en la Universidad Abierta Interamericana. Ex-Director del medio Equilibrium Global. Columnista y colaborador en revistas especializadas nacionales e internacionales. Autor de numerosos libros donde predominan cuestiones sobre geopolítica y sobre Rusia. Su último libro se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, editado por Almaluz, Buenos Aires, 2023.