Los llamados movimientos sociales despiertan hoy grandes interrogantes. La emergencia de estos conglomerados sacuden las democracias occidentales bajo la bandera de la diversidad, igualdad y respeto plural. ¿Responden estos a una agenda oculta?, ¿son el brazo operativo de una izquierda internacional? Esta breve investigación responderá estás interrogantes exponiendo de forma sumaria algunos elementos puntuales de estos actores geopolíticos contingentes. Atenderemos el tablero donde se desenvuelven así como las diferencias que les alejan de los movimientos revolucionarios del siglo XX para finalmente alcanzar nuestro objetivo; el de despejar el componente ideológico y deconstructivista de un fenómeno eminentemente postmoderno y que definitivamente se ha divorciado de la ortodoxia marxista. Hablamos de un vuelco semiótico que entreteje a estos nuevos actores y que hoy debemos atender.

Palabras clave: Deconstrucción; Democracia; Movimientos Sociales; Postmodernismo; Geopolítica.


  1. Hoy la relevancia de los denominados movimientos sociales a nivel global es notoria. Nuevos actores de peso que se elevan sobre la explosividad emotiva de muchos grupos. De sus agendas reivindicativas a las acciones vandálicas y criminales en nombre de una justicia social verdadera. No es nuestro propósito juzgar aquellas acciones, al contrario, pretendemos adentrarnos en su naturaleza, en discernir sus parámetros intelectuales e ideológicos como nuevo actor geopolítico de peso. Sobre ellos son muchas las interrogantes que aún quedan por resolver y de esto trata la siguiente investigación. El procedimiento que hemos asumido en esta investigación preliminar responde a dos campos o dimensiones epistemológicas algo alejadas pero no excluyentes. En primer lugar, avanzaremos desde la visión de la geopolítica no tradicional o clásica, sino más bien desde la geopolítica que optamos por denominar, la geopolítica de la vulnerabilidad. Donde ya no solo es el Estado nación el protagonista. Hablamos de una geopolítica caótica y decididamente más dinámica y donde otros actores no estatales pueden estremecer no solo a los Estados sino a regiones completas. Desde este campo del saber lograremos retratar el tablero global donde los movimientos sociales de hoy se desenvuelven. En este sentido dos conglomerados geopolíticos se levantan como teatro de operaciones para aquellos movimientos. Hablamos del conglomerado de las democracias representativas y el conglomerado de las nuevas autocracias y autoritarismos en sus distintas gradaciones.

En el primer aparte de este trabajo se podrá ver que cada uno de estos conglomerados geopolíticos condiciona el accionar y conducción del movimientos social. Nuestro punto de partida. En este punto nos  enfocaremos solo en el escenario de las democracias representativas, caldo de cultivo de este nuevo y no tan nuevo actor. Como régimen “no acabado” responderemos el por qué la democracia se presenta como el escenario idóneo para el movimiento social. En la segunda sección nos enfocaremos en diferenciar el movimiento social de hoy de los movimientos revolucionarios de ayer. Si bien ambos son grupos que enarbolan banderas de un cambio radical y revolucionario, podremos ver que desde su naturaleza hasta su conducción y estrategia, difieren notablemente. La interpretación ideológica de la insurgencia ha dado un vuelco en la actualidad, vuelco que es de vital importancia tomar en cuenta para una correcta comprensión. Por esta vía llegamos a la tercera sección, la sección cardinal de esta breve investigación, y donde despejaremos las dudas sobre el accionar ideológico deconstructivista o postmodernista de los movimientos sociales actuales. En este punto nuestro llamado se eleva a una cuidadosa lectura de aquella “relectura del mundo” que dan estos movimientos sociales y su nueva reinterpretación del mundo como fenómeno semiótico sin precedentes.

  1. Un tablero geopolítico vulnerable

Cuando hablamos de geopolítica se nos viene a la mente el mapa político mundial y la confrontación de grandes potencias como si de un tablero de ajedrez se tratase. Es a fin de cuentas la idea elevada por el imaginario popular que aún convive entre nosotros. Y es precisamente en este punto donde nos preguntamos, ¿qué relación tiene un movimiento social con la geopolítica mundial actual? Generalmente la geopolítica se ha dividido como disciplina en tres corrientes más o menos estables y ciertamente diferenciadas. La primera, la geopolítica clásica o tradicional, la que hemos descrito arriba; la segunda, la geopolítica de la vulnerabilidad, la que rebasa los Estados y suma actores no estatales en su análisis. Una geopolítica mucho más compleja y adaptada a nuestro presente. Y, la tercera, tal vez la más radical, la geopolítica crítica (AGNEW, 1998) aquella que se enfoca en la deconstrucción de los discursos de poder que construyen las interacciones geopolíticas tradicionales. Partiendo de esta clasificación taxonómica pero ilustrativa, hemos optado por apoyarnos en la segunda corriente, la de la geopolítica de la vulnerabilidad, ya que el movimiento social como actor no estatal ejerce una influencia notable y de peso dentro y fuera del Estado que le ve surgir logrando trastornar no solo la política domestica del Estado, sino también las relaciones internacionales.

En principio debemos reconocer que el movimiento social es hoy un fenómeno que ha desbordado lo local y aún lo regional. Es un fenómeno que incluso trasciende las líneas que separan las civilizaciones actuales. Un fenómeno que se ha plegado a la lógica de la globalización. En suma, los movimientos sociales son un fenómeno eminentemente geopolítico. Y como actor geopolítico los movimientos sociales se mueven en un cuadrante geográfico espacial determinado, pero decididamente con más facilidad en un entorno que en otro. Qué queremos decir con ello, que el movimiento social se desarrolla, crece y actúa de manera distinta en el cuadrante espacial de las denominadas democracias liberales y representativas que en el cuadrante espacial de las autocracias y nuevos autoritarismos. De aquí que nuestro tablero geopolítico para considerar sea el más vulnerable y el más significativo. El de democracias occidentales.

El tablero global si dudas se caracteriza por estar dividido en dos grandes conglomerados más o menos diferenciados. Ya no hablamos de dos bloques ideológicos. El fin de la guerra fría no fue el fin de una ideología, sino más bien el reacomodo de los grandes poderes mundiales. La idea de que los conflictos ideológicos se disolverían y que las democracias liberales asumirían el liderazgo global no fue más que una ilusión pasajera. Robert Kagan diría que aquello no fue sino un espejismo (2008). Hoy hablamos de un choque nada novedoso pero que definitivamente ha vuelto a la palestra. Nos referimos al choque entre las democracias representativas por un lado y las  autocracias por otro lado. Ciertamente el mapamundi no es el mapa de las democracias del mundo, de hecho estas son una increíble minoría si se les equipara cuantitativamente, de tal suerte que el mapa de la llamada comunidad internacional de valores democráticos no es ni debe coincidir necesariamente con el mapa de los países del mundo. Ya la llamada Escuela Inglesa de las Relaciones Internacionales nos adelantaba la diferencia entre sociedad internacional y sistema internacional entendiendo que la primera solo puede existir cuando los Estados integrantes del sistema internacional tienen intereses y valores en común (BULL, 1976). Como por ejemplo los valores democráticos. De aquí que la comunidad internacional actual presenta grandes contrastes y hasta contradicciones, donde difícilmente podríamos encontrar, entre tantas cosas, consenso sobre el valor de las libertades políticas

En cuanto al tablero regional que nos compete, en esta oportunidad no nos referimos a un continente o una región específica del mapamundi. Rompemos los esquemas tradicionales y cuando hablamos de un tablero regional nos referimos al conglomerado de las democracias liberales y representativas que bien desbordan el mundo atlántico. Este escenario es la arena del conflicto actual de los movimientos sociales. Esto no quiere decir que las autocracias o autoritarismos modernos sean inmunes al fenómeno de los movimientos sociales. Y es en este punto cuando cabe preguntarnos entonces, ¿por qué son las democracias más susceptibles que las autocracias frente a los movimientos sociales? En nuestro examen preliminar tanto las autocracias como las democracias son propensas al movimiento social, solo que a diferencia de las últimas, las democracias representativas estimulan y abonan el terreno sobre el cual se levantan esas manifestaciones informes y horizontales que se alejan de aquellos viejos cuadros disciplinados revolucionarios. En las nuevas autocracias o regímenes políticos de un solo partido, sucede algo distinto, la agenda del movimiento social es generalmente arrebatada por el partido político o grupo dominante desplazando al movimiento social y confinándolo desde su posición de poder a la categoría de grupo reaccionario. La nueva autocracia se adueña del discurso revolucionario, inclusivo, reivindicativo, asfixiando cualquier manifestación disidente. Acá los movimientos sociales no cuentan con las ventajas y el margen de acción amplio que tienen en las democracias occidentales, por lo que el desenvolvimiento de estos movimientos es mucho más precario. Pero volvamos al conglomerado que nos interesa. El de las democracias representativas.

Un análisis detenido a la gramática democrática nos da algunas pistas del asunto. Hay todo un vocabulario rico en conceptos que entretejen el discurso y la gramática democrática que crean la autoimagen de la democracia según la entendamos en su momento determinado. La convergencia entre lo que sería una democracia ideal y lo que es una democracia real deja entrever una articulación dinámica de voces políticas fundamentales como derechos, igualdad, inclusión, libertad, voces que validan o pretenden validar manifestaciones sociales como expresiones de verdadera democracia de un determinado colectivo o grupo. La democracia representativa se nos presenta así como un perpetuo campo de batalla discursivo… Campo de batalla y terreno fértil para que nazcan y proliferen los movimientos sociales que enarbolan diversas banderas reivindicativas. Si nos remontamos a lo que es realmente una democracia veremos que aquello no es de extrañar. Aquí nos alejamos de las definiciones politológicas tradicionales y preferimos en contraste definirle como un constante “por hacer”. Como una institución imaginaria de autocreación constante (CASTORIADIS, 2007) que pretende su propia racionalización, y donde día a día millones se reconocen en su discurso. La democracia se eleva sobre su propio drama existencial, el de la lucha pacífica por el poder (ARON, 1999) de lo que bien podemos sustraer que por su esencia la democracia estimula dicha competencia o lucha por el poder, y, cuando lo hace, lo hace invitando al gobernado a “atacar” al gobernante, haciéndola ese perpetuo campo de batalla idóneo para el movimiento social de hoy. Es entonces cuando la democracia engendra al movimiento social por su mera existencia y cuando lo hace le garantiza su desenvolvimiento dentro del Estado. En este punto cabría preguntarnos si el movimiento social tendría límites. La respuesta puede ser ambigua ya que una democracia amenazada desde dentro no es fácil de diagnosticar. La libertad de culto, la libertad de expresión y los derechos adquiridos han fungido muchas veces como “llave de judo” contra la misma democracia. A esto le llamamos: la virtud paradójica de la democracia.

Con esto queda claro que los movimientos sociales se presentan definitivamente como manifestaciones geopolíticas no tradicionales. No son las primeras. Pero tampoco seguramente serán las últimas. Desde mediados del siglo XX los movimientos revolucionarios o de liberación nacional fungieron como verdaderos contrapesos en el tablero geopolítico, no obstante entre ellos radica una profunda pero sublime diferencia que bien puede pasar por alto el lector; y es que para el momento y aún más, por su naturaleza, el movimiento revolucionario tenía por objetivo último hacerse con el aparato del Estado, convertirse en Estado. El movimiento social del siglo XXI en cambio combate el Estado no para adueñarse de el sino para deconstruirle en términos derridianos, cuestionándole al límite de su propia existencia, lo que le convierte en una amenaza realmente más perturbadora para el mismo Estado. ¿Es entonces el Estado el enemigo de las libertades? Ya grandes ideologías han avanzado por este sendero por lo que no encontramos ninguna novedad actual. Desde el anarquismo al comunismo el Estado ha sido definido como un ente opresor. El punto acá es que el movimiento social no solo mina al Estado sino al tejido social que levanta la misma democracia. El cuestionamiento desborda al aparato estatal y se adentra en la cotidianidad del ciudadano. El mismo Jacques Derrida subraya que: “los movimientos de deconstrucción no afectan a las estructuras desde afuera: sólo son posibles y eficaces y pueden adecuar sus golpes habitando estás estructuras” (1988, 21) Aquellas estructuras hoy las identificamos como las mismas entrañas de las democracias occidentales, cuna de las grandes libertades.

III. Los Movimientos Sociales han cambiado

A lo largo de la historia hay innumerables similitudes, paralelismos y lo que muchos llaman “coincidencias”, pero de si algo estamos seguro desde el estudio de la Historia es precisamente que la historia no se repite… Mucho hemos escuchado de una nueva “guerra fría”, y de ella la matriz de una nueva izquierda orquestada para dislocar las democracias occidentales hoy. Sin embargo tanto los actores como las circunstancias han cambiado. Y es en este sentido que no podemos entender los movimientos sociales del presente desde la óptica con la que estudiamos los movimientos revolucionarios del pasado siglo. En aquel siglo encontramos movimientos sociales que fueron absorbidos y canalizados por grandes ideologías dominantes. Algunos de esos movimientos fueron de carácter temporal, otros, convertidos en verdaderos movimientos revolucionarios de cuadro, otros, poco más que grupos antisistémicos, y otros, simplemente pasaron al olvido por su efímero impacto en su entorno inmediato. Eran tiempos de guerra fría y de una bipolaridad sistémica. De la lucha entre dos grandes bloques ideológicos donde las periferias serían el escenario de este nuevo fenómeno. Hoy el escenario de los movimientos sociales es el corazón mismo de las democracias modernas. La arena de este nuevo combate está en sus entrañas. El tablero geopolítico se ha movido… Veamos entonces en qué se diferencian aquellos movimientos de los movimientos actuales.

Antes de proceder, debemos subrayar que los denominados movimientos revolucionarios no han desaparecido de los anales de la Historia. Su potencial siempre estará allí. Sin embargo lo que aquí nos compete es levantar las diferencias entre ambas expresiones geopolíticas y sociopolíticas. Expresiones o manifestaciones que decididamente han trastocado el mapa del mundo. En términos generales podemos enumerar tres componentes cardinales que les diferencian en su naturaleza y en su proceder.

El primero de estos tres componentes atañe al objetivo o aspiración de uno y otro. Aquí encontramos la primera gran diferencia entre un movimiento revolucionario y un movimiento social. Si revisamos las experiencias pasadas veremos, como ya hemos mencionado líneas arriba que los movimientos revolucionarios del siglo XX aspiraban hacerse con el Estado, bien sea por los medios violentos o bien sea al ser geometrizados por el Estado nación, con la única finalidad de darle una nueva forma una vez alcanzado el poder político. ¿Cómo hacía esto? Generalmente este objetivo era planificado desde la clandestinidad, desde las sombras del Estado; y para ello maduraba todo un aparato insurgente que apuntaría al asalto y toma del poder; e.g., Vietnam, Cuba, Nicaragua, y otros escenarios. Otro camino era el del diálogo y la negociación tras el fracaso de los medios violentos. En este sentido el movimiento revolucionario se hacía Partido político para entrar en el juego democrático del Estado y hacerse del apoyo popular anhelado, con la eventual esperanza de hacerse Estado por la vía pacífica. En Irlanda de Norte y Colombia tenemos ejemplos de esto. Entonces, ¿Podemos decir lo mismo de los movimientos sociales hoy? Difícilmente encontramos algún paralelismo en estos términos descritos.

En el presente los movimientos sociales no aspiran hacerse con el aparato del Estado, su intensión si se quiere es más radical… El movimiento social no desea hacerse partido político y alcanzar el poder ni mucho menos entrar en una carrera electoral. Tampoco aspira asaltar el poder político por la vía armada e insurgente. El movimiento social se pretende diluyente del poder político vertical y de toda institucionalización del Estado. La lectura del poder [político] decididamente es otra cosa. Si tomamos por un momento los eventos de reciente data registrados en los Estados Unidos que involucraron al movimiento social Black Live Matter o a las distintas manifestaciones de diversidad sexual y de género en cualquiera de las democracias occidentales, y, en donde figuran actos violentos, se evidencia que no hay una aspiración política por el poder político ni mucho menos un plan de cuadro para tomar el poder de forma manifiesta y pública. Hay en cambio es una decidida campaña por derrumbar física y metafísicamente las estructuras imaginarias del Estado, la democracia y por su puesto de la sociedad en si misma. De aquí que el medio violento funcione bajo lógicas distintas para los dos casos. Y es que el movimiento social de hoy a diferencia de aquellos movimientos revolucionarios no se mantiene en el tiempo con el mismo ímpetu y fortaleza llevando la lucha armada hasta la meta planteada. El movimiento social de hoy alcanza niveles disruptivos elevados pero no logra mantenerlos. Y no logra mantenerlos por su misma esencia vorágine de deconstrucción que le lleva siempre al punto de inicio. Pasemos a descifrar dos componentes más.

El segundo componente que diferencia uno del otro es de carácter ideológico. De la conexión ideológica que mueve a uno y a otro. Componente que nos revela mucho sobre la naturaleza del movimiento social hoy como actor geopolítico. Recordemos que mientras la política “destotaliza”, la ideología totaliza. Hacer de un concepto, creencia, doctrina, idea o pensamiento un dogma político le confiere ese carácter totalizador. La ideología no dispone de un aparato lógico ni tiene porque tenerlo. La ideología opera desde otro lado, desde el opuesto, desde la emoción y emotividad alimentada por profundas pasiones humanas. La ideología combina así una realidad [percibida] y una aspiración [determinada]. De aquí que racionalizar, o, intentar desde el campo racional y teórico entender el seguimiento de tal o cual ideología no garantiza su entendimiento ni mucho menos su detracción, pudiendo elevar más bien las diferencias a niveles extremos. En este particular nos plegamos a tres definiciones de ideología que engranan perfectamente. Como “ámbito exaltado y emocional de una doctrina” (GOULDNER, 1976); como mecanismo que “legitima la dominación de un grupo de poder” (THOMPSON, 1984); y como “esquema totalizante” (MINOGUE, 1985). Entonces, pasemos a ver cómo la ideología movió al movimiento revolucionario y como la ideología mueve al movimiento social de hoy.

Aquí nos encontramos con una diferencia sublime pero importante. Lo que denominamos la conexión ideológica del movimiento. En el movimiento revolucionario la ideología estaría definida por lo que nosotros llamamos “conexión ideológica vertical” y que en muchas oportunidades aparentó alcanzar la idea de una pretendida dirección monolítica global de insurgencia. Ciertamente Mao Tse Tung había pretendido levantar la bandera de todo aquel movimiento de liberación nacional y revolucionario del llamado tercer mundo. El líder soviético Brezhnev por su lado utilizaría a los movimientos revolucionarios como objeto de su política montándose en aquella ola insurgente. Sin embargo esto distaba mucho de una dirección monolítica de todo aquel movimiento revolucionario por parte de Moscú o Pekín. Muchos movimientos revolucionarios tenían componentes autóctonos y locales que le diferenciarían entre si y aún más les separarían de aquellos pretendidos tutores. Lo cierto es que hoy sabemos que una pretendida izquierda monolítica en el siglo XX fue una quimera, fue idea superficial que alcanzaría una precaria homogenización en la década de los cincuenta, hasta que la Unión Soviética rompiera con China precisamente por profundas divergencias ideológicas. Estalinismo, maoísmo, revisionismo yugoslavo, y otros matices del marxismo durante el siglo XX convivieron precariamente en un ecosistema no de una izquierda sino de varias izquierdas. Hoy el escenario es muy distinto.

En la actualidad, mucho menos que en el siglo XX, podemos hablar de una izquierda internacional monolítica que orqueste todo aquel movimiento social disruptivo en la arena internacional. No hay una izquierda, hay muchas y variopintas izquierdas. Aquí no hay espacio para una dirección política vertical. De hecho la disonancia de muchas de las expresiones hoy de estos movimientos sociales parecen chocar o ser contradictorias frente a los cánones ideológicos de aquellas izquierdas militantes del siglo XX. Y es que el movimiento social opera bajo lo que denominamos la “conexión ideológica horizontal o por enjambre”. El movimiento social de hoy aglomera un alud de creencias ideológicas que a los ojos de un revolucionario del siglo XX sería un sin sentido. No queremos decir que no existe alguna conexión ideológica, al contrario, la conexión ideológica del movimiento social existe pero no es la conexión ideológica del siglo pasado. Hoy lo que “conecta” es la diversidad no la doctrina de partido. Hay una conexión sublime, casi desapercibida pero que decididamente está allí. Pero esta es una conexión que al no percibirse a primera vista genera dos visiones y reacciones antagónicas en la opinión pública. La primera reacción es la que partiendo de que sin una doctrina piramidal no puede existir un movimiento organizado, concluye en que el movimiento social, carente en apariencia de ideales, doctrinas y plan político, queda confinado a meras alteraciones del orden público. Y la segunda reacción es aquella que en vista de no encontrar a primera vista una conexión ideológica piramidal, centralizada, concentrada y uniforme, le adjudican una jerarquía externa que opera desde las supuestas sombras de las relaciones internacionales. La idea de una izquierda global dirigida piramidalmente. Ambas visiones o reacciones buscan emparentar el fenómeno de los movimientos sociales con una estructura piramidal bien sea por ausencia a priori o por su encubrimiento distanciado. Qué implican ambas visiones. Ambas visiones comparten sin duda alguna el imaginario del siglo pasado, el imaginario hereditario de las viejas estructuras ideológicas. ¿Cuál es entonces la conexión ideológica del movimiento social? Es aquella levantada sobre el pensamiento posmodernista de la deconstrucción. Le llamamos horizontal porque no responde a la jerarquía piramidal de las organizaciones políticas tradicionales, y le llamamos de enjambre porque conectan como ramificaciones siguiendo sus propios reajustes oblicuos a medida avanza en acción, reacción y temporalidad. Esta conexión ideológica no puede buscarse en los lineamientos tradicionales de la ideología de un partido, esta conexión esta solapada en el factor de lo “común” como aspiración de ruptura más que de cambio. En este sentido el revolucionario del siglo pasado puede parecer conservador frente al individuo perteneciente a este contingente de particularidades (muy diferenciadas) que rechazan el adoctrinamiento de cuadro.

El tercer y último componente que diferencia los movimientos revolucionarios de los movimientos sociales de hoy, no es más que la naturaleza misma de la conducción estratégica y táctica de uno y otro. Hemos mencionado que adjudicarle una dirección centralizada y jerarquizada al movimiento social es superficial y erróneo, propio de las viejas estructuras heredadas de los tiempos de la guerra fría. Los tiempos han cambiado… Antonio Negri (2019) intelectual del que el postmodernismo bebe grandes ideas, nos adelanta que de la experiencia de los movimientos revolucionarios del siglo XX rescatamos el profundo adoctrinamiento que inspiró aquella izquierda de cuadros militantes disciplinados. Ante todo la obediencia de Partido que coloca la estrategia en manos de un liderazgo claramente diferenciado del resto, y una táctica desarrollada por cuadros adoctrinados, centralizados, concentrados, uniformizados y por supuesto sincronizados. Hoy vemos una extraña inversión de los roles. De hecho el esquema masa – líder desaparece por el de multitud – multitud. Multitud definida también por este mismo intelectual (2004) Pero, ¿Cómo es esto?

El movimiento social actual es reactivo al confinamiento político racional. Aquí no hay una dirección de cuadros obedientes ni militancia adoctrinada al viejo estilo. De hecho, ya no se habla de masas sino de multitud (NEGRI, 2004) y multitud no actúa como la masa adoctrinada. Aquí no hay un ejército del proletariado adoctrinado, uniformizado y sincronizado. Hay una multitud variopinta conectada precariamente por esa misma diversidad. La dirección política del movimiento social es horizontal y precaria. Aquí no hay un Ho Chi Minh ni un “Che” Guevara. No hay un líder guerrillero que monopolice la estrategia del movimiento. Un liderazgo de este tipo es un vestigio de las viejas organizaciones políticas. De hecho los nuevos movimientos sociales cortan sus propias cabezas y se presentan acéfalos. Sus líderes son efímeros, contingentes y se desvanecen con la misma rapidez con la que aparecen en escena. Este liderazgo es definitivamente táctico y no estratégico (NEGRI, 2019). Un liderazgo diametralmente opuesto al liderazgo de los movimientos revolucionarios. Que el liderazgo sea ocasional no quiere decir que el movimiento sea desordenado o este desarticulado. Aquí las grandes tesis del postmodernismo han jugado un rol preponderante. Y es que el movimiento social no necesita de las directrices de un Partido político, vieja estructura que también está en crisis hoy.

  1. ¡Llegamos a la deconstrucción del mundo!

¿Es la deconstrucción una revalidación del marxismo? No lo creemos. Ya no se trata de reinterpretar al mundo para transformarlo. Se trata de transformarlo sin interpretarlo. Poco interesa la interpretación, el imaginario preconcebido o la autoimagen que del mundo se tenga. El movimiento social sacude los cimientos de la razón científica y por supuesto política de la sociedad democrática moderna… Hemos llegado al enfoque central de esta investigación. Al espacio del postmodernismo. Al espacio de la deconstrucción. Para muchos ha llegado el momento de ¡Deconstruir el mundo como un texto! De esto se trata esta nueva y no tan nueva corriente intelectual envolvente y seductora que los movimientos sociales de relevancia actual han asumido hoy. Pero vayamos con cuidado con esta afirmación.

De que trata la deconstrucción, como opera esa deconstrucción del mundo. Ciertamente la deconstrucción es un instrumento controvertido. No se trata pura y simplemente de marxismo. Algunos le adjudican la categoría de marxismo cultural o neomarxismo. Nosotros vamos más allá. Una izquierda foucoultiana (RORTY, 1996) muy peculiar. Y es que definitivamente la ortodoxia marxista ha quedado en el pasado incluso para estas nuevas izquierdas. No hay hoy un retorno puro y simple a Marx La deconstrucción no se pretende dogma oficial de algún poder constituido o gobierno. Ni mucho menos pretende adueñarse de una pretendida lucha de clases. Al contrario, vestigios de aquella vieja izquierda navegan en esta nueva ola insurgente y buscan protagonizarle. Tarea nada fácil ya que la deconstrucción sobrepasa al marxismo. Pero comencemos con el término de deconstrucción. Este fue acuñado por el filósofo francés Jacques Derrida, quien lo inventaría inspirándose en el ya controvertido concepto de “destrucción” de otro gran filósofo, Martin Heidegger. Además de Jacques Derrida, las estrategias expositivas de un Michael Foucault, un Gilles Deleuze o Antonio Negri, por nombrar tres, tienen bastante arraigo hoy dentro de las líneas maestras de los movimientos sociales. Ciertamente son intelectuales que comparten en común un pasado militante dentro de las filas de partidos comunistas, así como abiertas simpatías por regímenes como el maoísta en algunos casos, pero de aquí a sus planteamientos hay distancias. Por ejemplo, Alain Badiou ya advertía sobre las recaídas entre “derechas” e “izquierdas” (2009) Esta nueva izquierda tiene sus particularidades contingentes y divergentes. De aquí los componentes teóricos de un nuevo marxismo para nada tradicional, incluso, tal vez ni marxista…     

Tenemos que tomar en cuenta que la deconstrucción no busca el sentido de las “cosas”, sino ideas de las cosas. Una relativización in extremis de las cosas. Una suerte de visión y praxis distorsionada del pensamiento nietzscheano. De allí que nos encontremos con una gran barrera infranqueable e inteligible desde las trincheras de la razón científica. Barrera que el propio marxismo [científico] encuentra frente de si. Hoy emerge de las entrañas de estas manifestaciones la deconstrucción del todo que incluye por supuesto a las grandes teorías científicas. De la historia, nos encontramos con una relativización del hecho apodíctico, del acontecer histórico a través de una nueva interpretación carente de sentido crítico historiográfico que se vale de categorías modernas ajenas a los tiempos históricos. La deconstrucción de las ciencias exactas y las ciencias naturales, de lo que podemos mencionar a los excéntricos terraplanistas. Pero sin dudas la deconstrucción del género humano es agenda capital donde la biología y aún la genética son desechadas, y lo podemos observar cuando son elevadas las voces disonantes que se acercan a condiciones clínicas claras de la psicología… hombres que se creen perros o incluso voces que se alzan a favor de la pedofilia se abren espacio en una pretendida nueva agenda. Los avances en las ciencias exactas y las ciencias naturales no son los únicos echados a tierra bajo presupuestos contingentes y altamente emotivos. La deconstrucción alcanza a la sociedad y al Estado, a la nación y a la democracia, y, por supuesto a la sociedad. El lenguaje inclusivo pretende motorizar esta agenda desde cada rincón de la vida cotidiana. Esta definitivamente no es la intemperancia de la masa en los términos de Ortega y Gasset (1930/2006). Esta irreverencia y cuestionamiento no pretende su espacio sino el de hacer un nuevo espacio bajo nuevos significados. Una visión más radical sin dudas. Esquemáticamente le presentamos de la siguiente manera:

 

Hoy parece desconcertante como se articulan voces y símbolos disonantes dentro del movimiento social. La disonancia que en apariencia tomamos de sus dispositivos lingüísticos, del uso y abuso de voces y categorías de una gramática disruptiva y de una controversial semiótica. Vemos así como por ejemplo la diversidad sexual enarbola entre sus símbolos la efigie de Ernesto “Che” Guevara en sus camisetas, o cómo otros que exclaman derribar el capitalismo se hacen de símbolos propios del capitalismo. ¿Es un sin sentido? Si y no. La respuesta es afirmativa si lo analizamos desde los paradigmas racionales. Pero la respuesta puede también ser negativa. Advertimos acá que un deslizamiento semiótico está ocurriendo en las entrañas del movimiento social en sus distintas capas. Deslizamiento semiótico que no necesariamente signifique contradicción. Se levantan así nuevas significaciones que derrumban o intentan derrumbar viejas estructuras de pensamiento, incluso de aquella izquierda tradicional. Estamos frente a una “espontaneidad imaginante” autorrealizadora del mundo de la subjetivación. De tal modo que una efigie del “Che” en una manifestación diverso sexual no tiene por que ser una contradicción para esta sublimación deconstructivista.

Debemos entender el mundo postmoderno y no lo podemos hacer desde las trincheras de la racionalidad científica que heredamos del imperio de la razón moderna. En el mundo de las representaciones postmodernas la relación objeto – sujeto de cara a una “realidad objetiva” es derrumbada sin más. Para esta segunda modernidad (BECK, 2017) entendiendo que aún conviven valores y creencias de la primera modernidad, la del imperio de la razón científica, lo que hay frente de si son instituciones zombis y categorías zombis, es decir “muertas y vivas” (BAUMAN, 2000) que deben ser enterradas de una vez. Es entonces que se levanta o pretende levantar una nueva “realidad objetiva” que no borra viejos códigos, si no que los recodifica para luego establecer unos nuevos. Estamos a las puertas de un nuevo sistema de interpretación que va a identificar a un grupo determinado. En este caso al movimiento social. El cuestionamiento del todo es la única acción vinculante de estos grupos. Este fenómeno se aleja de la bipolaridad que tradicionalmente referenciamos entre idealistas y realistas. Ambos, son como Richard Rorty les llama, representacionalistas; todo lo contrario a los llamados antirrepresentacionalistas (1996), quienes cuestionan y refutan la autoimagen del mundo. De tal modo que categorizar al movimiento social entre izquierdas y derechas, entre grupos que son representacionalistas nos lleva a un camino sin salida. El movimiento social se escapa de las viejas representaciones.

De pronto nuestra enorme tradición de buscar la verdad se ha visto cuestionada también desde sus raíces. ¿Hay una verdad, una nueva verdad en el marco y estructura de pensamiento de la deconstrucción? Lo que encontramos es una búsqueda que se pretende única y verdaderamente válida. Mucho se escucha el neologismo de “posverdad” tan usado y poco comprendido… Lo cierto es que hay una suerte de “verdad postmoderna” que intenta romper con los parámetros de las ciencias y la misma cultura. Hablamos de un nuevo acceso al mundo natural y social que rodea al hombre; del accionar de un profundo relativismo que hoy nos rodea y donde todo es cuestionado desde las bases más sólidas. Bauman le llama “derretir los sólidos” (2000). ¿Es posible entonces dialogar bajo presupuestos científicos y comprobados con el pensamiento postmodernista? No, porque simplemente esta interrogante no aplica al pensamiento postmodernista. Incluso escapa a ella. La deconstrucción precisamente rompe o intenta romper con la tríada objetividad – racionalidad y verdad, pilares de nuestro mundo moderno. Mundo moderno que palidece frente a una pretendida nueva modernidad. La idea de una verdad objetiva queda simplemente fuera de todo alcance… Esta nueva izquierda, variopinta, foucoultiana y derridiana prevé al mundo como un mundo de significaciones imaginarias construido sobre una recreación poética cruel e injusta que hay que deconstruir.

Fragmentación de toda coherencia. La puesta en duda del todo. Incluso de la misma ideología de izquierda. Una suerte de irreverencia por antonomasia que pretende adentrarse en cada rincón de la vida social. Por lo tanto analizar los movimientos sociales de hoy bajo la óptica de una relectura del marxismo no nos garantiza una comprensión acertada del problema. Hay acá en este pensamiento deconstructivista una condición totalizante, totalitaria, que degenera en una perversión o más bien distorsión de los postulados postmodernos. Ya un gran representante del posmodernismo como Richard Rorty afirmaría que la filosofía derridiana y deleuziana difícilmente se aplica fuera de su esfera. Como este filósofo, creemos firmemente que los intelectuales izquierdistas de hoy desperdician energías en tratar de conciliar disciplinas como la crítica literaria con la praxis política, con el ejercicio de lo político de manera directa (RORTY, 1996). Estamos frente a nuevos y desconocidos retos donde las democracias de hoy deben sobreponerse una vez más ante los peligros de un pensamiento que por su misma diversidad no deja espacio a la divergencia. ¿Estamos verdaderamente preparados para enfrentar la deconstrucción como sociedad moderna?… Usted es parte del texto que en este instante está siendo reinterpretado y potencialmente deconstruido hasta el punto que podría hacerle dudar de quién o qué es usted mismo.


Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente la organización comparte lo expresado.


Referencias bibliográficas

 

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RORTY, R. (1996). Objetividad, Relativismo y Verdad. Barcelona. Paidós.

 

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Licenciado en Historia y Especialista en Derecho y Política Internacional por la Universidad Central de Venezuela, es candidato al título de Doctor en Ciencias Políticas de la misma casa de estudios. Es uno de los fundadores de CEINASEG. Se desempeña como profesor universitario con experiencia en las Escuelas de Historia, Comunicación Social, Estudios Políticos y Estudios Internacionales. Es Jefe del Departamento de Formación Histórico Especial de la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela, Director de Investigación Histórica de la Asamblea Nacional y Miembro del Grupo de Investigación de Lenguajes y Conceptos Políticos de la Escuela de Estudios Políticos y Administrativos. Sus líneas de investigación son la seguridad internacional en el marco de las Relaciones Internacionales y la historia de los lenguajes políticos en el marco de la Teoría Política. Actualmente dedicado al estudio de la representación y representatividad en el marco de la crisis de la democracia moderna.