La Historia la escriben los vencedores…” una frase célebre y ampliamente conocida por todos. Sin embargo la Historia implica más que eso. Del hecho histórico, de la memoria histórica y del espectro infinito de la interpretación histórica hay muchas aristas que superan el simplismo de aquella frase. Es verdad que la revisión histórica constante del pasado es y debe arrojar nuevos y reveladores datos que nos acerquen a una comprensión histórica actualizada. La historia está viva… No obstante el uso ideológico de la historia y su reconfiguración con fines doctrinales y políticos es otra cosa. Hoy, a 209 años de aquel 5 de julio queremos evaluar cómo la historia puede subordinarse a una ideología de pretensiones dominantes. Hablamos del cómo el discurso de una pretendida democracia popular se apropia y hace de las efemérides una nueva historia oficial que justifique un proyecto político particular. Venezuela no es el único país bajo este esquema, bajo este modelo. Hoy nuestra nación bien se puede ubicar en lo que hemos denominado las narrativas arcaizantes, narrativas que caracterizan muchas de las autocracias modernas hoy y le dan otros matices al tablero global actual. Veamos como sucede esto en el marco de un día tan solemne para la República.  

Esta breve disertación se realizó en el marco del Foro Chat asincrónico de CEINASEG, con motivo del 209 aniversario de la firma del Acta de Independencia intitulado ¿Estamos realmente independizados? Desde esta interrogante se levantaron otras más que no se pueden evitar al tocar un tema tan álgido como este y de esto trata las siguientes líneas. En principio intentamos  develar que aquél lenguaje republicano que dominó el escenario de 1811 es muy distinto al lenguaje que hoy domina el escenario político de nuestra atribulada república. Hoy Venezuela está inscrita en un lenguaje arcaizante y dominante que pretende una resemantización del vocablo “independencia”. Pero ¿cómo ocurre esto? Esta reflexión la vamos atender desde dos dimensiones intelectuales, desde dos posiciones epistemológicas ciertamente algo alejados pero afines en su proceder. Dos campos en los que hemos ido trabajando desde hace varios años. La primera dimensión está enfocada en el estudio de los lenguajes políticos, sus grandes convenciones y espacios semánticos. Hablamos de los aportes del llamado “giro lingüístico” atendido por la Historia Intelectual (POCOCK, 2009) y (SKINNER, 2007); pero, donde también atenderemos a la llamada estructura narrativa del discurso, del Tropos Poético de todo lenguaje político (WHITE, 1973). Estudiar las dimensiones históricas, temporales desde esta posición nos aleja de los peligros de los anacronismos y las prolepsis, que en principio amenazan la interpretación histórica hoy. Y es que las efemérides como la del 5 de julio están envueltas en grandes anacronismos hoy gracias a una pretendida reescritura de la historia. De tal forma que merece preguntarnos ¿cuál lenguaje o cuáles lenguajes fueron articulados aquél 5 de julio de 1811 y cuáles son articulados hoy desde el pretendido gobierno revolucionario? La segunda posición intelectual desde la cual avanzaremos en esta breve reflexión, será la de la denominada Geopolítica Crítica (AGNEW, 1979) corriente alejada de la geopolítica tradicional y adscrita al estudio del discurso del poder. Desde esta posición identificaremos los bloques geopolíticos actuales desde el poder de los discursos dominantes, y de ellos encontraremos en dónde está inscrito el discurso de la Revolución Bolivariana a 209 años de la firma del Acta de Independencia.

Se firma el Acta aquel 5 de julio de 1811

Hoy Venezuela esta sumida en lo que podríamos denominar la crisis política más profunda y registrada en toda su historia republicana. Esto no puede pasar por alto hoy. El colapso de la legitimidad republicana no es un secreto. Una rica tradición republicana de casi dos siglos parece hoy languidecer frente a un desgaste pronunciado de sus instituciones, de la creencia en ellas y de la turbulencia de una revolución ideológica que ha dominado las dos últimas décadas ¿Acaso una revolución no trata de eso, de desmontar un viejo aparato y elevar uno nuevo desde las cenizas y sacrificios de aquel? Las grandes revoluciones políticas del mundo moderno y contemporáneo están cargadas de mucha emotividad, sentimientos y sueños, pero, de muchas perversiones también. Las revoluciones políticas son fenómenos profundamente humanos llenos de virtudes y también de vicios que nos han dado muchas lecciones. Unas más catastróficas que otras. Pero volvamos a nuestra exposición y vayamos a los hechos.

Aquél día se firmaría el Acta de independencia tras uno de los debates intelectuales y políticos más ricos de la época, donde convergen grandes lenguajes políticos. Hablar de lenguajes políticos es hablar de sus convenciones, de sus protocolos, de sus movidas y de sus jergas. Un lenguaje político identifica una época, sedimenta una estructura semántica histórica muy particular. Entonces, cabe preguntarnos cuál era esa estructura. Era una estructura elevada por el lenguaje republicano, un lenguaje que se abría espacio en la comunidad atlántica, transmitido por ese circuito y tránsito atlántico de ideas políticas. Aquel era un lenguaje rico en conceptos políticos fundamentales como libertad, ciudadano, nación, república, entre otros. Un lenguaje que tensaba las desgastadas ideas del pacto monárquico. Lo que hizo que el lenguaje republicano se cristalizara e impusiese sobre el lenguaje del pacto monárquico fue la crisis de la política española tras la usurpación napoleónica. En principio aquella ruptura provocó una verdadera ola de lealtad hacia Fernando VII, se generó lo que muchos han llamado la defensa hispánica de la legitimidad del pacto y la negación del tirano francés que usurpaba la autoridad. Hoy, se ha hecho lugar común creer que el período colonial se redujo a una unísona y constante lucha por alcanzar la libertad contra una cruel tiranía. Nada más lejos de aquella realidad. Sería un proceso lento, con sus contradicciones y detractores como los documentos oficiales lo revelarán (ACTAS DEL CONGRESO CONSTITUYENTE, 1811 – 1812 [2011]) Lo cierto es que el rol del Consejo de Regencia va a ser clave, ya que se suponía que este iba a defender los derechos del monarca español, pero, está institución no contaba con la legitima representación proporcional del hemisferio americano. De aquí que estaríamos técnicamente huérfanos en términos políticos. Aquí comienza a ganar fuerza la idea emancipadora, comienza a ganar terreno la verbalización de la república y su lenguaje.

Las discusiones del Congreso Constituyente instalado en Caracas nos dan una idea esclarecedora al respecto. Revelan intensos reajustes lingüísticos así como una poderosa retórica que politiza o más bien repolitiza los conceptos de legitimidad, legalidad y soberanía. El profesor Luis Castro Leiva diría que nuestros grandes publicistas y diputados, nuestros políticos de 1810 y 1811 sabían lo que estaban hablando cuando consideraban la posibilidad del republicanismo ([1995] 2009, p. 611). Para el mes de julio el debate se abre abiertamente al ataque de la legitimidad monárquica, por el vació, por la acefalía del cuerpo político, por la ausencia del monarca Fernando VII. Espacio vacío que debía ser llenado por algo más, y “aquello más” no deberían ser, sino las buenas leyes, el imperio de las leyes. Era la república en si misma. Nuevamente. No era la democracia, no era la libertad como bestia desbocada. No se trató de la libertad como hoy la entendemos, ni mucho menos la democracia como hoy la idealizamos. Otro falso axioma ideologizado hoy. El dispositivo discursivo de 1811 giró entorno al los lenguajes republicanos, sobre la idea del amor a la patria, las virtudes cívicas, el respeto a las buenas leyes y los deberes para con la Patria; y no en torno a una supuesta la libertad radical. Lo cierto es que aquél día nacía lo que la historiografía denominaría el primer momento republicano. Momento breve e inspirado en la república confederada estadounidense.

En definitiva esta idea de república naciente y consagrada aquel 5 de julio de 1811 no era la de la república clásica, la de la república en armas, la de la república centralista y encabezada por el hombre fuerte. No era aún la república ideada por Bolívar. Había entonces dos concepciones republicanas convergentes y divergentes para la época. En 1811 apenas iniciaba un largo proceso intelectual aparejado con una sangrienta guerra civil, guerra revolucionaria y guerra internacional. Una guerra de independencia que pasará por estos tres estadios violentos. Proceso que deslizaría la legitimidad de la monarquía a la legitimidad de la república. Un largo proceso que implicaba derrotar el aparato discursivo, el aparto metafórico y el aparato simbólico de la monarquía y reemplazarlos por los propios de la república.

¿Una efeméride al servicio de un proyecto político?

En medio de una profunda crisis política, la llamada Revolución Bolivariana se apoyará en el discurso de la democracia popular, revelando atisbos no solo de una pretendida reescritura de la historia, sino de encarnar la historia misma, de adueñarse del protagonismo histórico. Hoy el discurso político en Venezuela no se tironea entre la legitimidad monárquica y la legitimidad republicana. Hoy, en cambio, el discurso político ideologizado está tironeado por dos modelos o concepciones democráticas divergentes. Hablamos de la democracia popular y la democracia representativa. No encontramos ningún paralelismo entre dos situaciones completamente distintas y separadas por la historia a pesar de que la revolución bolivariana intenta adueñarse de una pretendida verdad histórica. No hay situación equiparable. La historia no se repite… El constituyente de 1811 no es el constituyente de 1999 ni tampoco el de 2017. El mundo ha cambiado, las relaciones internacionales han cambiado y por supuesto las naciones también han cambiado. Las amenazas de ayer no son las amenazas de hoy y mucho menos las amenazas del mañana. No es lo mismo prepararse para las amenazas del mañana que prepararse para las amenazas del ayer, del pasado. Está Venezuela resueltamente preparada para las amenazas del mañana. No lo creemos desde nuestra posición.

El llamado proyecto bolivariano y su pretendida revolución no acabada intentan rescribir la historia. Plantear que lo que inició en 1811 no ha concluido. Es la contingencia y la emergencia del día a día. El protagonismo histórico en nuestro presente. Estamos hoy frente a la ideologización extrema no solo de la historia sino de todos los espacios nacionales. El ideal de una verdad última que no puede errar… El proyecto bolivariano se asume como bandera de una verdadera independencia, una independencia que roza la solemnidad de aquella plasmada en el acta del 5 de julio. Hoy los conceptos de independencia, soberanía, liberta e igualdad, son en extremo utilizados por los discursos oficiales, por su fuerte carga emotiva y pasional. Voces en extremo atractivas. La historia aquí pasa a convertirse en un mero mecanismo legitimador de un proyecto político. En honor a la verdad el uso de las efemérides ciertamente no escapan a ningún proyecto político, no obstante lo que deseamos subrayar aquí es los peligros de la reinterpretación histórica con fines ideológicos. Y es que esta situación se presenta de forma más aguda en las democracias llamadas populares que en las democracias representativas.

Una ideología y discurso arcaizante

Bajo una perspectiva global, y de la que contribuimos al pluralismo de ideas de la plataforma CEINASEG, encontramos que, atendiendo a las grandes narrativas políticas hoy descifradas a través de la Geopolítica Crítica, podemos tener algunas luces de donde está Venezuela a 209 de aquel 5 de julio de 1811. Hoy podemos diferenciar dos grandes conglomerados geopolíticos por sus metanarrativas políticas e ideológicas. Debemos subrayar que el dominio de una u otra narrativa no anulan a la otra. Recordemos que los lenguajes políticos pueden convivir. Un lenguaje político dominante puede convivir perfectamente con otros lenguajes. Con otras convenciones lingüísticas.

Entonces atendiendo a nuestro esquema tenemos una comunidad de Estados postwestfalianos, estos son Estados que bien podemos definirles semánticamente como Estados inscritos en la metanarrativa globalista. De este conglomerado destacan las democracias liberales maduras, las democracias occidentales. Ian Clark les llama Estados globalizados (1999), Ulrich Beck les llama Estados cosmopolita (2002), Mary Kaldor, les llama Estados multilaterales (2005). Suiza y los Estados escandinavos son buenos ejemplos de este modelo discursivo. Diametralmente opuesto a ello  encontramos los Estados westfalianos, son Estados donde todavía predomina la narrativa nacionalista. De esta narrativa encontramos por su fuerza poética del discurso, dos grupos retóricos. El primero de ello, el grupo que denominamos Estados de retórica romanticista, aquellos Estados con discursos que exaltan la nación y atienden a la historia como una unidad inteligible pero por supuesto diferenciada del presente. Los Estados dominados por este tipo de discursos atienden a la nostalgia del Estado y la Nación; e.g., el Presidente Donald Trump subrayó en su discurso en las Naciones Unidas que el “futuro no pertenece a los globalistas, sino a los patriotas, a las naciones soberanas e independientes.” (24/9/2019). Generalmente las grandes potencias como Estados Unidos, China y Rusia están atadas a este campo retórico por razones de poder. Cerrando este conglomerado de Estados westfalianos encontramos un segundo grupo retórico que hemos dominado Estados de retórica arcaizante. Son aquellos Estados que son conducidos por la ideología de un partido y donde la historia se pretende rescribir y fundir con el presente. Aquí no se exalta la historia en si, si no que se vive en carne propia. Generalmente las modernas autocracias apoyadas en el ideal de una democracia popular y verdadera, entran en este grupo. Ello por su elevada ideologización que les hace expresarse en términos cuasi totalitarios y con lo que pretenden “experimentar” la historia como un presente, o en su defecto como una etapa no concluida. La condición revolucionaria conlleva a esta etapa no concluida por su naturaleza contingente. En definitiva la historia bajo esta retórica arcaizante se transforma en la epidermis de la sociedad; eg., “aún luchamos por nuestra independencia…”, “Bolívar vive… entre nosotros.” 

En este último grupo de Estados de retórica arcaizante hemos encontrado el proyecto bolivariano a propósito de esta efeméride. Hoy, a 209 años de aquella fecha se levanta la interrogante de si hoy estamos independizados o no. Veamos. En función de esta retórica no lo estamos porque lo que comenzó aquel año aún no ha terminado. Una retórica que entreteje la historia con nuestro presente, por lo que este “drama histórico ideológico” solo puede ser resuelto por la misma retórica arcaizante, y es que solo la conducción ideológica bolivariana valiéndose de una suerte de revelación histórica y mística le dará el triunfo final. Es entonces en el presente, en el hoy, en el hoy que se extiende al mañana, al horizonte infinito y desconocido cuando se podrá alcanzar la verdadera independencia gracias a esta misión liberalizadora, último capítulo de una historia que aún hoy retrata la vida nacional. Aquí la retórica arcaizante se hace antilogía o paradoja al fundir el tiempo histórico. Cómo ocurre esto. Porque en la fuerza poética del discurso el futuro se convierte en pasado (alcanzar la independencia real) y el pasado se convierte en futuro (el mañana deseado de la lucha contra el imperio). Ambas dimensiones temporales se entretejen en el presente que ya no es presente sino pasado y futuro como carne viva.

Balance final

Es poco lo que podemos rescatar de aquel 5 de julio de 1811. Los ideales y valores republicanos están reducidos a su mínima expresión. En 1811 la soberanía republicana no solo fue discurso, fue hecho. Comenzaba a madurar una nación. Una de las debilidades de aquel primer momento republicano no solo radicó en su esquema federativo. Ciertamente Bolívar aquí acertaría en que tal modelo era débil para enfrentar una guerra de independencia, pero sin dudas la ausencia de una nación madurada fue cardinal en este asunto. Construir la nación, su identidad, fue un camino arduo que se tuvo que sortear. Era el camino de la guerra. Finalmente el sueño de Bolívar paradójicamente reduciría nuevamente la independencia de Venezuela convirtiéndola en parte de la República de Colombia, la grande. Tenemos que esperar hasta 1830 cuando Venezuela alcance su última y definitiva independencia.

Como toda pretendida revolución, la revolución bolivariana se adjudica un ideal emancipador, y como toda revolución cae inevitablemente en el determinismo de una suerte de un “mundo ideal”. Las grandes revoluciones políticas se han articulado sobre la idea, bien sea divina (Dios), natural (la Razón), o histórica (Materialismo histórico) (BRINTON, 1938/1985, 42). O bien podemos hoy encontrarnos frente a una mezcla explosiva de estos tres elementos. Una revolución dueña y protagonista de la historia gracias a las fuerzas históricas mismas, a la razón del hombre emancipado que al fin ha despertado, y la divina providencia que desde el cielo le guía. Condición que no es sino el Caldo de cultivo de proyectos con pretensiones totalitarias… Lo cierto es que lejos del “paraíso revolucionario” el Estado venezolano está en crisis. Una suerte de lenta transición revolucionaria para el discurso arcaizante que tiene sus costos.  

La revolución bolivariana ha creado sus propios fantasmas y lucha por materializarlos. Hoy Venezuela está inscrita en un juego peligroso. Un juego global peligroso. Fronteras permeables, grupos irregulares, crimen organizado y altos índices de corrupción. En apariencia tenemos frente a nosotros todos los ingredientes de la llamada “africanización del Estado”. Y es que ciertamente pareciese que estamos más cerca de aquella realidad perturbadora que del sueño de una revolución consumada. Sin embargo aquí debemos distanciarnos de una sentencia a priori y por demás superficial, ya que hay diferencias. En el tablero global y regional esta tendencia diluyente del Estado no es única y exclusiva de aquellos Estados donde se levantan las banderas de revoluciones políticas, vemos como Colombia y México transitan por este camino desde sus propias realidades demostrando que las democracias representativas y liberales también son propensas de igual manera a estas situaciones. Entonces, cómo es esto posible.

Nos queda aclarar esta cuestión. Acaso el retrato actual de Venezuela evidencia o pone en duda la naturaleza de la revolución ya que en el tablero global nos acercamos más a otras realidades para nada alentadoras. Leer la historia no es lo mismo que vivir la historia. Pensadores y teóricos dejan caer responsabilidades al vacío con la esperanza de absolver grandes doctrinas de una mala praxis ideológica. Lo cierto es que el acto de llevar a cabo una política ideologizante conlleva sus responsabilidades y como toda acción humana está cargada de emociones, improvistos y de resultados inciertos. Entonces, ¿es posible que la revolución empleando una retórica arcaizante se haya desviado de sus objetivos? No lo creemos. El discurso y la retórica arcaizante de las revoluciones políticas que pretenden rescribir la historia recrean un escenario complejo. Un escenario que recrea aquellos países al borde del colapso. Y es precisamente aquí donde debemos recordar que las revoluciones deben diluir y consumir el Estado primero y en este punto encontramos aquellas similitudes con esos Estados colapsados y frágiles… Bien diría Lenin que la revolución no se puede concebir sin la previa destrucción del aparato del Estado (1917/2006, 43). Una destrucción lenta y progresiva. Y aún más, el empleo temporal del poder estatal laguideciente es condición necesaria para los objetivos de la revolución (LENIN, 1917/2006, 106). Lo que bien vemos como caos, debilidad, fragmentación y “africanización”, bien puede ser la etapa transitoria de un proyecto revolucionario. De aquí que la crisis actual por la que hoy atraviesa Venezuela no necesariamente sea síntoma del desvío revolucionario, sino por el contrario, sería su lenta maduración y donde la Historia sigue en tránsito. Los tiempos históricos son apenas perceptibles. Hoy a diferencia de aquel 5 de julio de 1811 Venezuela transita por otros senderos; no por aquellos que comenzaron con la república confederada.

Nos queda entonces reflexionar qué lecciones podemos tomar de nuestro proceso de independencia de cara a las complejidades domésticas actuales. Cuál es y será el rumbo de Venezuela hoy conducida por una retórica arcaizante manejada desde una revolución política que cumplió ya dos décadas… Las generaciones futuras tendrán la carga y el privilegio de afrontar este y otros retos.  


Referencias

ASAMBLEA NACIONAL (2011): Actas del Congreso Constituyente de 1811 – 1812, t. I y II, Caracas, Monte Ávila Editores.  

Beck, U. (2002). “The World Risk Society Revisited: The Terrorist Threat?”, [Conferencia en LSE, 13 de febrero de 1992]

Brinton, C. (1938/1985). Anatomía de la Revolución, México D.F., F.C.E.

Castro Leiva, L. (1995/2009). Luis Castro Leiva, Obras. Lenguajes Republicanos, Vol II, Caracas, Fundación Empresas Polar, Universidad Católica Andrés Bello.

Clark, I. (1999). Globalisation and International Relations Theory, Oxford: Oxford University Press.

Kaldor, M. (2005). La Sociedad Civil Global. Una respuesta a la Guerra, Barcelona: Tusquets.

Lenin. (206/1917). El Estado y la Revolución, Madrid: Alianza Editorial.

Pocock, J.G.A. (2009). Pensamiento Político e Historia. Ensayo sobre Teoría y Método, Madrid: Akal.

Skinner, Q. (2007). Lenguaje, Política e Historia, Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes. 

El País, “Trump tells U.N: the future does not belongs to glabalist”,  

[on line]:  https://www.youtube.com/watch?v=7wbg4ajO0mQ [Consulta: 30 de junio de 2020]

White, H. (1973). Metahistoria. México, D.F.: F.C.E.

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Licenciado en Historia y Especialista en Derecho y Política Internacional por la Universidad Central de Venezuela, es candidato al título de Doctor en Ciencias Políticas de la misma casa de estudios. Es uno de los fundadores de CEINASEG. Se desempeña como profesor universitario con experiencia en las Escuelas de Historia, Comunicación Social, Estudios Políticos y Estudios Internacionales. Es Jefe del Departamento de Formación Histórico Especial de la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela, Director de Investigación Histórica de la Asamblea Nacional y Miembro del Grupo de Investigación de Lenguajes y Conceptos Políticos de la Escuela de Estudios Políticos y Administrativos. Sus líneas de investigación son la seguridad internacional en el marco de las Relaciones Internacionales y la historia de los lenguajes políticos en el marco de la Teoría Política. Actualmente dedicado al estudio de la representación y representatividad en el marco de la crisis de la democracia moderna.