El Sistema Internacional de la postguerra fría atraviesa por una serie de cambios estructurales que se manifiestan en la actualidad con algunas coyunturas claves tales como el conflicto comercial y tecnológico entre China y los Estados Unidos. Cada día se habla sobre las implicaciones de las nuevas tecnologías como la 5G en la jerarquía y distribución de poder entre las grandes potencias. El veto comercial estadounidense contra la empresa china Huawei, la utilización de tecnologías digitales para desinformar y manipular a las sociedades y la aplicación de la Inteligencia Artificial en el ámbito militar han generado una calurosa discusión académica. Son muchas las interrogantes y para tratar de responderlas, hemos entrevistado a Andrea Rodríguez, Internacionalista y especialista en Geopolítica y Seguridad, para dilucidar la actual disputa tecnológica y geopolítica en ciernes.

Palabras clave: Tecnología, geopolítica, ciberespacio, datos, privacidad

Andrea G Rodríguez es española. Licenciada en Relaciones Internacionales después de cuatro años divididos entre Madrid (UCM), Praga (CUNI) y Taipéi (NTU). Promoción de 2020 del Máster en Seguridad, Inteligencia y Estudios Estratégicos (IMSISS) por las universidades de Glasgow, Dublín y CUNI bajo el auspicio de la Unión Europea. Miembro de la plataforma de análisis OrdenMundialXXI. Síguela por twitter @agarcodv o revisa sus artículos de análisis en su perfil 


 

José Humberto Blanco Trejo: ¡Hola Andrea!  Es un placer establecer contacto contigo desde Caracas. A la luz de los recientes hechos de la agenda internacional, el ritmo actual del cambio tecnológico está afectando todas las dimensiones de las relaciones internacionales, en especial el segmento de la seguridad internacional. En la actualidad, la disrupción de las tecnologías de la información y comunicación como la infraestructura 5G está teniendo diversas implicaciones sobre el ámbito civil y estatal, siendo uno de los factores claves de la disputa comercial entre China y los Estados Unidos. Andrea, ¿Por qué en la actualidad, la tecnología está teniendo implicaciones geopolíticas y representa una colisión geoestratégica entre las grandes potencias?

Andrea G. Rodríguez: La Historia ha demostrado que el factor tecnológico es clave en la concepción de una superpotencia. La creación de una armada de guerra alemana que rivalizara con la flota británica fue una de las causas que llevaron a la Primera Guerra Mundial. El desarrollo del mundo de la aviación marcó un antes y un después en el quehacer de la estrategia bélica. Los misiles balísticos intercontinentales dan a un país la posibilidad de proyectar su poder más allá de lo que sus fronteras permiten, las armas nucleares son capaces de hacer a un pequeño país como Corea del Norte una amenaza para el gigantesco Estados Unidos…

La tecnología revoluciona y cambia la concepción de espacio y las posibilidades de éste. Es un factor potenciador—o limitador en sentido contrario—y por eso siempre ha sido clave para marcar los límites entre países poderosos y no poderosos. En el siglo XXI tenemos, además, un nuevo factor: los datos y la securitización de éstos por parte de diversas culturas estratégicas que definen las doctrinas de seguridad nacional. Bajo este prisma, el comercio de los datos, —el “nuevo petróleo”, como decía Jack Ma— es la industria más rentable, moviendo miles de millones de dólares al año. La capacidad que tiene el comercio de datos para generar consumo, impulsar a ciertas industrias o incluso dar forma a nuestras opiniones (pensemos en el escándalo de Cambridge Analytica) hace que controlar esos datos sea altamente deseable. Por otro lado, la creciente incertidumbre que genera un orden mundial en erosión (de un orden unipolar a uni-multipolar, como diría Huntington) y la irrupción de la tecnología en nuestras vidas diarias de una manera poco transparente o con una legislación poco desarrollada en algunos ámbitos, como en el cibernético, hace que la balanza se esté inclinando en detrimento a nuestra privacidad dentro del perpetuo dilema privacidad vs. seguridad. Los gobiernos acumulan datos de sus ciudadanos, como en el caso chino, para tratar de disuadir a futuros delincuentes, reducir la disidencia y la oposición y generar una sociedad artificialmente armoniosa por medio de la tecnología.

«La tecnología revoluciona y cambia la concepción de espacio y las posibilidades de éste. Es un factor potenciador—o limitador en sentido contrario—y por eso siempre ha sido clave para marcar los límites entre países poderosos y no poderosos.»

Por todo ello, el 5G—que no es más que otro potenciador—se ha convertido en nueva carrera “armamentística” que personifica la rivalidad ya existente entre Estados Unidos y China, y entre dos formas de vida política y económica completamente diferentes. El 5G permitirá mover un mayor volumen de datos y dará la bienvenida a muchos nuevos productos que se harán hueco en la red, añadiendo más y más datos a esta nube, el llamado Internet de las Cosas.

Fuente: The Globalist

José Humberto Blanco Trejo: Mencionas el factor de los datos y me recuerda un artículo publicado[1] en Project Syndicate, Joschka Fischer, ex Ministro Federal de Relaciones Exteriores de Alemania señalaba que el poder en el siglo XXI no estará determinado por el arsenal nuclear sino por las capacidades tecnológicas que posean los Estados, véase, Inteligencia Artificial, Big Data y tecnologías relacionadas. Inclusive, en algunos círculos académicos se está acuñando “guerra fría tecnológica” para describir la situación actual. Andrea, en la actualidad ¿Cómo la tecnología se traduce en riqueza y creación de recursos materiales para ejercer poder?

Andrea G. Rodríguez: La reflexión del Sr. Fischer es completamente acertada a mi parecer. Más allá del arsenal nuclear, cuyas capacidades de disuasión y destrucción no son desdeñables, el ciberespacio ofrece muchas más posibilidades con dos grandes ventajas: es más fácil esconder la identidad del ciberatacante, y las actividades de sabotaje y los ataques coordinados son más eficientes en términos de coste-beneficio. Un ejemplo: la serie de ciberataques que en 2007 apagaron Estonia y paralizaron al país. Los ciberatacantes—ligados a la Federación Rusa— colapsaron los servidores de más de cincuenta páginas web, incluyendo las del gobierno, bancos, medios de comunicación, empresas… Es muy probable que las grandes guerras del mañana sucedan antes en el ciberespacio. ¿Qué mejor manera de cortar las comunicaciones que colapsando los servidores en un mundo enormemente conectado? Es por ello por lo que la gran mayoría de los países están construyendo/fortaleciendo sus equipos de ofensa y defensa en el ciberespacio y éste es considerado un dominio más de la guerra, a pesar de la poca regulación que existe.

Más allá de la ciberguerra, un concepto ya de por sí controvertido y debatido por autores como Thomas Rid, nos encontramos con las campañas de desinformación. El denominado sharp power mediante el cual los Estados tratan de influir, distraer y manipular la opinión pública de países rivales a través de, por ejemplo, sus propios medios de comunicación en idiomas extranjeros (RT en el caso de Rusia o HispanTV en el caso de Irán), se ha convertido en una herramienta más de la política exterior. Los deepfakes que empiezan a inundar la red son capaces de crear imágenes y discursos con apariencia real por medio de la inteligencia artificial. En definitiva, estamos comenzando a investigar las posibilidades bélicas del ciberespacio, que parece no tener límites en sí mismo y que es tan central para la vida política, social y económica de los Estados.

«Más allá de la ciberguerra, un concepto ya de por sí controvertido y debatido por autores como Thomas Rid, nos encontramos con las campañas de desinformación. El denominado sharp power mediante el cual los Estados tratan de influir, distraer y manipular la opinión pública de países rivales a través de, por ejemplo, sus propios medios de comunicación en idiomas extranjeros (RT en el caso de Rusia o HispanTV en el caso de Irán), se ha convertido en una herramienta más de la política exterior»

José Humberto Blanco Trejo: Es un hecho que diversos gobiernos y actores no estatales están usando los datos y las tecnologías digitales para acumular riqueza, influir, desinformar y manipular a la opinión pública. La interferencia rusa en la campaña presidencial estadounidense en 2016, la persecución en China de uigures con tecnologías de reconocimiento facial, el sistema de crédito social chino y Cambridge Analytica son algunos hechos claves. Esto supone una serie de consideraciones éticas sobre la privacidad personal y la libertad de expresión. ¿Cómo las sociedades y las instituciones democráticas pueden hacer frente a estos retos y amenazas de las tecnologías?

Andrea G. Rodríguez: Con la irrupción de la tecnología en nuestras vidas se ha visto una transformación de la cultura democrática y en las propias dinámicas de Estado que a menudo ve su supervivencia ligada al trato favorable de datos, entre otras cosas ayudados por la falta de legislación o mecanismos que limiten la penetración del poder estatal en la privacidad. Lo mismo sucede con las empresas, que se aprovechan de la enorme penetración digital en nuestras sociedades para recoger todo tipo de datos y venderlos amasando beneficios colosales.

Cuando definimos los conceptos clave de “libertad” o “privacidad” no podíamos saber que nuestra realidad cambiaría de esta manera. Se nos han quedado pequeños, y redefinirlos es algo que requiere un consenso muy alto entre sociedad-Estado, Estado-industria y Estado-Estado. Este es el primer paso, a mi parecer: redefinir y crear conceptos para explicar nuestra nueva realidad para establecer limites consensuados y debatidos, y crear herramientas que garanticen el estricto cumplimiento de esos límites. El segundo paso es educar en tecnología y el respeto a los valores democráticos para crear una sociedad consciente de sus derechos en el mundo digital y crítica con lo que sucede con sus datos. Por último, ampliar la transparencia de Gobierno y empresas, y favorecer los intercambios entre industria y Gobierno y Gobierno-sociedad para mejorar el diálogo entre estas tres entidades y crear soluciones afines.

«Cuando definimos los conceptos clave de “libertad” o “privacidad” no podíamos saber que nuestra realidad cambiaría de esta manera. Se nos han quedado pequeños, y redefinirlos es algo que requiere un consenso muy alto entre sociedad-Estado, Estado-industria y Estado-Estado.»

José Humberto Blanco Trejo: Andrea, finalmente y en tono con la anterior pregunta, la digitalización está afectando nuestras vidas cotidianas y a la sociedad en su conjunto. Recientemente, se publicó el libro “The Age of Surveillance Capitalism” escrito por Shoshana Zuboff, donde señala que este sistema amenaza a la naturaleza humana porque la concentración de nuestros datos personales en pocas compañías reduce nuestras libertades a costa de la acumulación de riqueza de las grandes empresas tecnológicas. ¿Es el capitalismo de vigilancia una amenaza para la humanidad o estamos exagerando? ¿Qué podemos hacer al respecto?

Andrea G. Rodríguez: Según Shoshana Zuboff, la introducción de elementos de la privacidad como ítems comercializables es una consecuencia más de la evolución del capitalismo. Pensar en términos de “capitalismo de vigilancia” lleva a una innecesaria percepción distópica en la que el desarrollo tecnológico es la única causa. No obstante, no debemos olvidarnos ni de la mano humana que creó y diseñó esa tecnología, ni de la mano humana responsable de esa tecnología. Es decir, la culpa no es de la tecnología en sí, sino del uso que se hace de ella. Hablar de una amenaza para la humanidad es, por lo tanto, una exageración, pero suficientemente alarmante como para animarnos a seguir avanzando en el Derecho Digital. Evitar la concentración de nuestros datos en pocas manos, exigir más transparencia en qué se hace con ellos, reclamar el derecho a re-poseerlos y/o a que puedan ser olvidados, ser capaces de trazar una línea de responsabilidad en ámbitos como en la inteligencia artificial, para definir al responsable humano detrás de la acción de la máquina, son unos de los retos más ambiciosos a los que nos estamos enfrentando.

«Evitar la concentración de nuestros datos en pocas manos, exigir más transparencia en qué se hace con ellos, reclamar el derecho a re-poseerlos y/o a que puedan ser olvidados, ser capaces de trazar una línea de responsabilidad en ámbitos como en la inteligencia artificial, para definir al responsable humano detrás de la acción de la máquina, son unos de los retos más ambiciosos a los que nos estamos enfrentando.»

En definitiva, está en nuestra mano transformar un sistema que ha surgido de la inercia de la velocidad de las revoluciones digitales y que nos afecta a todos en cuanto somos usuarios de esa tecnología. La ciberseguridad, el Derecho Digital, ampliar la transparencia y la responsabilidad con el objetivo de re-democratizar las consecuencias de la tecnología son cosas que se encuentran en un lugar prioritario en la agenda política mundial.

 


 

Notas de pie

[1] “¿Quién ganará el siglo XXI?” Artículo disponible en: https://www.project-syndicate.org/commentary/who-will-win-the-twenty-first-century-by-joschka-fischer-2019-07/spanish