El economista John Maynard Keynes, connotado por sus postulados de avanzada durante la primera mitad del Siglo XX, afirmaba que “el mercado puede permanecer irracional más tiempo del que usted puede permanecer solvente” (Estay & Manchón, 1997). Al respecto, si bien es cierto el mercado no es humano en forma alguna, efectivamente responde a la actividad humana en el rol de espacio para adquirir satisfactores de necesidades (Méndez, 2005). Por tanto, ¿cómo podría ser el mercado “irracional”, si esa es una característica atribuible al comportamiento extrahumano?

Es más, si el postulado keynesiano es verificable, implicaría que un ámbito fundamental en el sistema de provisión de mercancías está teñido por un aura demencia que explicaría con facilidad muchos de los comportamientos humanos en las crisis. En tal caso, un momento crítico como la recuperación económica tras una guerra, una hambruna o una pandemia, estaría en manos de un ente sin razón: el mercado especulativo.

La Pandemia por Covid-19 como un estímulo a la especulación de mercado

Mientras transcurría el primer trimestre de 2020, la medicina tenía que lidiar en tiempo real con el virus, combatiendo la emergencia sanitaria desde la incertidumbre al no conocer prácticamente nada de la infección. Empero, las Relaciones Internacionales debían lidiar con la Pandemia por adelantado, debiendo explicar los eventos que vendrían producto del pánico y el caminar a ciegas de los gobiernos y, sobre todo, de las economías. La última semana de febrero marcaba el terror europeo, viendo cómo Italia perdía el control, disparando todo tipo de rumores acerca de una probable crisis de abastecimiento global (Beker, 2020).

La economía doméstica sería la primera en reaccionar, acaparando despensa en previsión de un inminente confinamiento. Desde luego, las compras de pánico hacían que los precios fluctuasen sin control, reaccionando a una sobredemanda que no necesariamente respondía a necesidades reales (Martínez-Hernáez & Evangelidou, 2020). Los canales de abastecimiento de mercancías se iban extinguiendo, fomentando que las compras de pánico creciesen de forma exponencial. Mientras Europa reaccionaba sobre la marcha, otras latitudes especulaban acerca de las consecuencias del confinamiento europeo sobre el abastecimiento global (Comisión Económica para América Latina, 2020).

América Latina llegaría a marzo sin incidentes en el mercado doméstico, pero los gobiernos ya iniciaban una planificación del manejo de la crisis, aunque no existía ningún indicio de cuánto podría durar. Las bolsas de valores vaticinaban caídas importantes, por lo que las inversiones sufrían contracciones inesperadas, desabasteciendo a los Estados del flujo tributario (Ibarra, 2020). Aquellos países con fuertes reservas no resentirían en un primer momento la caída, pero aquellos que ya estaban agobiados por los huecos fiscales (Dirección General de Finanzas, 2020), veían como se construía una tormenta económica perfecta.

La emergencia sanitaria era clara, contundente y letal, lo cual causaba pánico en el consumo, aunque ahora deprimido por la falta de ingresos en las familias. Los pocos sectores económicos activos veían cómo los costes de importación subían por las restricciones de flete y acceso aduanero (Comisión Económica para América Latina, 2020); y, por el contrario, veían cómo la capacidad adquisitiva de la economía doméstica se reducía, enfrentándolos a la necesidad de bajar precios para poder vender, pero viéndose imposibilitados porque el índice de precios de importación crecía (Weller, 2020).

La contracción de la inversión acarrearía una contracción en los créditos, haciendo que las entidades financieras salvaguardasen la liquidez por temor a un impago sistemático ante la falta de ingresos; no obstante, los créditos contratados seguían corriendo en intereses, lo cual llevó a que los endeudamientos privados creciesen, cayesen en mora o, en el peor de los casos, se financiasen (Zettelmeyer et al., 2020).

Sin embargo, la deuda privada no sería la única en contagiarse de la irracionalidad del mercado, haciendo que la mayoría de gobiernos adquiriesen compromisos de corte político-electoral, comprometiendo la ya maltrecha liquidez fiscal (López Laborda & Onrubia, 2020). Desde luego, los que podían empezaron a tirar de las reservas hasta límites peligrosos, comprometiendo incluso la estabilidad monetaria con aumentos de emisión y de encajes bancarios. En cambio, los menos responsables, recurrieron al endeudamiento a mansalva utilizando la irracionalidad de la emergencia como justificación para comprometer el futuro financiero del país.

La especulación de mercado como estímulo para la toma de decisiones con consecuencias de largo plazo

La especulación, y más puntualmente el miedo, facilitan que los gobiernos puedan legitimar acciones que, en condiciones de normalidad, serían censurables por la opinión pública. Europa enfrentaba una escasez de cubrebocas o barbijos, lo cual causaba mayor ansiedad y presión en los mercados, deviniendo en una ola impulsiva de reclamo a los gobiernos para que actuasen excepcionalmente. Las entidades regionales habían exhibido su inoperancia ante la crisis (Sanahuja, 2020), por lo que los gobernantes empezarían a utilizar el miedo del pueblo para impulsar medidas tan inusitadas como drásticas.

El Gobierno francés retendrían, por ejemplo, un embarque con un millón de barbijos de la compañía sueca Mölnlycke, lo cual contravendría cualquier cantidad de normas comerciales internacionales e internas de la Unión Europea, pero que la población francesa aplaudía como un acto de “patriotismo estatal”. Estados Unidos, por su parte, iría más bien por la “diplomacia del Dólar”, ofreciendo sobreprecios de hasta el 400 % a los productores de cubrebocas, acaparando embarques completos (Arias Borque, 2020).

Desde luego, este tipo de actos desesperados en el marco de una crisis sanitaria suelen ser justificados en los medios de comunicación, pero no dejan de traer consecuencias en el largo plazo ya que deterioran relaciones diplomáticas y, más importante, encarecen los mercados hacia una inflación autoalimentada con un alza paulatinamente normalizada.

Incluso peor serían las decisiones en el marco del endeudamiento, principalmente registrado del lado del mundo más empobrecido. Algunos gobiernos, al verse imposibilitados para hacer frente fiscal a la crisis, optarían por disparar sus endeudamientos, chantajeando a los legisladores con revertirles la opinión pública al manipular mediáticamente el concepto de que “la salud va antes que la economía”, aprovechando el miedo especulativo para esconder que la preservación de la salud no es mutuamente excluyente con la preservación de las finanzas públicas.

Los niveles de endeudamiento crecerían a ritmo acelerado, siendo particularmente grave para aquellos países que habrían optado por empréstitos de alto riesgo, debiendo coquetearle al inversionista mediante la asignación de sobreintereses a manera de anzuelo, pagando muchísimo más del precio de mercado de sus instrumentos de deuda soberana (Bárcena, 2020, p. 19).

Las consecuencias serán fatales para aquellas economías que ya tenían un problema fiscal, y que lo habrán acrecentado con compromisos de largo plazo que no podrán honrar, llevándoles a doblegarse ante los acreedores para pagar con ajustes económicos con resultados poco alentadores, orillándoles a categorías de impago y envileciendo la calificación de riesgo, con todas sus implicaciones (Bravo de Mansilla et al., 2000). Los pueblos, que poco entienden de consecuencias financieras, no logran ver más allá de su propio miedo al virus y a la situación económica inmediata, observando con simparía la bomba de tiempo que les están colocando bajo el colchón.

Las decisiones por la especulación como un estímulo para más pánico en el mercado

La gravedad de la situación no se alcanza a dilucidar si se analizan las economías nacionales desde sus resultados macroeconómicos, ya que la tentación de aislar secciones temporales de producción para generar una ilusión de recuperación, es latente. En cambio, cuando se observa con los lentes de las Relaciones Internacionales, muy pronto salta a la vista que la Pandemia, a través de la irracionalidad especulativa del mercado, ha consolidado las relaciones de dependencia y jerarquización de actores en el campo de la Economía Internacional.

La consigna de “la salud va antes que la economía” pierde sentido cuando los pueblos empiezan a sentir la refriega financiera de las decisiones tomadas con tal premisa en la mano. Lo que el miedo al virus justificó irrestrictamente, se convierte en un grillete financiero de gran envergadura, pasando de la atención de la emergencia con bonos, subsidios y regalías; a la atención de la crisis con un hueco fiscal multiplicado y con el aparato productivo en el suelo, producto del confinamiento (Manfredi-Sánchez et al., 2021).

Sin embargo, las cuentas impagables en la deuda pública son solamente la parte más evidente del problema, siendo que de ella se desprenden una serie de consideraciones financieras que hacen reflexionar acerca de la inconveniencia de tomar decisiones económicas basadas en el miedo.

Los países que, amparados en la especulación sobre la Pandemia, adquirieron endeudamientos y redujeron prolongadamente su actividad económica, habrán de representar un natural riesgo para la inversión, haciendo que varios indicadores se les vuelvan desfavorables. El riesgo país conlleva que las calificadoras envilezcan a los países, reduciendo la posibilidad de que la inversión naturalice la recuperación tras los confinamientos, alejando la posibilidad de que el Estado obtenga más recursos externos para tratar de paliar el hueco fiscal con el que está lidiando (Bravo de Mansilla et al., 2000), sin poder recular de las regalías y subsidios que ya había prometido (Manfredi-Sánchez et al., 2021). Esto le orilla a recorrer dos caminos igualmente peligrosos, utilizando la emisión monetaria como catalizador de la operación gubernamental; o recurriendo a la titularización de deuda con incentivos mezquinos.

En el primero de los casos, las consecuencias pueden ser catastróficas de cara a inflaciones con tendencia al descontrol; en el segundo, el riesgo financiero obliga a los países a incurrir en sobrecostes en la titularización. Y, paralelamente, no debe olvidarse la presión de los acreedores internacionales, los cuales obligan tradicionalmente a la adopción de ajustes estructurales que potencian la caída en la calificación de riesgo, volviendo al círculo vicioso de la autoalimentación de la crisis.

Pero, por si fuese poco, las decisiones financieras irracionales y justificadas por el miedo a la Pandemia, conllevan un efecto muchísimo más profundo que la destrucción de las finanzas públicas. Por su parte, las vicisitudes exhibidas por el Estado hacen que se dispare la Prima de Riesgo, poniendo a las empresas en la picota del problema al ser éstas las que van a recibir el embate del encarecimiento de los costes internacionales del financiamiento (Toussaint, 2004). Dicha condición limita la expansión operativa y la recuperación de empleos, haciendo que los gobiernos tengan que intervenir con más subsidios y más bonos, manteniendo felices a los electores, pero haciendo más profundo el problema descrito en los párrafos anteriores.

La especulación como un virus más contagioso y letal que el Covid-19

A estas alturas el lector ya tendrá una conclusión muy sólida: el virus mata, pero el miedo al virus mata aún más, siendo que ha servido como justificación para entregarse a la irracionalidad de la especulación del mercado. Mientras la Pandemia continúa, la expansión de las consecuencias económicas se hacen sentir, llevando a las Relaciones Internacionales a un reto teórico en cuanto a la formulación de explicaciones para las nuevas relaciones de dependencia.

Y decir “nuevas” no pasa de ser un eufemismo, ya que la realidad indica que serán las mismas relaciones preexistentes, pero con una profundidad mayor en tanto que los compromisos financieros se han acrecentados no solo en la dimensión real de los montos, sino también en la dimensión relativa de los montos contra la capacidad de pago de los deudores (Bárcena, 2020).

Aparecerá desde el internacionalista más conservador con una idea de profundización de la dependencia en el término de envilecimiento de la calidad de vida y retroceso en los indicadores de desarrollo; hasta el internacionalista más atrevido que plantee un “Efecto Covid” como una reproducción de las crisis de impago del Efecto Tequila o el Efecto Tanto, aunque con una profundidad generalista que obligaría a una reconfiguración financiera global. En todo caso, ya sea que se considere uno u otro escenario, o incluso cualquier panorama intermedio, resulta relevante retomar el supuesto planteado por Keynes, afirmando que la solvencia de los países no podrá sostenerse tanto tiempo como la irracionalidad del mercado tras enfrentar la pandemia.


Bibliografía

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  4. Bravo de Mansilla, G., Torres Gutiérrez, J. J., & Jiménez, J. I. (2000). La gestión del riesgo financiero. Pirámide.
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