La Península Arábiga ha sido durante siglos un espacio de confluencia entre culturas, religiones, rutas comerciales y ambiciones imperiales. Hoy, este mosaico geográfico vive un momento de redefinición estratégica, condicionado tanto por las transformaciones internas de los Estados como por las dinámicas internacionales de poder. Yemen y Omán, aunque contrastantes en sus condiciones políticas y sociales, ofrecen un reflejo de los retos y posibilidades que enfrenta toda la región: por un lado, los estragos del conflicto, la fragmentación institucional y la crisis humanitaria; por otro, la apuesta por la diplomacia, la neutralidad activa y la diversificación económica como herramientas de estabilidad.

Desde una perspectiva analítica, la Península Arábiga no puede comprenderse únicamente desde las categorías clásicas del realismo político –interés nacional, poder militar o balance de fuerzas–. Es necesario incorporar elementos de la teoría del sistema-mundo (Wallerstein, 2004) y de los estudios postcoloniales para entender cómo la inserción de estos países en la economía global y en las redes de poder heredadas ha condicionado sus trayectorias. Este artículo propone una reflexión crítica sobre la coyuntura regional, partiendo de la convicción de que las decisiones políticas internas, las estructuras sociales y las alianzas internacionales están intrínsecamente conectadas en la construcción (o destrucción) del orden regional.

Yemen: la persistencia del conflicto como trampa estructural

Hablar de Yemen hoy es referirse a una crisis multidimensional cuya raíz va más allá del conflicto entre los hutíes y el gobierno reconocido por la comunidad internacional. Yemen ha sido históricamente uno de los países más pobres del mundo árabe, con desigualdades estructurales profundas entre el norte y el sur, una débil institucionalidad y una economía dependiente de la ayuda externa. La revolución de 2011, que formó parte de la llamada Primavera Árabe, abrió una ventana de posibilidad democrática que rápidamente fue sofocada por intereses locales y regionales.

La guerra iniciada en 2015 ha desintegrado al Estado y ha convertido a Yemen en un espacio fragmentado con múltiples centros de poder. No se trata únicamente de un conflicto binario entre hutíes y el gobierno de Abd-Rabbu Mansur Hadi (y posteriormente del Consejo de Liderazgo Presidencial), sino de una pugna entre milicias locales, tribus, actores externos y grupos armados con distintas agendas. Esta complejidad hace que cualquier solución pase no solo por la negociación internacional, sino por una reconstrucción del pacto social interno, lo cual resulta inviable mientras no exista una estructura estatal que garantice servicios básicos, justicia y seguridad.

Desde una óptica estructural, Yemen encarna lo que algunos autores han denominado un «Estado colapsado en el sistema interestatal» (Rotberg, 2003), donde los actores subestatales ocupan el lugar del Estado formal en términos de gobernanza, provisión de servicios y control territorial. La fragmentación del territorio, la economía de guerra, el tráfico de armas y la intervención de potencias extranjeras (principalmente Arabia Saudita, Irán y Emiratos Árabes Unidos) perpetúan un conflicto que no tiene una solución puramente militar.

La reciente reducción de las operaciones sauditas y los intentos de diálogo auspiciados por actores como Omán ofrecen cierta esperanza. No obstante, la paz no puede construirse sobre la base del silenciamiento de actores locales ni sobre la exclusión de los grupos sociales que han sido históricamente marginados. El proceso de reconstrucción y reconciliación debe ser inclusivo, descentralizado y sostenido por una voluntad política regional e internacional que supere los intereses geoestratégicos inmediatos.

Omán: entre la neutralidad estratégica y la diplomacia silenciosa

Omán representa una anomalía positiva dentro de la Península Arábiga. En medio de un entorno marcado por la polarización sectaria, las rivalidades geopolíticas y los proyectos de hegemonía regional, el sultanato ha logrado mantenerse al margen de los conflictos, apostando por una política exterior basada en la mediación, la prudencia y la no injerencia. Esta postura, lejos de ser pasiva, ha convertido a Omán en un actor indispensable para los esfuerzos de paz en Yemen, Irán, Palestina e incluso en la coordinación entre actores occidentales y el mundo árabe.

El liderazgo de Qaboos bin Said, y la continuidad institucional bajo el actual sultán Haitham bin Tariq, han permitido consolidar una visión de Estado que prioriza la cohesión interna y la estabilidad externa. A diferencia de otros Estados del Golfo, Omán no ha buscado una proyección de poder regional basada en la militarización o la expansión económica agresiva, sino en la construcción de confianza mutua con actores diversos. Esta actitud responde, en parte, a su geografía, pues el país se ubica en un punto de confluencia entre el Golfo Pérsico, el mar Arábigo y el océano Índico, Omán ha aprendido a convivir con la pluralidad de intereses y a sobrevivir en un entorno inestable.

Internamente, el sultanato enfrenta desafíos importantes: una juventud que demanda más oportunidades, Una economía que debe diversificarse y superar su dependencia petrolera, y una estructura social que, aunque cohesionada, empieza a mostrar tensiones entre tradición y modernidad. Sin embargo, la capacidad institucional de Omán, su identidad nacional bien definida y su cultura de gobernanza gradualista le otorgan herramientas para manejar esas transiciones sin rupturas abruptas.

Desde un enfoque constructivista, Omán ha logrado construir una identidad internacional coherente, basada en valores de diálogo, paz y estabilidad, que le permite tener legitimidad moral para actuar como mediador regional. Su política exterior puede no ser ruidosa, pero sí efectiva. En un mundo multipolar, donde la desconfianza entre grandes potencias es creciente, actores como Omán se convierten en puentes necesarios para la gobernanza global.

La Península Arábiga: entre la rivalidad y la interdependencia

El resto de la Península Arábiga, particularmente Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, ha adoptado una lógica de política exterior mucho más activa, en ocasiones agresiva, que busca consolidar su rol como potencias regionales. Estos países no solo compiten por influencia en Yemen, sino que desarrollan visiones contrapuestas sobre el futuro del Golfo y del mundo árabe en general. Mientras Riad busca presentarse como el guardián del islam sunita y modernizar su economía sin renunciar al control político, Abu Dabi apuesta por una diplomacia empresarial y securitizada, que incluye desde inversiones en África hasta presencia militar en puntos estratégicos como Eritrea, Libia o el Cuerno de África.

La paradoja es que, aunque ambos países son socios en múltiples plataformas, incluida la coalición en Yemen y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), sus intereses no siempre convergen. Esta competencia ha debilitado la cohesión regional y ha dificultado la formulación de una estrategia común frente a los desafíos compartidos: el ascenso de Irán, la transición energética global, el desempleo juvenil, la inseguridad alimentaria y la necesidad de atraer inversión extranjera.

Además, los países del Golfo están enfrentando una transformación estructural derivada de la crisis climática y de la transición hacia energías limpias. Aunque poseen enormes fondos soberanos y están invirtiendo en infraestructura, turismo y tecnología, la descarbonización de la economía global representa un reto existencial para los rentismos petroleros. Esto obliga a repensar los modelos de desarrollo y a establecer nuevas formas de legitimidad política que no se basen exclusivamente en la redistribución de la renta del crudo.

En este contexto, la teoría de la seguridad humana (UNDP, 1994) ofrece un marco más adecuado que el enfoque tradicional de seguridad nacional. Los desafíos en la región –desde la inseguridad alimentaria hasta el acceso al agua y la migración forzada– requieren soluciones centradas en las personas, no solo en los Estados. Las tensiones geopolíticas pueden atenuarse mediante políticas públicas centradas en las necesidades reales de las poblaciones, especialmente de los sectores más vulnerables.

Conclusión: ¿una nueva arquitectura para la paz regional?

La coyuntura actual en Yemen, Omán y la Península Arábiga en su conjunto revela tanto las fragilidades como las capacidades de una región en transformación. Yemen necesita una paz inclusiva que vaya más allá del cese al fuego y que construya instituciones legítimas desde abajo. Omán debe seguir siendo un faro de diplomacia en un entorno que tiende a la polarización. Y los países del Golfo deben abandonar las lógicas de hegemonía si realmente aspiran a una estabilidad sostenible.

El futuro de la región no puede estar dictado únicamente por los intereses de las élites políticas o económicas, ni por la agenda de las potencias extranjeras. Es necesario un nuevo pacto regional basado en la cooperación, la interdependencia y el respeto a la soberanía de los pueblos. Este nuevo paradigma requiere también una participación más activa de la sociedad civil, de las universidades, de los medios y de los organismos multilaterales, que deben dejar de actuar como espectadores pasivos de una tragedia anunciada.

Solo una visión de largo plazo, que articule desarrollo humano, integración regional y transformación estructural, podrá sacar a la región de su actual encrucijada. Y para ello, es indispensable abandonar el cinismo estratégico y apostar, con convicción, por una paz que sea más que la ausencia de guerra: una paz que permita florecer la dignidad, la justicia y la esperanza.


Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente la organización comparte lo expresado.


Bibliografía

Rotberg, R. I. (2003). State Failure and State Weakness in a Time of Terror. Brookings Institution Press.

United Nations Development Programme (UNDP). (1994). Human Development Report 1994: New Dimensions of Human Security. Oxford University Press.

Wallerstein, I. (2004). World-Systems Analysis: An Introduction. Duke University Press.

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Costarricense. Director académico de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Latina de Costa Rica. Tiene una Maestría Académica en Relaciones Internacionales y Diplomacia con énfasis en Administración de Proyectos de Cooperación Internacional por la Universidad Nacional de Costa Rica. Ha fungido como Representante Permanente Alterno ante los organismos internacionales en Viena, Austria.