Desde la incursión de los Burgos en el comercio, la práctica de intercambio de mercancías ha evolucionado paulatinamente, internacionalizando tanto las necesidades como las soluciones a las mismas (Torres Gaitán, 1984). Si bien puede montarse un intrincado debate acerca de la definición de “necesidad”, es innegable que las prácticas comerciales modernas han llevado a que el concepto se universalice más allá de la individualidad del consumidor, haciendo que la provisión de mercancías alcance una escala superior como producto de las necesidades múltiples, nacientes y crecientes.

En ese contexto, el comercio internacional ha tenido una evolución que ha ido acorde a los cambios sociales, ajustándose a las condiciones de vida producto de la tecnología y reformas en los esquemas de pensamiento y organización social (Jiménez & Lahura, 1997). Sin embargo, no sería errado afirmar que la dinámica comercial siempre va a la vanguardia, adelantándose a los procesos sociales y diseñando modelos innovadores para resolver escollos presentados por la propia evolución humana (González Blanco, 2011).

El internet la práctica comercial

Con el avance, difusión y normalización del uso del internet, el comercio internacional haría nacer un nuevo brazo técnico hacia la incipiente modalidad de comunicación. El comercio electrónico pasaría a ver la luz en un contexto en el que la humanidad apenas se estaba acostumbrando a la idea de que podía haber un mundo paralelo, planteado en la virtualidad. En todo caso, más allá de la existencia de mercancías y transacciones intangibles, el principal esquema por romper sería el de la concepción física del dinero.

En tal sentido, el comercio electrónico tendría que abrirse brecha en un esquema de prejuicios tales como el acceso por escala de riqueza y/o generacional, la incerteza de estafa o los riesgos en la filtración de datos, lo cual haría que su crecimiento fuese tan lento como asimétrico entre las diferentes regiones del mundo (Bolsa de Comercio de Rosario, 2011).

Precisamente es esa asimetría la que se pone de manifiesto cuando hay un avance sectorizado en las prácticas comerciales, marcando una brecha profunda en la asimilación del comercio electrónico en diversas poblaciones, relacionándose directamente con el nivel de avance tecnológico, acceso a sistemas electrónicos de comunicación y adaptación a métodos de pago en el marco de la insipiencia (Agüero et al., 2020).

El mundo desarrollado habría tenido avances trepidantes en el comercio electrónico, transcurriendo la segunda década del Siglo XXI en una vorágine de modernismo en las prácticas de intercambio, naturalizando el pago electrónico y el uso de medios de pago no tradicionales. Empero, América Latina no avanzó al mismo ritmo, enfrentando serias dificultades en el acceso a servicios de comunicación de última generación y careciendo de una visión orientada a la modernización de sus procesos comerciales (García Zaballos & Iglesias Rodríguez, 2017).

La realidad comercial latinoamericana

Como en la mayoría de ámbitos, América Latina tendría que ver en vitrina los avances en las prácticas comerciales, quedándose al rezago por diversos factores. Sin embargo, la apremiante situación de su balanza de pagos le orilló a sumergirse tímidamente en las tendencias del comercio electrónico, teniendo un flujo asimétrico en este campo, destacando algunas economías particularmente dinámicas como México, Chile y Brasil (Ballesteros Riveros & Ballesteros Silva, 2007). Por el contrario, algunos países no entraron oportunamente en la dinámica, por lo que, para el final de la década, ya se encontraban en una condición de desventaja, incluso dentro de la región (Peña Jiménez, 2019).

Es más, la segunda década del Siglo XXI veía cómo el comercio electrónico avanzaba, aunque los medios de pago se adaptaban incluso más rápido de lo esperado, considerando que unos años antes había iniciado la difusión de las criptomonedas, siendo una forma totalmente atípica para considerar como retribución por el intercambio de mercancías (Asto Paredes & Villavicencio Flores, 2019). Si bien Europa naturalizó la práctica con mucha velocidad, América Latina tuvo una reacción muy dispar en cuanto a la aceptación, regulación y difusión de este nuevo modelo monetario (García Paramés, 2020). Por un lado hubo países como Colombia que acogieron el sistema, en cambio, hubo también países que, por ignorancia o extremo conservadurismo, proscribieron la idea, aumentando así las brechas de adaptación a las nuevas modalidades comerciales (Carrera-López et al., 2020).

En ese orden, la inserción latinoamericana en el comercio electrónico acabaría por ser atropellada y dispar, finalizando la segunda década del Siglo XXI con un pobre aprovechamiento del intercambio comercial en dicha modalidad, hallándose países con riñas legales por determinar la legalidad de ciertas prácticas que ya corrían sin reparo en el resto del mundo (Herreros, 2019). Sin embargo, la tercera década del siglo iniciaría con un rompimiento de paradigmas a escala global, provocado por la Pandemia por Covid-19, modificando la actividad económica al ritmo que la humanidad se adaptaba a una nueva forma de coexistir con el virus (Beker, 2020).

La situación del comercio electrónico previo a la Pandemia

Latinoamérica encararía el inicio de la segunda década del Siglo XXI con una penetración muy endeble en el marco del comercio electrónico, en comparación con regiones como Asia, Europa y Estados Unidos/Canadá (Franciulli Muñoz, 2018). Hacia 2014 cambiaría la estrategia hacia la región, intentando tentar la baja educación financiera de la población latinoamericana con anzuelos tradicionales (precios de introducción, paquetes de membresía y regalías por las compras) (Yazdanifard & Tan Hunn Li, 2014). Los resultados alcanzaron un éxito proporcional a la inversión, aunque para 2015, el volumen de transacciones en la región aún no representaba un caudal importante (Perdigón Llanes et al., 2018); no obstante, ya había insipiencia en modalidades alternativas de pago, registrándose una tímida aparición por parte del Bitcoin, aunque alejado de toda regulación hasta ese momento (Manrique Morales & Pedraza Castañeda, 2019).

A medida que los países latinoamericanos se irían integrando a la dinámica del comercio electrónico, irían también enfrentando retos asociados, siendo particularmente sensible la necesidad de servicios de seguridad informática, registrándose un pico de ciberataques en 2017, ascendiendo al 45% de los comercios latinoamericanos como víctimas de tal flagelo, llegando a afectar a más de 800000 usuarios en la región (Perdigón Llanes & Pérez Pino, 2020). Pese al ritmo de crecimiento de la práctica de intercambio por la vía electrónica, América Latina habría realizado una importante inversión en fortificar la seguridad, logrando una reducción sustancial para 2018, recortando los ataques hasta en una tercera parte (Rivera Guerrero et al., 2018).

En el mismo año, se estima que el 38 % de las empresas latinoamericanas vendían en línea, el 26 % compraban en línea, y el 12 % ejecutaban ambas acciones, por lo que restaba un margen reducido de empresas que no se adaptaban a la tendencia global (Suominen, 2020). Sin embargo, las empresas no son las únicas que se vuelven usuarias del comercio electrónico, lo cual lleva a realizar un análisis del consumo de la persona como individuo, considerando que para 2018, el 82% de latinoamericanos con un poder adquisitivo que duplicaba el salario mínimo de su país, contaba con acceso a redes sociales, principal vía de promoción del comercio electrónico (Muñoz Cubides, 2018). 

Al respecto, se calcula que en el periodo comprendido entre julio de 2017 y julio de 2018, las empresas proveedoras de comercio electrónico registraron un auge del 6.5 % en sus ventas en América Latina, experimentando un crecimiento exponencial y con perspectivas a una supervaluación de sus acciones de hasta del 700% para 2019 (Díaz Jiménez, 2019).

Desde luego, esa curva exponencial responde al avance en la capacidad adquisitiva de las generaciones Millennial, Centenial y Alpha, las cuales se perfilan como los principales usuarios a nivel individual en el campo del comercio electrónico. Para octubre de 2019, el 30 % de los quinceañeros latinoamericanos ya habían iniciado su actividad de transacción electrónica en proporción a sus ingresos o los de sus familias (Ponce Pérez, 2019), perfilando un crecimiento importante para los próximos años, en la medida que paulatinamente se fuesen incorporando a la Población Económicamente Activa y/o incrementen sus ingresos reales (Vilanova & Ortega, 2017).

Incluido el componente generacional y de progresión en el ingreso de tales consumidores electrónicos potenciales, 2019 marcaría un crecimiento latinoamericano en el comercio electrónico del 9% con respecto al año anterior, dilucidándose un auge de un dígito interanual en las mediciones de los últimos tres periodos (Ponce Pérez, 2019). Ante tales cifras, y sin incluir la Pandemia por Covid-19 como una variable de estudio, se hacía una proyección de crecimiento acelerada de hasta un 9.5 % interanual hasta para 2023 (Statista, 2019).

La pandemia y sus efectos comerciales en la región

En América Latina, el caos social, político y sanitario se hicieron presentes al final del primer trimestre de 2020, planteando una serie de retos a los gobiernos e implantando un régimen de generalizada parálisis económica (Bárcena, 2020). Sin embargo, dicha parálisis no implicaba la reducción de las necesidades humanas, por lo que la adaptación a las circunstancias transitaría por una adaptación de las modalidades comerciales cotidianas. De hecho, las características del SARS-COV-2 conllevaron a un prolongado confinamiento y múltiples modalidades de distanciamiento físico, lo cual propició la instauración de una predilección por los servicios que se ajustasen a tales condiciones, siendo el comercio electrónico una alternativa por demás apropiada (Beker, 2020).

Empero, las asimetrías económicas y aplicativas de la modalidad en América Latina habrían de suponer un problema difícil de conciliar, tomando en cuenta que la estructura de consumo tendría que mutar velozmente, sin dar tiempo a una adaptabilidad natural por parte de los consumidores, generando un crisol de circunstancias que, sin buscarlo, impactarían en el costo operativo del comercio electrónico mismo, sin olvidar que el comercio tradicional continuaría funcionando ante la resistencia cultural a la adopción de una nueva modalidad. Al respecto, dicha resistencia cultural no debería ser entendida como ignorancia o terquedad, sino como una consecuencia natural de procesos lentos y anacrónicos en la inserción de las economías latinoamericanas en las dinámicas modernas y procesos de mejora en la eficiencia comercial (Nahón et al., 2006).

Y, por si la renuencia a la inmersión en el comercio electrónico no fuere suficiente, la inaccesibilidad de los pueblos latinoamericanos a las tecnologías de la información sería un agravante a la situación que, si bien emergente, exigía una veloz respuesta para suplir necesidades de forma sanitariamente segura.

El comportamiento del comercio electrónico en Latinoamérica durante la Pandemia

La Pandemia por Covid-19 habría de trastocar los cimientos de la cotidianeidad humana, modificando patrones de conducta desde los más básicos como las actividades de subsistencia, hasta los más complejos como las organizaciones gregarias formales e informales. El modo del contagio del virus sería el detonante para una reconfiguración estratégica en la forma de abastecimiento de mercancías, siendo que la bioseguridad exigía el distanciamiento entre personas, haciendo que el confinamiento fuese la mejor alternativa de protección.

Desde luego ese confinamiento traería consecuencias relevantes, impidiendo que los canales de abastecimiento comercial tradicionales entrasen eficientemente en la operación, urgiendo a las sociedades a reinventar su ideario de intercambio. El confinamiento europeo se modelaría desde una perspectiva de avance en la práctica comercial, siendo que esa zona del mundo ya contaba con el quehacer y la tecnología para darle curso natural al comercio electrónico (Galardi Boza, 2020; Sepashvili, 2020).

Por el contrario, y tal como se ha disertado en los apartados previos, la adaptación acelerada y de emergencia por parte de América Latina traería una serie de consecuencias difícilmente predecibles, modificando el patrón de consumo intergeneracional, cediendo a la concepción de la validez del comercio electrónico para la provisión de mercancías y, como detalle más relevante, instaurando un régimen de crecimiento distinto al proyectado previo a la Pandemia (Quispe Pancca, 2020).

La reacción del consumo en los preludios mediáticos del confinamiento fue diferenciada entre los países desarrollados y Latinoamérica. En común se encontró el concepto de “compras búnker”, definidas como esas compras de pánico en la que el consumidor acapara cuanto puede para tener una sensación de abastecimiento en una crisis. Pese a la coincidencia en el comportamiento del consumidor, el método marcó una diferencia: en el mundo desarrollado fue el comercio electrónico el que vio un incremento desmedido en esas horas previas a la crisis, ascendiendo a cifras hasta triplicar la demanda habitual en unas cuantas horas (Galardi Boza, 2020). En cambio, los mercados latinoamericanos más bien se volverían provisores esencialmente presenciales, registrándose aglomeraciones en los centros de abastecimiento, con luchas entre consumidores por obtener los últimos productos en los anaqueles. Desde luego, esto no podría ser continuado en los siguientes días, ya que las medidas de confinamiento obligarían a las personas a modificar la forma en la cual se proveerían.

Muy pronto habría un giro radical en el patrón de consumo, priorizando la compra de abarrotes a través de medios electrónicos, ascendiendo a montos insospechados para el mundo en general, y para América Latina en especial. En países como Reino Unido, Estados Unidos o Canadá, la aceleración de crecimiento del comercio electrónico en 2020 fue de un promedio del 21 % con respecto al año anterior (Bhatti et al., 2020); en cambio, América Latina tuvo cifras mucho más bajas en volumen neto con respecto al mundo desarrollado, pero muy fuera de los márgenes proyectados para la región en un contexto previo a la Pandemia, e incluso comparables al mundo desarrollado en términos porcentuales.

En 2020, en promedio, América Latina tuvo un incremento del 27.2 % en su comercio electrónico en comparación con el año previo, superando con creces el porcentaje de crecimiento en otras regiones del mundo (Sayyida et al., 2021). Es más, el efecto de la Pandemia sobre el comercio electrónico latinoamericano fue el de acelerar su crecimiento hasta cumplir en un año, lo que se había proyectado que creciese en los próximos cuatro años (Ponce Pérez, 2019; Statista, 2019), teniendo como ejemplo de hiperaceleración a México, registrando un crecimiento del 37 % en flujo comercial electrónico con respecto a 2019 (Soto Galindo, 2020).

Las cifras demuestran que el comercio electrónico en Latinoamérica estaba francamente encaminado hacia el crecimiento y reordenamiento del modelo comercial; sin embargo, la Pandemia por Covid-19 fungió como un catalizador para que ese destino se acelerase, propiciando un probable nuevo modelo de negocios que acercaría a la región a las prácticas globales.

Oportunidad, amenaza y perspectivas del comercio electrónico pos pandemia para Latinoamérica

La región latinoamericana ha debido enfrentar la pandemia en un contexto de asimetría tecnológica, habiéndose adaptado acelerada y atropelladamente a una modalidad comercial que hasta el momento le era poco habitual. Sin embargo, debe saberse que esa asimetría tecnológica no es más que el reflejo de una asimetría comercial que data de décadas, teniendo siempre a la región en una evidente desventaja con respecto al avance tecnológico (Landa Díaz & Arriaga Navarrete, 2017). En tal sentido, Latinoamérica está frente a la oportunidad inmejorable de aprovechar el intempestivo crecimiento en su participación en el comercio electrónico para tecnificarse, adaptando los procesos productivos y de distribución para generar un impacto positivo en su sector externo. Además, la práctica del comercio electrónico puede servir para la implementación de políticas de desarrollo que utilicen como vehículo la dinámica pertinente, acercando la conectividad a las poblaciones que han sido históricamente privadas del acceso a mercancías a costes asequibles, producto de la distancia o incomunicación física con el proveedor.

En cambio, la región enfrenta serias amenazas a las que debe ponerle atención, iniciando por el acceso masivo a la comunicación electrónica, así como el fomento de capacidades en el uso del comercio en esta modalidad. Si bien es cierto la capacidad adquisitiva de los grandes tendidos sociales más desprotegidos no dará para la inclusión universal en la modalidad electrónica, es importante acercar la tecnología incluso a esos estratos que probablemente no podrán consumir a corto plazo, pero que podrán aprender a usar la tecnología para utilizarla en la mejora en su ingreso en emprendimientos potenciales. De no hacerse de esa forma, la base social no va a adoptar el modelo en forma proporcional, lo cual traería desbalance y, pese a que puede haber una acumulación asimétrica de riqueza, también puede haber un desplome en la utilización del recurso en tanto que se reducirá el tendido que aplique a tal modalidad.

Además, el crecimiento acelerado del comercio electrónico trae aparejado el crecimiento acelerado de los fraudes por la misma vía, por lo que Latinoamérica no deberá escatimar gastos para garantizarse una ciberseguridad comercial aceptable, facultándole para sacar provecho del comercio electrónico. Igualmente, deberá establecer regulaciones adecuadas para fomentar el uso de los criptoactivos como aliciente para el comercio electrónico, garantizándose un adecuado uso del recurso y manteniendo el control fiscal sobre el mismo.

En perspectiva se encuentra la capacidad que América Latina tenga para hacer llegar los beneficios de la nueva modalidad a la mayor cantidad de estratos sociales, tomando en cuenta que el comercio no necesariamente beneficia de forma directa, sino a través de las redes de consumo y provisión de mercancías. Al respecto, la estructura de desigualdad está instalada en la cosmovisión latinoamericana, habiendo naturalizado la inmovilidad social como parte del sistema económico; en tal sentido, los esfuerzos deberán estar encaminados a que la baja en los costos que implica la práctica adecuada y eficiente del comercio electrónico, genere una capitalización que se destine a ensanchar la base productiva, lo cual extenderá la red de beneficios a aquellas zonas en las que, si bien el comercio electrónico no llegará, igualmente podrán incrementar su ingreso como efecto colateral.


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