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Coronavirus: Implicaciones para la globalización
Por Andreina Jota y Gabriela Rodrigues. Graduando de RRII (UCV) e Internacionalista (UCV)
Hoy en día, la propagación del COVID-19 ha generado el cierre de aeropuertos, restricciones de viaje, cuarentenas a ciudades enteras y, en los últimos días, paralización casi total de algunos países. Estas medidas se podrían considerar como parte de las implicaciones de la declaración hecha por la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la aparición de una nueva pandemia. Además, la enfermedad ha sido declarada de igual forma como una Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional (ESPII), por lo que se espera que los Estados sigan las indicaciones de la OMS y aporten datos de la situación para poder establecer una respuesta internacional coordinada. Sin embargo, es fundamental destacar que no es la primera vez que la humanidad se enfrenta a la aparición de pandemias, además, esta sería la sexta vez que la OMS declara una emergencia global de este tipo, pasando por experiencias como la gripe A, el ébola, el zika, entre otros. (La Vanguardia, 2020) De hecho, tampoco es la primera vez que aparece el “coronavirus” en la escena internacional.
Los coronavirus (CoV) son una familia de virus que se originan de los animales y, debido a diversas mutaciones, se puede contagiar a las personas (transmisión zoonótica); no obstante, es importante denotar que existen otros coronavirus circulando entre animales, pero que no han representado un peligro para el ser humano. (OMS, 2020) Más allá de casos históricos como la Peste Negra, el sarampión, la viruela, etc., el coronavirus ha surgido en contextos más contemporáneos, y ellos “pueden causar diversas afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como ocurre con el coronavirus causante del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el que ocasiona el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).” (OMS, 2020)
Dichas enfermedades mencionadas anteriormente: el MERS y el SARS, son miembros de la familia del coronavirus que fueron transmitidos a los seres humanos. El primero, MERS, surge en Medio Oriente en el año 2012, se ha detectado su origen a los dromedarios y camellos; mientras que el SARS emerge en Asia en el año 2003 y su origen data de los murciélagos y civetas. Además de esas, hoy en día sumamos la aparición del COVID en el año 2019 en China, siendo su origen rastreado a los murciélagos (Crisci, 2020). Todas generan síntomas respiratorios, que en contextos especiales pueden llevar, incluso, a la muerte; sin embargo, el problema no reside en la tasa de mortalidad, sino en lo rápido de su propagación.
Asimismo, en referencia a condiciones más contemporáneas en que ha surgido el coronavirus, se pudiera precisar que la propagación de las enfermedades virales antes mencionadas se ha beneficiado en la actualidad, en parte, por factores generados por el hombre, donde se ven implicados, por ejemplo: el aumento de los viajes intercontinentales y las migraciones, la deforestación y la urbanización, la sobrepoblación, la pobreza y los conflictos armados, entre otros (Busquets, 2011). Al ser la globalización ese elemento clave que contribuye a intensificar la interacción – en distintos ámbitos – de los seres humanos, el caso del rápido contagio y la propagación del COVID-19 ha resultado de gran impacto en la población, e incluso generado cierta incertidumbre al respecto. Por lo que autores como Paola Subacchi (2020) consideran que las medidas para contrarrestar la propagación de la enfermedad, “como las cuarentenas y las prohibiciones de viajes, no parecen funcionar en nuestra era de movilidad e integración económica.”
Pero, ¿qué es lo que realmente preocupa tanto a los expertos y a la población en general? la respuesta está en la velocidad de contagio que posee el virus y el rango de contaminación que puede llegar a tener. Como fue mencionado anteriormente, en diciembre del 2019 se da un primer caso del virus COVID-19 en Wuhan, China; y es a partir de ese momento que el mundo presenciará la expansión del virus, pasando de ser una epidemia -que afectaba solo a una localidad-, a una pandemia –de amenaza global-. Asimismo, durante el mes de enero se hacen las primeras alertas, cierres de locales y contagios internacionales del virus, siendo Tailandia el primer país contagiado fuera de las fronteras chinas; igualmente, a lo largo del mes se comienzan a hacer los reportes de contagios en EEUU, Japón y Francia, y el aumento de muertes asociadas con la enfermedad a casi 200 personas (con un aproximado de 9600 contagios). Ya para febrero, comienzan las primeras acciones de cuarentena a regiones enteras, junto con el aumento de muertes en solo la primera mitad del mes a más de 2000 casos (CNN Español, 2020), agregado a esto, tenemos la expansión del virus a África, Suramérica, y a más países de Europa, teniendo a Italia como caso clave.
Por lo que sería en el mes de marzo, donde ya todos los continentes del planeta presentarían casos de coronavirus, con un aumento de contagiados de manera exponencial; como consecuencia y respuesta a esto, la OMS declara al COVID-19 como pandemia de forma oficial e informa que ahora el epicentro de la enfermedad es Europa al presentar cifras preocupantes de contagios y muertes; paralelamente, China comienza el cierre de los centros de tratamiento temporales que se habían construido debido a la propagación de la enfermedad. Dentro de todo esto, destacamos el papel de Italia en la coyuntura, ya que en menos de un mes pasó a ocupar el segundo lugar entre los países con mayor cantidad de contagiados, detrás de China, por supuesto. En la actualidad, el Estado europeo ha reportado un aproximado de 24.700 contagios y 1.800 muertes en todo el país, contando con más de 360 en un solo día. (Vallejos, 2020)
Por otra parte, la información y la tecnología también han tenido un rol importante en toda esta situación que se está afrontando a nivel internacional. En un mundo globalizado, resulta primordial tomar en consideración la dimensión cognitiva, donde conjuran todas las consecuencias de la amplia difusión de conocimientos y del avance de la tecnología de la información (Franco, 2002). Por esta razón, la OMS ha denominado al COVID-19 como una infodemia masiva, esto haciendo referencia a la absurda sobrecarga de información que se ha tenido acerca del caso tanto en los medios de comunicación como, específicamente, en las redes sociales. Por un lado, parte de estos medios han sido una fuente de información verificada que ha sido útil, pues diferentes colaboradores informativos han proporcionado las herramientas para entender mejor la situación. Empero, el común denominador han sido las noticias falsas que circulan a gran velocidad, provocando un ambiente de desconfianza, incertidumbre y ansiedad entre los usuarios.
En este punto, vale acotar que, como consecuencia de los diferentes mensajes alarmistas que han surgido en los últimos días en las redes sociales, se ha generado sin fundamento válido alguno un sentimiento generalizado de discriminación y prejuicio a la población asiática, “por ser ellos los transmisores del virus”. Los mensajes de odio han sido comunes en internet, los cuales incluso han sido llevados a la vida real mediante actitudes xenófobas. Como ejemplo se podrían resaltar los casos de protestas y manifestaciones que han tenido lugar en diferentes países rechazando la entrada de chinos a su territorio. Así fue como “residentes de una ciudad ucraniana protestaron por la llegada de un avión que transportaba evacuados de la provincia china de Hubei por temor a que se contagiaran” (Aristizábal, 2020). Los violentos manifestantes bloquearon la carretera que conduce al hospital mientras arrojaban rocas a los evacuados y tenían choques con la policía.
Mientras el racismo se desarrolla en esta emergencia internacional, las máximas autoridades de algunos países han tomado decisiones que han aumentado la sensación de alarma y rechazo al coronavirus en la población. Por ejemplo: Rusia, donde suponen “deportar a los extranjeros que estén infectados por el coronavirus contradiciendo así las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS)” (Pont, 2020).
Además de esta xenofobia que ha surgido a raíz de la propagación de la enfermedad, se podría considerar que otra de las consecuencias a resaltar del COVID-19 es el golpe y el impacto que ha tenido en la economía mundial. Medidas como el distanciamiento social en los diferentes países contagiados han dado como resultado que la pandemia implique un shock, no solo en la demanda, sino también en la oferta de bienes y servicios. Esto, en parte, porque las cadenas globales de suministro – muy comunes en la globalización – se han visto severamente afectadas. Ésta es la principal razón por la que se indica que las probabilidades de una recesión a nivel global han aumentado drásticamente. Además, cabe destacar que, autores como Kenneth Rogoff (2020) consideran que la cooperación, y no el aislamiento, es un elemento fundamental en el desarrollo del ámbito económico; por lo que, bajar los tipos de intereses y aplicar medidas de estímulo fiscal, no parecieran ser suficientes para solventar la situación.
De la misma forma, los efectos directos de este virus se están sintiendo desde el primer día del reporte por parte de las autoridades chinas a la OMS. Temas como restricciones de viajes, prohibición de entrada o cuarentenas a ciudades enteras, representan una contradicción directa a la globalización como la conocemos hoy en día y tienen consecuencias como: caídas históricas en las bolsas de valores a nivel mundial (caso Wall Street y São Paulo), desabastecimiento en productos de higiene personal, empresas declarando que va a ser imposible cumplir las metas establecidas por el simple hecho de que su fábrica se encuentra en una zona en cuarentena (caso Apple), entre otros.
La repentina aparición de este nuevo virus ha tomado por sorpresa al mundo entero, afectando de forma importante a casi todos los países por igual. Además, se genera un ambiente de incertidumbre colectiva que se evidencia como consecuencia del impacto socioeconómico que puede producir en el sistema internacional; debido a esto, podría considerarse el coronavirus como un Cisne Negro para la globalización. Por lo que, hay quienes pronostican pésimas proyecciones donde este factor “acabe lastrando la incipiente y frágil recuperación económica mundial y desemboque en escenarios de estancamiento económico secular, ya que el fenómeno de la globalización económica ha conseguido que todos los elementos racionales de la economía estén interrelacionados entre sí…” (Gorráiz, 2020).
Sin embargo, no todo es negativo, eventos como estos logran sacar elementos positivos entre tantas vicisitudes, ya que, a pesar del aislacionismo que se está generando, se ha dado el aumento de la cooperación técnica, traducida en colaboración médica y científica internacional para la búsqueda de una cura; universidades y laboratorios tienen una meta en común, aplicando prácticas poco ortodoxas como el uso de videojuegos para aislar al virus (La Nación, 2020); o la misión de médicos chinos en Italia para el préstamo de ayuda y donación de insumos para combatir esta pandemia (La Vanguardia, 2020). Es así, como una pandemia puede tener al mismo tiempo dos efectos opuestos: cerrar fronteras y aislar a las personas, pero abrir un nuevo mundo de cooperación internacional en cuanto a salud pública global.
Por Andreina Jota y Gabriela Rodrigues. Graduando de RRII (UCV) e Internacionalista (UCV)
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